: Gilles Deleuze
: Empirismo y subjetividad
: Gedisa Editorial
: 9788497847285
: 1
: CHF 12.30
:
: Philosophie
: Spanish
: 240
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
En la trayectoria filosófica de Gilles Deleuze se pueden distinguir dos etapas: la de antes y la de después del Anti Edipo (1972, escrito junto con Félix Guattari). La primera está marcada por una serie de investigaciones de historia de la filosofía en las que se percibe una búsqueda guiada por una clara preferencia: Hume (1953), Nietzsche (1962), Proust (1964), Bergson (1966), Spinoza (1969). En cada uno de estos estudios, Deleuze trata de descubrir las grandes líneas de fuerza, poniendo el acento en las tensiones más que en las significaciones. Empirismo y subjetividad, dedicado a la filosofía de Hume, inaugura, así pues, esta serie. Con su vuelta a Hume y el énfasis que este pone en la fuerza de la imaginación y del subjetivismo de todo conocimiento, Deleuze anticipa algo de lo que será su tarea en los años setenta. «¡La imaginación al poder!» era el lema de combate de Mayo del 68, año en que Deleuze escribe su Diferencia y repetición, creando con su empirismo trascendental poskantiano su propia filosofía. Más tarde Deleuze definiría esta como «el arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos». Empirismo y subjetividad desafía al estudioso a indagar en qué aspectos Hume inspiró el tan creativo y rebelde discurso filosófico francés de los años cincuenta y sesenta del siglo xx.

Gilles Deleuze (París, 1925-1995) estudió filosofía en La Sorbona de París y ejerció de profesor en París y Lyon. Escribió textos enormemente influyentes sobre filosofía, literatura, cine y bellas artes, entre los que destacan La lógica del sentido (1969) y otro trabajo conjunto con Guattari, además de Anti Edipo: Mil mesetas (1980). Editorial Gedisa ha publicado otros textos de Deleuze en colaboración con otros autores: Psicoanálisis y semiótica y Michel Foucault, filósofo.

II
El mundo de la cultura y las reglas generales

Es necesario explicar estas determinaciones de la moral. La esencia de la conciencia moral es aprobar y desaprobar. Ese sentimiento que nos lleva a elogiar o a vituperar, ese dolor y ese placer que determinan el vicio y la virtud, tienen una naturaleza original: son producidos por la consideración de un carácteren general, sin referencia a nuestro interés particular.77 Pero ¿qué es lo que puede llevarnos a abandonar sin inferencia un punto de vista que nos es propio y «por simple inspección» nos hace considerar un carácter en general, o dicho de otra forma, nos lo hace captar y vivir en tanto es útil a otro ser o a la persona misma, en tanto es agradable a otro o a la persona misma? La respuesta de Hume es simple: la simpatía. Pero ocurre que hay una paradoja de la simpatía: nos abre una extensión moral, una generalidad, pero esa dimensión misma se da sin extensión, generalidad sin cantidad. Para ser moral, en efecto, la simpatía debe extenderse al futuro, no limitarse al momento presente; debe ser unadoble simpatía, es decir, una correspondencia de impresiones que se dobla con un deseo del placer de otro, de una aversión por su pesar.78 Y es un hecho: la simpatía existe, se extiende naturalmente. Pero esta extensión no se afirma sin exclusión: es imposible doblar la simpatía

sin la ayuda de una circunstancia presente que nos sorprenda de una manera viva,79

excluyendo los casos que no la presentan. Esta circunstancia será, en función de la fantasía, el grado, la enormidad de la desventura,80 y en función de la naturaleza humana será la contigüidad, la semejanza o la causalidad. Aquellos a quienes amamos son, según las circunstancias, nuestros prójimos, nuestros semejantes o nuestros parientes.81 En una palabra, nuestra generosidad es limitada por naturaleza; lo que nos es natural es una generosidad limitada.82 La simpatía se extiende naturalmente al futuro, pero en la medida en que las circunstancias limitan su extensión. El reverso de la generalidad misma a la que ella nos invita es una parcialidad, una «desigualdad de afección» que ella nos confiere como carácter de nuestra naturaleza, «hasta el punto de hacernos mirar como viciosa e inmoral toda trasgresión notable de tal grado de parcialidad como ése por ensanchamiento o estrechamiento demasiado grande de estas afecciones».83 Condenamos a los padres que prefieren a extraños antes que a sus hijos.

Así, no es nuestra naturaleza lo que es moral; nuestra moral está en nuestra naturaleza. Una de las ideas más simples, pero más importantes de Hume es ésta: el hombre es mucho menos egoísta queparcial. Uno se cree filósofo y buen pensador por sostener que el egoísmo es el último resorte de toda actividad. Es demasiado fácil. ¿Acaso no se ve

que hay pocos hombres que no destinen la mayor parte de su fortuna a los placeres de su mujer y a la educación de sus hijos, no reservándose sino la parte más flaca para su uso propio y su diversión personal?84

La verdad es que el hombre es siempre hombre de un clan, de una comunidad. Familia, amistad, vecindad: estas categorías, antes de ser para Tönnies tipos de comunidad, son para Hume determinaciones naturales de la simpatía. Y justamente es porque la esencia de la pasión, la esencia del interés particular, no es el egoísmo, sino la parcialidad, que la simpatía no supera, por su lado, el interés particular, ni la pasión. «Nuestro sentido del deber sigue siempre el curso habitual y natural de nuestras pasiones».