1. La narración de las emociones
Tres mitos acompañan lo que podríamos definir como la narración histórica y novelada de las emociones: el héroe llora, el científico estudia fríamente y el monje reza e invoca. Si repasamos la forma en que el hombre ha descrito este ámbito de la experiencia desde los albores de la civilización hasta nuestros días, nos encontramos constantemente con estas tres perspectivas: romántica y pasional, rigurosa y científica, religiosa y de fe. Desde la óptica romántica, las emociones son el motor y el sentido mismo de la existencia, para bien o para mal; para la ciencia tienen que ser diseccionadas, analizadas y mantenidas a raya con la razón y la objetividad; para la fe religiosa las emociones deben expresarse con morigeración y deben estar sometidas a la ley de Dios.
El héroe llora tanto de dolor como de emoción (Nucci, 2013). Homero fue el primero en construir un relato épico: Aquiles se desespera y derrama todas sus lágrimas por la muerte de Patroclo antes de desatar su implacable venganza; Odiseo llora cuando encuentra después de tantos años al fiel Argo, el perro que ha cuidado a su familia en su ausencia y que ahora puede dejarse morir dulcemente en el abrazo afectuoso del amo.
En el transcurso de los siglos, la literatura ha celebrado el carácter pasional del héroe, la potencia de las emociones que lo impulsan en sus gestas y lo alteran en su dinámica más íntima. Lo mismo sucede en las otras artes: pintura, escultura, música, teatro y danza se basan en la representación del drama, del éxtasis y del placer irrefrenable. Si contemplamos la variedad de sus expresiones, las emociones son tanto el objeto como el resultado del arte: el artista expresa sus emociones más fuertes a través de laperformance, produciendo en el público un efecto análogo. Nadie puede permanecer indiferente ante laPiedad de Miguel Ángel, un nocturno de Frédéric Chopin o los poemas de Giuseppe Ungaretti.
Desde siempre el arte ha sido vehículo de la emoción y de su expresión: sin embargo, por no ser nunca neutro y estar siempre influenciado por la fe, las ideologías, la moda o las exigencias sociales, en cada época, ha privilegiado unas experiencias emocionales más que otras. A pesar de estas diferencias, las emociones más elementales y primitivas, y por lo tanto las más potentes, siguen constituyendo el principal objeto del arte: dolor y sufrimiento, gozo y placer, ira y crueldad, miedo y terror, por encima de las peculiaridades históricas. Al arte, desde siempre, se le ha permitido todo, incluso bajo tiranía: aunque sometido a las ideas dominantes se toleran sus expresiones más que a cualquier otra producción humana. La «licencia artística», por la que a menudo llegamos a considerar arte incluso lo que no lo es, permite que al artista se le perdone casi todo, precisamente porque expresa un mundo que no está sometido al rigor y al respeto a las reglas, es decir, al universo de las emociones más viscerales y su efecto sobre el obrar humano. Justamente por eso, el arte muy a menudo anticipa las intuiciones y los descubrimientos de la ciencia, como sostenía Sigmund Freud (Freud, 1967a): «La descripción de la vida interior del hombre [del poeta] es precisamente su campo específico, y él siempre ha sido el precursor de las ciencias y también de la psicología científica». Esto indica que la visión romántica-pasional de las emociones expresada en la producción artística del hombre no solo debe estar relegada al ámbito expresivo y artístico, sino que más bien ha de ser tenida en cuenta por los científicos como fuente de intuición y comprensión indispensable para no quedar atrapados en esquemas rígidos y estrictamente controlados. «A lo