Nuestro teatro de títeres no ha tenido una academia pedagógica que haya funcionado de manera permanente, tampoco una tradición milenaria como la de otros países. Los actores titiriteros, diseñadores, dramaturgos, y directores de este tipo de teatro e incluso los teóricos que han querido profundizar en este arte, se han hallado frente a un sinuoso río plagado de los más escabrosos meandros.
¿Qué deberíamos asumir o rescatar de la relación actor-animador o de la dirección del teatro de títeres realizado hace cincuenta años, cuando comenzó la historia del género titiritero profesional en Cuba? Pues creo que mucha información, cuantiosa experiencia legada de generación a generación, más las acciones imprescindibles y definitorias de escuelas como las de Güira de Melena y el Parque Lenin en los años sesenta y setenta, respectivamente, el diplomado del Instituto Superior de Arte en el Periodo 1999-2006 y, sobre todo, las escuelas potenciales que han sido los grupos de teatro de toda la isla.
Al graduarme del Instituto Superior de Arte de La Habana (ISA), en 1987, en la especialidad de arte dramático, había pasado cinco años bajo la tutela de la profesora Ana Viñas1 y fui a formar parte, por decisión personal, del prestigioso grupo Teatro Papalote de Matanzas. Ya había estado un par de veces en la ciudad yumurina para ver sus puestas en escena, en viajes organizados por el Instituto, también los había visto en sus presentaciónes en La Habana, durante los festivales de teatro para niños de 1983 y 1985. René Fernández, director artístico y general de la referida agrupación, era reconocido entre el alumnado y los profesionales del retablo como un joven maestro, portador de un talento natural y una imaginación sin límites, que había resurgido con una fuerza descomunal, tras las vicisitudes padecidas en el quinquenio gris.
Teatro Papalote era considerado el mejor sitio del país para que un egresado, en este caso yo, realizara una especie de postgrado sobre la manifestación titiritera. Ese fue, en principio, el proyecto ideado por Mayra Navarro —por entonces especialista del Departamento de Teatro para Niños del Ministerio de Cultura—, pero nunca llegó a materializarse… al menos, de aquella manera. Después de mi trabajo actoral como estudiante junto a Ana Viñas, mi único intercambio de trabajo junto a un director profesional ha sido al lado de René Fernández, durante doce años como actor del elenco artístico de su agrupación.
Okín pájaro que no vive en jaula, resultó el nuevo montaje unipersonal que Fernández comenzó a levantar conmigo y, paralelamente, asumí varios roles del repertorio habitual del conjunto yumurino y este fue el preludio de lo que constituiría mi aprendizaje técnico como actor titiritero. Primero interpreté una jutía juguetona y de breves apariciones enHistoria de lo que ocurrió en un huerto escolar; fui la piedra Kisimba de la obraNokán y el maíz; el personaje Agueíto de la obra de títeres para adultosEl gran festín y, finalmente, el camaleón de la puestaLa nueva mensajera, personajes todos con técnicas de animación diferentes, las que iba aprendiendo durante los ensayos de reposición de esos montajes. La jutía era un títere de guante, Kisimba un elemento escénico manipulado, Agueíto un títere gigante de técnica mixta: parte marote, parte varilla y tambiénbunraku y el camaleón, un guante parlante. Yo era osado —lo sigo siendo— como casi todos los jóvenes, y siempre supe que lo que quería hacer era teatro de títeres, por tanto, no me fue difícil aprehenderme a la piel de estos roles, tan lejanos