DIARIO I
Coímbra, 3 de enero de 1932.
SANTO Y SEÑADejen pasar al que hace su andada,dejen pasaral que va lleno de noche y luz lunar.déjenle pasar y no le digan nada.
Déjenle, que va apenasa beber agua de Sueño a cualquier fuente;o a coger azucenasa un jardín que conoce, allí enfrente.
Viene de la tierra de todos, donde moray adonde vuelve después del amanecer.Déjenle pasar, pues, ahora
que va lleno de noche y de duelo.Que va a seruna estrella en el suelo.
Vila Nova, 7 de noviembre de 1934. Hoy ha terminado todo. Como siempre, me he quedado hecho trizas. Cuando ya no era posible hacerse ilusiones, me aferraba a una todavía mayor y… esperaba. Es algo que nunca he podido destruir en mí: la idea de que un ser, desde que nace, ya tiene el derecho (y la obligación) de vivir los sesenta años de la media. Por lo menos los sesenta años de la media. Muchas veces me ha sucedido de ir a casa por vacaciones y ver a mi padre sembrar. Después, veía cómo despuntaba el maíz o el lino. Y, aunque sabía que aquellas vidas eran efímeras, volvía al sembrado las vacaciones siguientes y quedaba desolado al ver que, en lugar de lino o maíz, había un patatal espeso. Y le preguntaba a mi padre: «¿Y el lino que había aquí?». «Lo recogimos en agosto, hijo.» Efectivamente, el lino madura en agosto. Durante los cortos meses que la naturaleza determina, le saca al sol todo el calor que puede y se llena de él. Luego da señales de cansancio y muere.
Pero este pequeñito todavía no había bebido ningún rayo de sol. Todavía estaba en su primera semana. No tenía ni el tallo sobriamente fibroso, ni la flor azul y delicada, ni la semilla parda y madura. Y por todo eso, al llegar a la habitación, tuve la sensación más dolorosa de mi vida. Allí estaba, todavía no había sido sustituido por cebada o centeno, pero estaba a punto. La madre, deshecha en llanto. Y él, muy blanco, muy discreto, de cara a la pared, renegando de espaldas de todos los medicamentos inútiles desparramados en la mesita de noche.
Un médico ni siquiera puede llorar. Tan solo puede coger el bracito delgado y tibio, presionar la arteria inerte y quedarse unos segundos apretando los dientes. Luego salir sin decir nada.
¿Quién conoce una palabra para momentos así? Una palabra que un médico pueda decirle a esta madre, que le ha entregado a la vida un hijo vivo y la vida le devuelve un hijo muerto.
Coímbra, 6 de febrero de 1935. ¡El sino de los hombres! Dentro de treinta años nadie sabrá que Gary Cooper existió. Y, sin embargo, la escena de la flor que he visto hace poco en una película suya es tan bella como la Venus de Milo, como la Victoria de Samotracia, como un himno de san Francisco de Asís.
Grabar, rayar, esculpir, cavar en una piedra, en un papiro, en un papel, pero, en última instancia, escribir: es la única manera de eternizar la expresión.
Coímbra, 8 de febrero de 1935. Hoy me gustaría escribir un bello poema, fuerte, cálido, luminoso, desbrozado, en honor a la vida. Y es que, sin saber por qué, hace tiempo respondí con palabras de un optimismo impresionante a un joven poeta que me mostraba su deca