: Lucetta  Scaraffia, Silvia Pérez
: Francisco, el Papa americano
: PPC Editorial
: 9788428833585
: 1
: CHF 9.00
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: Christentum
: Spanish
: 136
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
De Bergolio a Francisco, pasado y presente de una elección histórica. El 13 de marzo de 2013 se hizo historia: por primera vez el papa era un americano: argentino, nacido en una familia de emigrantes italianos, un puente entre el Antiguo y el Nuevo Mundo. Además, de una orden religiosa, un jesuita, siguiendo una elección de vida madurada progresivamente desde los 17 años. Y un tercer elemento inédito: nunca un pontífice había tomado el nombre de 'Francisco', que expresa universalmente la radicalidad evangélica del 'poverello' de Asís. Estas páginas explican todo esto: desde el origen de su familia y su infancia, los años de la dictadura, la consagración episcopal, su trabajo en las villas, su papel esencial en el Documento de Aparecida... hasta el 'campanazo' de Francisco, con sus hitos, luces y sombras. Escrito por dos vaticanistas que le conocen bien y prologado por Giovanni Maria Vian, director de L'Osservatore Romano. Se incluye un texto escrito por el propio Bergoglio sobre su vocación.

Silvina Pérez es periodista. Ha trabajado en programas de información y política interior para las cadenas italianas '7' y 'Rai', y tiene una larga trayectoria ocupándose de la realidad económica, social, política y eclesial de América Latina.Lucetta Scaraffia (Turín, 1948) es una historiadora y periodista italiana. Profesora de Historia Contemporánea en la Universidad La Sapienza, de Roma, se ha ocupado especialmente de la historia de las mujeres e historia religiosa, con particular atención a la religiosidad femenina. Colabora en los diarios Il Sole 24 Ore y Il Messaggero. Es, desde 2007, miembro del Comité Nacional [italiano] de Bioética. En 2012 fundó, y desde entonces dirige, Donne Chiesa Mondo, suplemento mensual de L'Osservatore Romano (publicado en España por la revista Vida Nueva), dedicado a las mujeres de todo el mundo, particularmente a su relación con la Iglesia. Actualmente dirige la edición española de L'Osservatore Romano, el diario oficial de la Santa Sede.

INTRODUCCIÓN


 

La tarde del 13 de marzo de 2013 se comprendió muy pronto que el «nuevo papa» era un «papa nuevo». Muy importantes eran los elementos de novedad representados por aquella elección, tan rápida como esperada, pero sobre todo sorprendente. Jorge Mario Bergoglio, el obispo de 76 años de Buenos Aires, era casi un desconocido, pero en pocos minutos, en medio mundo, se insistió en que, por vez primera, el pontífice era un americano, por vez primera era un jesuita, por vez primera había adoptado el nombre de Francisco. Hacía casi trece siglos que no había sido elegido como obispo de Roma una persona no europea.

En la Edad Antigua y Altomedieval, al menos once papas habían venido de las latitudes orientales o africanas del Mediterráneo; el último había sido un sirio, Gregorio III, muerto en el 741. Se confirmaba además la elección de un «no italiano», clamorosamente pedida después de casi medio milenio de pontífices italianos en el segundo cónclave de 1978, pues el último «extranjero», un flamenco, había muerto en 1523. En el año 1978 había sido elegido por vez primera un eslavo, el polaco Karol Wojtyla, de 58 años; y en 2005 había sido elegido el alemán Joseph Ratzinger, de 78 años: una sucesión geopolíticamente simbólica que, al final de un largo proceso marcado por progresivos acercamientos, se podía interpretar como curación definitiva de las cicatrices europeas dejadas por la Segunda Guerra Mundial, iniciada con la invasión de Polonia por parte de las tropas del Tercer Reich.

Madurada por el colegio de cardenales, la elección del arzobispo de Buenos Aires fue, por tanto, una elección audaz y rápida –un solo día de cónclave, como ocho años antes– para responder al trauma de la renuncia de Benedicto XVI. Esta había tenido lugar un mes antes, el 11 de febrero, y había sido efectiva, con la consecuente apertura de la sede vacante, a las 20 horas del 28 de febrero. A su vez, el gesto del papa alemán, de 87 años, había caído como un rayo en un momento de relativa calma, después de una convulsa estación de tempestades internas en la Iglesia: escándalos vergonzosos, fuga de documentos reservados dirigidos al pontífice (con el añadido de un proceso en el Vaticano y de una investigación conducida por una comisión cardenalicia), turbulencias y enfrentamientos en el pequeño mundo vaticano, entre polémicas y campañas mediáticas insistentes y, con frecuencia, manipuladas.

Se había difundido por aquellos días un clima que reclamaba unpapa angelicus,creencia nacida en el sigloXIII, que soñaba con un pontífice ideal necesario para la verdadera reforma de la Iglesia. Innumerables veces fueron repetidas en la televisión las imágenes de un extraño personaje vestido de saco y descalzo, inclinado bajo la lluvia helada de aquel día, esperando lafumata blancaen la plaza de San Pedro con un cartel al cuello donde se leía: «Papa Francisco». Ningún pontífice había tomado nunca este nombre, que en el latín medieval remitía a Francia y con el que el comerciante Bernardone llamaba a su hijo, bautizado como Juan. Un nombre, por tanto, extraño a la tradición judía y cristiana hasta la vida extraordinaria del santo de Asís, figura ejemplar que pareció a sus contemporáneos como un segundo Cristo –alter Christus–. Con el tiempo llegó a ser un nombre cristiano por antonomasia, porque expresaba universalmente la radicalidad evangélica vivida por san Francisco.

Al igual que las elecciones de Wojtyla y Ratzinger, tampoco la de Bergoglio estaba prevista, a excepción de poquísimos observadores, pero no por la gran mayoría de los periodistas especializados –los así llamados vaticanistas– en 1978 y en 2005, aferrados a imaginar motivos de carácter geopolítico que habrían excluido la elección primero de un polaco y más tarde de un alemán; sin embargo, ambas se hicieron realidad. Igualmente sorprendente fue la renuncia de Benedicto XVI, si bien, en 2010, el papa había hablado de forma realista de esta hipótesis en una larga entrevista publicada como libro por el periodista y escritor alemán Peter Seewald. Una eventualidad, la de la renuncia de un pontífice,