A consecuencia de la copia admirable de puertos que goza la Isla, daré con brevedad alguna noticia de las buenas y abundantes salinas que también tiene, de cuyo beneficio, como escribe don Francisco Orejón, le ha tocado bastante parte, proveyéndola la naturaleza sin auxilios del arte de un género tan preciso y precioso para la vida humana, y con tanta prodigalidad que, sin motivar falta al abastecimiento necesario de sus poblaciones, puede comunicarlo a otras del continente americano: como lo hace en ocasiones al reino de la Nueva España, en donde es más apreciable nuestra sal que la de las provincias de Campeche o Yucatán, por ser más blanca, más pura y de mejor grano.
Las salinas más principales de la Isla son las de Guantánamo, en la costa del sur, y la de la Punta de Hicacos en la del norte, que distará veinticuatro leguas de esta ciudad a barlovento, correspondiendo en ellas la abundancia y la calidad del grano, no siendo inferior la que se coge en el cayo llamado de Sal; pero éste, aunque muy cercano a nuestra costa, está separado del continente de la Isla, en que se diferencia de las expresadas.
No debo omitir entre las demás circunstancias de ella que ya he referido, y he de continuar en este capítulo, hacer alguna memoria de la naturaleza y costumbres de los indios en ella, sobre que hablan con uniformidad nuestros cronistas, asentando, sin discrepancia sustancial, eran de humor pacífico, dóciles y vergonzosos, muy reverentes con los superiores, de grande habilidad y aptitud para las instrucciones de la fe, bien dispuestos y personados, y de graciosa forma y hermosura, y que en la labor y construcción de sus casas y poblaciones gastaban curiosidad y policía.
El Padre Torquemada los favorece tanto, que habiendo celebrado su policía civil y otras generosas propiedades, no dudo decir parecía en su trato y sincerid