En la reflexión moral y política, la filosofía occidental se ha apoyado durante mucho tiempo en un trasfondo religioso y, más en particular, judío y cristiano. En efecto, la Biblia ha constituido una referencia casi obligada, una fuente de símbolos, de mitos y de historias (salida de Egipto, idea de Alianza, proclamaciones proféticas, parábolas evangélicas, epopeya crística cargada de emoción y de referencias altamente simbólicas sobre la muerte y la resurrección…). Además, la historia de los siglos cristianos, con sus glorias y sus sinsabores, ha constituido también una fecunda matriz para el pensamiento, sin olvidar las posibles comparaciones, fundadas o arbitrarias, con la Grecia y la Roma antiguas.
Maquiavelo es incomprensible sin esta rica experiencia histórica, a partir de la cual sueña él una República cuyas premisas cree ver en la antigüedad y cuya imposibilidad actual atribuye al imperio de las virtudes cristianas de sumisión a las autoridades, pero también a la esperanza en un más allá que compense las desgracias del tiempo presente.
No puede leerse a Hobbes, tan decisivo para la filosofía moderna del Estado y tan típico en las relaciones de desconfianza por parte de laCommonwealthsoberana respecto de la religión, sin un conocimiento real de la experiencia de la Alianza de un pueblo (Israel) con su Dios; incluso la idea de contrato y de representación, tan esencial en cuanto matriz fundamental de una filosofía política que él pretendía que fuera nueva y propiamente científica, es herencia del viejo fondo bíblico que cita tanto en sus escritos; no se puede olvidar que dos de las cuatro partes de suLeviatánestán consagradas a la teología, con apoyos constantes en la Sagrada Escritura, ¡que tanto le sirve para desmarcarse de Aristóteles! Además, y siguiendo con Hobbes, hay que tener en cuenta el fondo luterano en el que tácitamente apoya su proceso intelectual, y esto en torno a dos puntos decisivos: el de la su-bordinación de la Iglesia, entendida como comunidad de creyentes y no como institución específica, a los príncipes temporales; y no menos importante, el de la insistencia en el individuo en cuanto tal, visto esencialmente como un ser que tiene miedo y desconfía del otro, y que debe mucho al nominalismo de la escuela teológica franciscana y, por tanto, a una cierta teología que confía en una razón excesivamente ambiciosa, arrastrada al poder del cálculo de sus propios intereses y que toma como criterio esencial su supervivencia física.
¿Cómo no ver tampoco que la dramática histórica que aporta la Biblia ha jugado un decisivo papel imaginario, simbólico y conceptual? La gradación de la historia a partir de un supuesto Edén primigenio, una exclusión fuera de esta situación, llamando a un pueblo para salir de la esclavitud bajo la férula de un líder (Moisés), la entrada en una tierra prometida y el sueño de una ciudad excluyente de la penuria, la hostilidad y la explotación mutua, todo ello retomado en la historia crística con muerte, resurrección y espera de un Reino por venir, son elementos constitutivos de todo pensamiento político. El famoso estado de naturaleza, cuyos intérpretes han tenido con frecuencia dificultad para comprender su alcance, ciertamente no es descifrable sin referencia a una situación primitiva de la humanidad, considerada bien como feliz en su quietud edénica (Rousseau), bien como trágica, si se toma como referencia la caída y el asesinato de Abel a m