: Jane Austen
: Orgullo y prejuicio
: RUTH
: 9789590309649
: 1
: CHF 6.10
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 460
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Una de las grandes historias que ha trascendido el paso del tiempo y que ha cautivado a los lectores de diversas generaciones; no hay mejor manera de calificar esta novela de Jane Austen. Pudiera ser por su prosa ágil y cautivadora; también por tocar temas universales como la amistad, la familia; pero sobre todo, por la fascinante historia de amor que vence todas las barreras sociales y se sobrepone a las diferencias y a las tergiversaciones. En la Inglaterra de principios del siglo XIX existía una realidad: las mujeres que no eran ricas tenían que «casarse bien». ¿Esa es la aspiración de Elizabeth, una mujer que sueña con la felicidad más allá de la riqueza? ¿Bastarán sus anhelos y su verdad para vencer sus miedos y su vanidad, y poder ser feliz con el hombre que ama? Al leer Orgullo y prejuicio nos adentraremos en el alma y pensamiento de seres humanos como cualquiera de nosotros.

Jane Austen (1775-1817) fue una destacada novelista británica. Seis obras y unas cuantas cartas bastaron para que esta mujer se convirtiera, en el mundo de la literatura, en una de las escritoras británicas más célebres de todos los tiempos. Muchos críticos afirman que con Austen surgió un nuevo estilo de novela, que difería de los anteriores en los temas que trataba. De su autoría son Sentido y sensibilidad (1811), Orgullo y prejuicio (1813), Mansfield Park (1814), Emma (1815) y las novelas póstumas La abadía de Northanger (1818) y Persuasión (1818).

CAPÍTULO VI


 

Las señoras de Longbourn no tardaron en ir a visitar a las de Netherfield, y estas devolvieron la visita como es costumbre. El encanto de la señorita Bennet aumentó la estima que la señora Hurst y la señorita Bingley sentían por ella; y aunque encontraron que la madre era intolerable y que no valía la pena dirigir la palabra a las hermanas menores, expresaron el deseo de profundizar las relaciones con ellas en atención a las dos mayores. Esta atención fue recibida por Jane con agrado, pero Elizabeth seguía viendo arrogancia en su trato con todo el mundo, exceptuando, con reparos, a su hermana; no podían gustarle.

Aunque valoraba su amabilidad con Jane, sabía que probablemente se debía a la influencia de la admiración que el hermano sentía por ella. Era evidente, dondequiera que se encontrasen, que Bingley admiraba a Jane; y para Elizabeth también era evidente que en su hermana aumentaba la inclinación que desde el principio sintió por él, lo que la predisponía a enamorarse de él; pero se daba cuenta, con gran satisfacción, de que la gente no podría notarlo, puesto que Jane uniría a la fuerza de sus sentimientos moderación y una constante jovialidad, que ahuyentaría las sospechas de los impertinentes. Así se lo comentó a su amiga, la señorita Lucas.

—Tal vez sea mejor en este caso —replicó Charlotte— poder escapar a la curiosidad de la gente; pero a veces es malo ser tan reservada. Si una mujer disimula su afecto al objeto del mismo, puede perder la oportunidad de conquistarlo; y entonces es un pobre consuelo pensar que los demás están en la misma ignorancia. Hay tanto de gratitud y vanidad en casi todos los cariños, que no es nada conveniente dejarlos a la deriva. Normalmente todos empezamos por una ligera preferencia, y eso sí puede ser simplemente porque sí, sin motivo; pero hay muy pocos que tengan tanto corazón como para enamorarse sin haber sido estimulados. En nueve de cada diez casos, una mujer debe mostrar más cariño del que siente. A Bingley le gusta tu hermana, indudablemente; pero si ella no lo ayuda, la cosa no pasará de ahí.

—Ella lo ayuda tanto como se lo permite su forma de ser. Si yo puedo notar su cariño hacia él, él, desde luego, sería tonto si no lo descubriese.

—Recuerda, Eliza, que él no conoce el carácter de Jane como tú.

—Pero si una mujer está interesada por un hombre y no trata de ocultarlo, él tendrá que acabar por descubrirlo.

—Tal vez sí, si él la ve lo bastante. Pero, aunque Bingley y Jane están juntos a menudo, nunca es por mucho tiempo; y además como solo se ven en fiestas con mucha gente, no pueden hablar a solas. Así que Jane debería aprovechar al máximo cada minuto en el que pueda llamar su atención. Y cuando lo tenga seguro, ya tendrá tiempo para enamorarse de él todo lo que quiera.

—Tu plan es bueno —contestó Elizabeth—, cuando la cuestión se trata solo de casarse bien; y si yo estuviese decidida a conseguir un marido rico, o cualquier marido, casi puedo decir que lo llevaría a cabo. Pero esos no son los sentimientos de Jane, ella no actúa con premeditación. Todavía no puede estar segura de hasta qué punto le gusta, ni el porqué. Solo hace quince días que lo conoce. Bailó cuatro veces con él en Meryton; lo vio una mañana en su casa, y desde entonces ha cenado en su compañía cuatro veces. Esto no es suficiente para que ella conozca su carácter.

—No tal y como tú lo planteas. Si solamente hubiese