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MANEJAR LA PROPIA
VULNERABILIDAD
¡Estoy horrorizado!
No sé si el mundo está lleno de hombres
inteligentes que lo disimulan... o de imbéciles
que no se recatan de serlo.
MARC BRICKMAN
Una de mis compañeras de trabajo en la Unidad de Cuidados Paliativos del Centro San Camilo, médico, me cuenta: «Cada vez que hago un ingreso creo que me llaman a una película de cuyo guión me hago cargo, pero me salgo de la película. Veo el sufrimiento, pero no es el mío y me salgo. Es la muerte de los otros. No creo tener menos miedo a la muerte ahora que antes. Quizá más conciencia de lo que pueda ser. Yo creo que no me afecta por mecanismo de defensa. Hay una fase de acostumbramiento que ya he pasado. Al principio, en cambio, dormía con orfidal porque me habían soltado en el ruedo de todo el sufrimiento cuando hasta entonces yo había firmado solo dos certificados de defunción. Mi marido me decía que saliera de ahí porque me hacía sufrir. A veces me digo, al ver mi misma fecha de nacimiento: “¿Y por qué no me ha tocado a mí?”». En efecto, cada vez estoy más convencido de que una de las mayores dificultades para visitar al enfermo reside en la gestión de la propia vulnerabilidad del visitante.
En la visita al enfermo, en las relaciones en las que queremos ayudar a alguien que sufre, está en juego la persona del ayudante, que, lejos de ser un mero técnico, es unsanador heridoque se reconoce como tal al experimentar el eco del esfuerzo empático de entrar en el mundo del otro. Para realizar bien la visita al enfermo es necesario trabajarse a sí mismo.
Es el otro el que nos devuelve nuestra propia realidad, no solo la suya. Es el enfermo el que hace sentir en nosotros el eco de la vulnerabilidad que también como visitantes nos pertenece junto con el poder de comprender la alteridad.
Acogemos, hospedamos, entramos en el mundo del otro, y el nuestro se nos revela más claramente a la vez. Si no manejamos bien nuestra vulnerabilidad, necesitaremos unas veces orfidal; otras nos saldremos de la escena defendiéndonos no necesariamente de manera saludable.
Zambullirnos en el mundo del enfermo nos abre las puertas de nuestro propio mundo y nos permite apreciar las semejanzas entre ambos. Somos efectivamente mucho más parecidos de lo que dejan entrever la profesión, el censo, la pertenencia étnica o la misma cultura. Psíquica y existencialmente estamos construidos de la misma madera. Dentro de nosotros encontramos el significado del comportamiento del otro, que se convierte en potencial para ayudar si es bien utilizado. La yuxtaposición de dos experiencias, no ya únicamente la del enfermo, sino también la del visitante, da lugar a interpretaciones que fomentan la comprensión.
A esto conduce lo que Lipps denominaba «contagio emotivo». Carotenuto lo define como «simetría secreta», y Buber como «relación yo-tú», de persona a persona, de corazón a corazón.
Quirón y la metáfora del sanador herido,
aún por explorar
La imagen delsanador herido(que cada vez se emplea más en la literatura médica, psicológica y espiritual) sirve para poner en evidencia el proceso interior al que son llamados todos cuantos prestan ayuda a qui