: Julio Verne
: Kerabán el testarudo
: Ecos Travel Books
: 9788419713070
: 1
: CHF 6.90
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 384
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Kerabán, un comerciante turco, debe cruzar el Bósforo para atender sus negocios en la orilla oriental de Constantinopla. Por su conocido carácter terco, el modesto peaje recientemente establecido le parece una afrenta. Se negará a pagarlo y preferirá dar la vuelta al mar Negro antes que ceder a la tasa gubernamental, aunque ello le comporte un gasto monumental. El delta del Danubio, Crimea, el Cáucaso, Kurdistán, el litoral turco... desfilan por la novela mientras Kerabán, acompañado de sus pintorescos amigos, no deja de tener aventuras y percances, en parte por la conspiración de rivales interesados en que no llegue a tiempo a la boda entre su sobrino Ahmet y la inteligente Amasia. Una de las novelas más desconocidas de Julio Verne que discurre por los apasionantes escenarios del límite entre Oriente y Occidente y que recuerda a su inmortal La vuelta al mundo en 80 días, publicada diez años antes. Kerabán el testarudo está repleta de humor, dinamismo, crítica social, trata de blancas, tradiciones étnicas ancestrales... que se mezclan en esta novela con un desenlace inesperado y que recupera los rasgos más clásicos de la obra de Verne.

CAPÍTULO I




En el cual Van Mitten y su criado Bruno se pasean, miran y hablan sin comprender nada de lo que ven




El día 16 de agosto, a las seis de la tarde, la plaza de Top-Hané, en Constantinopla, tan animada de ordinario por el movimiento y el bullicio de la multitud, se hallaba a la sazón silenciosa, triste y casi desierta. No obstante, todavía presentaba un hermoso aspecto vista desde lo alto de la escalera que desciende hasta el Bósforo. Pero se echaba de menos a los personajes para completar el cuadro, pues tan solo algún que otro extranjero pasaba por allí para subir con rápido paso por las estrechas, tortuosas y sucias callejuelas –obstruidas casi siempre por amarillentos perros– que conducen al arrabal de Pera. Allí se encuentra el barrio reservado a los europeos, cuyas casas, construidas de blanca piedra, se destacan sobre el negro tapiz formado por los cipreses de la colina.

La mencionada plaza resulta siempre pintoresca, aun sin la variedad de toda suerte de trajes de los que por ella pasean, y que animan, por decirlo así, el efecto de su primer término; la mezquita de Mahmud, de esbeltos minaretes; la linda fuente de estilo árabe, falta hoy el techadillo que antes la cubría; tiendas en las que se venden pastas y bebidas de mil clases; escaparates en los que se confunden variadas frutas, sobresaliendo entre ellas lascurgas, los melones de Esmirna y las uvas de Escutari, que contrastan con los planos canastillos de mimbre de los vendedores de perfumes y de rosarios; y por fin, los innumerables caiques o barquillas pintarrajeadas, cuyo doble remo bajo las cruzadas manos de losraidjis, más que batirlas, parece que acarician las azuladas aguas del Cuerno de Oro y del Bósforo al irse acercando a la escalera de que ya hemos hecho mención.

¿Dónde se encontraban a dicha hora los acostumbrados paseantes de la plaza de Top-Hané; los persas de elegante gorro de astracán; los griegos luciendo con gracia sus plegadas enagüillas; los circasianos, vestidos casi siempre de uniforme militar; los georgianos, que han permanecido rusos por el traje, aun más allá de sus fronteras; los arnautas, cuya piel, curtida por el sol, aparece bajo el escote de sus bordadas chaquetas, y, por fin los turcos osmanlíes, esos hijos de la antigua Bizancio y del viejo Estambul, dónde se hallaban?

Ciertamente que no se hubiera podido preguntar a dos extranjeros, dos occidentales, quienes, con mirada inquisitorial, alta la cabeza y paso indeciso, se paseaban a aquella hora por la casi solitaria plaza, pues, de seguro, no hubieran sabido contestar.

Es más: en la ciudad propiamente dicha, más allá del puerto, un turista cualquiera habría observado que reinaba el mismo silencio y abandono. Del otro lado del Cuerno de Oro (profunda indentación abierta entre el antiguo Serrallo y el desembarcadero de Top-Hané), en la orilla derecha, que se une con la izquierda por medio de tres puentes de barcas, todo el anfiteatro que formaba la ciudad de Constantinopla parecía dormido. ¿Por ventura nadie velaba entonces en el palacio del Serrallo? ¿No había ya creyentes, ni peregrinos en las mezquitas de Ahmed, de Beyazid, de Santa Sofía ni en la de Suleimán?