Carmen Urpí
Hay sin duda, en la naturaleza, cosas que todavía no han sido vistas Si un artista las descubre, abre un camino a sus sucesores.
PAUL CÉZANNE
A finales del verano de 2020, mientras todos presenciábamos cómo la emergencia mundial provocada por la pandemia de la COVID-19 parecía instalarse indefinidamente y nos obligaba a toda la población a realizar el esfuerzo por adaptarnos a una ‘nueva normalidad’, que a duras penas resultaba normal, surgió la idea de publicar este libro colectivo sobre creatividad y bienestar. Por aquellas mismas fechas, en que las noticias giraban a diario en torno a las cifras de contagios y fallecimientos, la muerte por cáncer de una de las figuras pedagógicas más influyentes del inicio del nuevo milenio, el británico Sir Ken Robinson, pasó desapercibida. Sin embargo, su resonancia en las redes sociales los días siguientes a su fallecimiento alcanzó la notoriedad merecida, cuando el video de su conferencia TED aumentaba rápidamente a más de 66 millones de visitas, llegando en la actualidad a más de 72 millones. Su título formula la siguiente pregunta:¿Las escuelas matan la creatividad?
En su magistral exposición, con buenas dosis de sentido del humor y gran capacidad de oratoria, Robinson trata de señalar el problema central que la mayoría de países encuentra a la hora de reformar sus sistemas educativos. Según él, la escuela, como servicio público que responde al derecho a la educación, todavía se encuentra atrapada en la inercia de las causas ilustradas que la originaron. Por este motivo, su misión queda reducida a la alfabetización de la ciudadanía en lugar de extenderse hacia su finalidad creativa y participativa en la vida humana. Las reformas educativas deberían poner el acento en la finalidad creativa de la educación para lograr la mejora de sus resultados y el consiguiente impacto social a medio y largo plazo.
Debemos considerar, por tanto, que el valor de la alfabetización es básicamente instrumental, en el sentido de que prepara al alumnado para desenvolverse con autonomía dentro la sociedad y contribuir en sus avances. El objetivo de la alfabetización responde a la posibilidad de participar activamente en la sociedad, culminando dicha participación cuando es coincidente con la manifestación creativa de las propias capacidades y talentos. Entonces, las personas sienten la plenitud de estar creciendo y desarrollándose en la dirección correcta, integradas dentro de una sociedad inclusiva que las apoya y requiere para el bien común. Por eso, es responsabilidad de las sociedades proporcionar contextos educativos y sociales adecuados para el despliegue de capacidades y talentos personales a lo largo de toda la vida y en todos sus ámbitos, desde el paso en la infancia y juventud por la escuela y la universidad hasta la promoción en la vejez de actividades participativas, pasando por el apoyo a la vida familiar y al desarrollo profesional como ámbitos de crecimiento y creatividad.
En este sentido, la creatividad da sentido de finalidad a la alfabetización. Si la democratización de la escuela impulsada por la Ilustración se resolvió básicamente como una cuestión de cantidades, la mejora actual de la educación requiere no solo de cantidades sino, sobre todo, de cualidades, porque no se trata de instruir a masas homogéneas de individuos sino de educar a personas singulares y diversas entre sí, capaces de contribuir creativamente con sus propios talentos en la marcha de la sociedad. En este sentido, cabe recordar a otro gran educador que en la última década del siglo xx protagonizó la reforma del currículo norteamericano respecto de la educación artística y estética, Elliot W. Eisner. Según este autor, la realidad está compuesta de cualidades que no siempre pueden explicarse en términos de lenguaje lógico-matemático y que solo podemos expresar y comprender mediante formas narrativas y artísticas como la literatura, la música, la pintura, la poesía, el cine, etc. Los artistas saben muy bien que su trabajo no tendría razón de ser si pudieran comunicar su obra mediante el discurso del lenguaje lógico-verbal.
Por consiguiente, reducir la alfabetización al lenguaje científico o paradigmático —en términos de Jerome Bruner— pone en riesgo al propio pensamiento humano, pues este es también capaz de imaginar, intuir, adivinar realidades que trascienden el razonamiento lógico-matemático. Decía Albert Einstein que la lógica nos lleva de la A a la Z, pero la imaginación nos lleva a todas partes. Recientemente se han celebrado 100 años desde que este brillante científico recibió el premio Nobel de la Física el 10 de diciembre de 1921. Según él, en la cuna del verdadero arte y la verdadera ciencia se encuentra la experiencia emocionante del misterio, una de las experiencias más bellas posibles. Sería absurdo describir todo científicamente, decía, describir la sinfonía de Beethoven como una variación de la presión de las ondas auditivas.
En definitiva, la alfabetización misma está en juego si esta no contempla la multiplicidad de lenguajes a través de los cuales se genera y avanza el pensamiento humano: visual, corporal, musical, poético, narrativo. Junto con el conocimiento científico, las artes son para el ser humano otro modo de conocer la realidad, son la man