ELLE NARRADORE
Había una vez dos mejores amigos. Uno nacido en la riqueza y privilegio de la ciudad de Valle del Lago en el país de Mejikech. El otro, de clase trabajadora, y aunque le faltaban cosas de vez en cuando, tenía todo el amor de su madre soltera.
Alí del Valle Kota, el privilegiado, tenía expectativas impuestas por sus padres desde el momento en que decidieron empezar una familia. Sería un hombre de bien, estaría en las mejores escuelas, se casaría con una dama de buena familia, y traería solamente orgullo a sus progenitores. Su naturaleza encantadora floreció desde que empezó a sonreír. A donde quiera que fuese, era recibido como el príncipe que su madre sabía que él era. Como a su padre le gustaba el tenis, lo inscribió a clases particulares el momento en que pudo sostener su primera raqueta.
Santiago Sandoval Chávez, oSanti, cómo le llamaría su madre de cariño, tenía otras expectativas: que fuera genuinamente feliz. Desde una temprana edad, él mostró interés por los musicales, los vestidos de princesas, y las muñecas que vestían lo último en la moda. Su madre, Sonia Sandoval Chávez, sabía que éstos gustos en un niño serían un reto para él en la sociedad, pero el amor, la aceptación, y los postres para los malos ratos, serían lo suficiente para que su hijo, o hija si así se identificaba, cumpliera con sus expectativas.
¿Cómo fue que estos dos niños tan diferentes se volvieron mejores amigos?
Todo comienza con una promesa.
—¡Qué no soy niña! —exclamó Santi a la tierna edad de los seis. Dos niños se burlaban de él por haber llevado a una muñecaMonster High a su primer día de primaria—. ¡Devuélveme a Frankie!
Los niños no dejaban de aventarse a la muñeca de un lado al otro, mientras el pequeñín de Santi corría tras ella.
—¡Atrápala,llorona! —le ordenó uno de sus abusadores, tirando a Frankie contra la pared.
Santi corrió a revisarla en el suelo.
—¡Su brazo! —exclamó tomando la extremidad que se desprendió del cuerpo de su muñeca.
—¿Vas a llorar otra vez?
—Es lo único que hace —se burlaron los abusadores, dejándolo solo en el salón.
Santi, con lágrimas en los ojos, intentaba anclar el brazo de su muñeca donde originalmente estaba.
—Eso no va a funcionar —le aseguró Alí, un año mayor que él, entrando al salón el día en que se conocieron—. ¿La puedo ver?
Santi no sabía si debía de temerle, o si en verdad quería ayudarlo. Alí, notando el miedo en su mirada, sacó de su mochila un muñeco del Hombre Araña, el cual tenía un brazo un