LA VIDA DE ARTIGAS 2
—orígenes de Artigas 2—
Probablemente, Artigas 2 fue el hombre que más decidió los destinos sociales y políticos de Sudamérica, y de su patria, la República Oriental del Uruguay.
Su nombre de origen fue Artigas Pérez Larrobla, hijo de Damocles Pérez Bustamante, y de Delfina Larrobla Mengalez.
Nació en el departamento de Río Negro, en un pueblo rural que queda a treinta kilómetros de la ciudad de Fray Bentos.
Su padre era peón rural, y se dedicaba al sector lechero, ordeñando los vacunos. Su madre era trabajadora doméstica, y ejercía labores de limpieza y cocina en la estancia donde trabajaba su marido.
Artigas fue el quinto hijo de ocho hermanos, y tenía además seis medios hermanos más por parte de su padre. Sin embargo, estudiando las biografías de sus parejas, y a través de recientes estudios de ADN, se concluye que Artigas fue el único hijo verdadero de Damocles, un hijo nacido por falta de precaución, mientras que el resto de sus supuestos hermanos y medios hermanos suyos parece que le fueron adjudicados a Damocles Pérez por todas sus parejas, sin que él se diera cuenta, y no dudara.
Artigas y su familia pasaron por diversas penurias económicas y familiares, y tras la separación de sus padres, cuando Artigas tenía catorce años, se fue a vivir a Montevideo.
En esta nueva ciudad, Artigas, que ni siquiera sabía tomar el autobús, comenzó a trabajar como ayudante en una carpintería de barrio, y dormía en la casa de un amigo, pagando un suavizado alquiler.
Artigas sufrió grandes penurias económicas, y como carecía de dinero para pagar el boleto del autobús, tenía que ir caminando a su trabajo.
En ese momento, Artigas contemplaba con envidia a aquellos pasajeros que, en las paradas del bus, tomaban el autobús y se dirigían sin tener que caminar a sus trabajos y hogares. Esta situación le generó cierto disgusto de origen clasista. Desde entonces, Artigas se propuso mejorar su situación para poderse pagar un boleto de autobús.
Unos años más tarde su situación mejoró mucho, consiguiendo trabajo en una panadería como amasador. Artigas pudo ir al trabajo pagándose un boleto de bus. Esto le hizo sentir cierto orgullo y satisfacción personal hacia quienes no estaban en su posición.
Sin embargo, él veía con indignación cómo mucha gente viajaba en taxi. Era algo que él no podía darse el lujo de hacerlo.
Artigas sintió un resentimiento hacia quienes tomaban los taxis, y se propuso, un día, conseguir dinero y tomarse un taxi.
Así, durante casi dos años, Artigas fue ahorrando dinero, con el propósito de tener una cuantiosa suma de dinero, que le permitiera, un fin de semana, poder ir al cine a ver una película, e ir y volver en taxi.
Con este proyecto en mente, Artigas ahorró durante mucho tiempo, privándose hasta de lo más elemental, hasta conseguir una suma fabulosa para la época, de trescientos cuarenta y tres pesos con cincuenta centésimos.
Artigas calculó la distancia que había entre su casa y el cine, y calculó el precio que saldría el recorrido de esas cuadras en taxi, el costo de la entrada de cine, y el trayecto de vuelta.
Lleno de satisfacción y gloria, el día señalado fue a realizar su plan, y se tomó un taxi.
Sin embargo, una vez dentro del taxi, empezó a comprobar con horror que el taxista no iba por el camino que él tenía previsto, sino por otro más prolongado.
El taxista iba por un trayecto más prolongado, y que, además, estaba lleno de semáforos de por medio. Con horror, veía que se sucedían unas a otras las fichas del recorrido a pagar del taxi.
Él increpaba al taxista, y este siempre tenía alguna excusa para justificar su recorrido.
Como resultado de ello, llegó al cine más tarde de lo previsto, y después de abonar una cuantiosa suma por el recorrido.
Con el dinero que le quedaba, fue a la taquilla del cine a pagar la entrada de la película, que ya había comenzado, pero no le alcanzó el dinero. Buscaba, ante los ojos del taquillero, alguna moneda en sus bolsillos, pero no la encontró. Al no tener más dinero, tuvo que renunciar a ver la película.
Tampoco le quedaba dinero para volver otra vez en taxi, ni siquiera en autobús, así que tuvo que volver a su casa caminando.
Como él había sido ambicioso, y había elegido un cine que quedaba muy lejos de su casa, tuvo que recorrer toda la ciudad, de punta a punta, caminando, para llegar a la una de la mañana a su casa, totalmente desfallecido.
En ese ínterin, Artigas odió la codicia y materialismo del taxista, y de todos los taxistas. Odió el hecho que lo haya engañado, su perfidia, que lo hayan obligado a ir por un camino más largo en vez de ir por la línea recta.
Entonces, al comprobar la cantidad de gente que tomaba taxis, llevó la cuenta de a cuanta gente engañaban esos codiciosos taxistas, y cuánto dinero robaban por cada viaje, a cada persona, y lo multiplicó por el número de días por año que trabajaban.
Se dio cuenta que los taxistas eran todos unos estafadores, unos ladrones, y unos embusteros, pérfidos y materialistas.
Odió con toda el alma pues, a los taxistas, a su mentira, hipocresía y materialismo.
Pero Artigas estaba sumido en la más grande miseria económica. Tenía dos trabajos, y trabajaba, además, horas extras en ambos, y apenas tenía dinero para tomar unos mates o comer polenta con cebolla frita, en la pensión en la que vivía.
—todos los reinos y principados de este mundo—
Fue un día, cuando él estaba tomando cerveza en un local bailable, donde pasaban música tropical, que a él tanto le gustaba, cuando, en medio de tanto bullicio, vio un trasero gigantesco, que casi se parte, de una muchachita divina, que lo volvió loco.
Él se volvió loco por ella, pero era pobre y feo, pero la comenzó a encarar. Ella era una prostituta de barrio, de nombre Eva Domínguez, más conocida como “La Chola”. Al cabo de un tiempo, comenzaron a salir juntos.
Artigas estaba totalmente obsesionado con el cuerpo divino de esa morenita que lo volvió loco. Tras unos meses de noviazg