3. Fray Luis de León en la poesía renacentista
3.1. La estética del Renacimiento
La literatura de la época se enmarca, como señalábamos más arriba, en el nuevo concepto de la cultura. Arrumbado el ideal caballeresco, las artes y las letras se convierten en terreno propio delhombre universal, ya sea como productor o simplemente como receptor, y no buscará en ellas sobre todo la transmisión de lo útil, lo moral o lo religioso, sino que aspirará nada menos que a lograr la belleza ideal. Y ello a través de un procedimiento, laimitación, y una filosofía, elneoplatonismo.
El artista del Renacimiento no pretende la originalidad, o mejor dicho, no persigue en su obra lo que hoy entenderíamos por originalidad. Aunque es posible tomar la realidad como punto de partida, el idealismo renacentista reconoce la existencia de uncanon, o modelo perfecto, al que el artista intentará acercarse a través de la imitación. Un intelectual de la talla del Brocense escribía en 1574:
no tengo por buen poeta al que no imita a los excellentes antiguos. Y si se me pregunta por qué entre tantos millones de poetas como nuestra España tiene tan pocos se pueden contar dignos de este nombre, digo que no hay otra razón sino porque les faltan las ciencias, lenguas y doctrina para saber imitar (la cita procede de A. Prieto,La poesía del sigloxvi, p. 303).
Resulta evidente que, así entendida, la imitación no está al alcance de cualquiera, pues no sólo implica un caudal importante de conocimientos, sino unarecreación personal desde los modelos de partida. En este sentido, tanto los autores como los tratadistas repitieron con frecuencia la diáfana metáfora de la abeja que elabora su propia miel libando de muchas flores, que se remontaba, parece, nada menos que a Aristófanes (siglov a. C.), pasando por Lucrecio, Horacio, Séneca (sigloi a. C.)..., hasta llegar a Petrarca, A. Poliziano (1454-1494), B. Tasso (1493-1569) o P. Ronsard (1524-1585). Es, por lo tanto, unaimitación compuesta, como la ha designado F. Lázaro Carreter, que el artista de genio transformará en una creación personal, al verter en una forma nueva y única el contenido de temas y motivos muy repetidos otópicos.
La práctica del procedimiento resulta indisoluble del fundamento que lo sostiene; se imita lo que es perfecto, se imita para acercarse a un ideal de belleza a través del arte, se imita para revivir una realidad preexistente... No podremos comprender la estética del Renacimiento sin conocer algo de la doctrina platónica que la sustenta. En efecto, varios humanistas italianos del sigloxv, y muy especialmente Marsilio Ficino (1433-1499), contribuirán de manera decisiva a difundir las ideas de Platón y a conciliarlas con el pensamiento cristiano. Veamos algo de todo ello.
En Platón (sigloiv a. C.), las cosas presentan dos realidades: una verdadera o esencial, que es suidea y preexiste desde la eternidad, y otra aparente o existencial, la que los hombres conocen, que no es más que un reflejo (imperfecto) de la idea (perfecta). Este reflejo o apariencia aspirará a la perfección de las ideas, inconscientemente en las cosas y conscientemente en los hombres, cuya alma sentirá un anhelo imperioso de conseguir la armonía y el bien supremos, que residen en Dios. Así, el universo, como creación divina, es algo perfecto y armonioso, y el hombre lo será también en la medida en que se integre en esta armonía cósmica. Un camino para este ascenso es el estético: la contemplación de lo bello en cualquiera de sus realizaciones –y obviamente en la creación artística y literaria– eleva al alma hacia el ideal de belleza y, por tanto, hacia la divinidad.
3.2. La lírica renacentista
La filosofía platónica, o neoplatónica, se consolidó en toda Europa de la mano del petrarquismo, esto es, de la amplísima influencia que ejerció la obra de Francesco Petrarca. Directamente se difundió y se imitó su poesía amorosa, pero indirectamente sirvió de vehículo para toda una serie de acuñaciones que desbordaron con mucho los cauces de la temática del amor. Más aún: el ejemplo de Petrarca y sus seguidores mostró cómo los autores modernos eran capaces de alcanzar, en las lenguas vulgares, logros poéticos que podían parangonarse con los de griegos y latinos en la antigüedad. Una auténtica revolución.
Bien es verdad que la Edad Medi