Leer no lo cura todo
En términos de prestigio, la lectura goza hoy de una excelente salud. Por primera vez en la historia la sociedad se expresa clamorosamente a su favor: según la Federación de Gremios de Editores de España, el 88 % de la población está de acuerdo en que leer contribuye a tener una actitud más abierta y tolerante, el 87 % considera que ayuda a comprender el mundo y el 76 % afirma que los hace más felices.
Se ha recorrido un largo camino desde que Sócrates, sin duda con su mejor intención y no poca lucidez, criticara la costumbre, entonces modernísima, de apuntar en tablillas lo que podía ser memorizado, pues temía que terminara por debilitarnos la mente y convertirnos en esclavos de lo escrito. ¡Y dónde quedan las filípicas contra las novelas, que eran tan frecuentes en los siglosXVIII oXIX, cuando la lectura ociosa se consideraba el peor de los alimentos para los pájaros de la cabeza! Hoy leer es bueno, y prácticamente nadie se niega a discutirlo.
Es cierto que cuando la unanimidad se impone en algún asunto nuestra sociedad tiende a volverse cursi, y a veces da un poco de vergüenza ajena escuchar lo que algunos dicen o escriben sobre la lectura. Parece, de repente, que leer es la solución a todos nuestros males: no solo estamos convencidos de que nos vuelve más tolerantes, más cultos y felices, como recoge la encuesta mencionada anteriormente, sino también de que nos protege de las enfermedades degenerativas, de la depresión y del hastío. En definitiva, del Mal. Así, en términos absolutos. No leer se volvería entonces la senda más directa a la animalidad y al sufrimiento. Casi como vivir en el descansillo del Infierno.
Sabemos que no es así. Seguro que hay estudios que confirman que leer combate las malas artes del patriarcado o frena el calentamiento global, pero todos conocemos lectores a los que jamás querríamos parecernos, y personas excelentes y felicísimas que no han abierto demasiados libros a estas alturas es casi una grosería recordar lo cultos que eran algunos nazis, pero la idea no es menos cierta por mucho que la hayamos sobado . Así que lo primero que pretendo conseguir con esta introducción es calmar la ansiedad de algunos padres: desestresaos, vuestros hijos pueden ser maravillosos, convertir su vida en algo significativo y pleno, y no leer. Y cuidado: también pueden leer mucho y tener graves problemas. Lo importante, creo, es ser bueno y feliz, y en la ecuación que equilibra ambas virtudes no siempre aparece la lectura. Alejaos, por lo tanto, de todos esos mensajes apocalípticos y un poco esnobs, ya que estamos que afirman que quien no lee es peor persona. ¿Quién no lee qué? ¿Con qué actitud, por qué motivo? ¿Con qué frecuencia y durante cuánto tiempo? ¿Puede la lectura ser contraproducente, o se puede «leer en exceso»? Leer, bien; no leer, fatal. El asunto es demasiado complejo como para despacharlo con semejante torpeza.
Bien, ya estamos tranquilos. Si a pesar de todo seguís deseando que vuestros hijos adolescentes sean lectores, solo puedo animaros