La corrupción en sí no se perdona, porque es un pecado estructural y está ligado a un sistema injusto, que la Biblia llama satánico, identificándolo con las «bestias», a las que Ap 13 manda sin más al infierno. Ciertamente pueden ser perdonadas las personas corruptas; cuando cambian de mente y de conducta (que eso significa conversión, es decir,meta-noia),como anuncia Mc 1,14-15, pero nunca la corrupción en sí, porque es intrínsecamente mala, como ha mostrado con toda claridad Bernardo Pérez Andreo en este precioso libro.
Hay pecados personales de corrupción que pueden y deben denunciarse con nombre y apellido, pero la corrupción en sí, como estructura demoníaca, ha de ser superada y destruida sin posibilidad de perdón, como ha denunciado la Biblia en su conjunto, y de un modo especial el mismo Jesús cuando condena a la Mammona (Mt 6,24), vinculada a Belcebú, Señor de los demonios (cf. 12,24). Así lo ha visto también el apóstol Pablo en la carta a los Romanos.
Por eso, ante una situación como aquella que la Biblia ha denunciado, y que B. Pérez Andreo ha estudiado con toda precisión, no se puede acudir a la imagen manida de unas pocas manzanas podridas mientras que el «cesto», es decir, el sistema en su conjunto, es bueno y debe conservarse. Eso significa que no basta con separar unas manzanas malas y echarlas a la basura (o meterlas en la cárcel), para que siga todo, sino al contrario: las manzanas malas pueden recuperarse (perdonarse, reeducarse…), pero el sistema (el cesto) debe quemarse sin perdón ni misericordia, pues la misericordia es para personas, no para estructuras que destruyen a las personas.
Ciertamente, hay también manzanas podridas que pueden ser recuperadas, aunque ello sea difícil, como dice Jesús respondiendo a Pedro (nada es imposible para Dios: Mt 19,26), pero el sistema de corrupción estructural del poder o el dinero podrido, que está destruyendo la vida del conjunto de la humanidad, es imperdonable, y la Biblia le da el nombre de «diablo» o «Belzebú» (en esa línea, algunos pensadores como Th. Hobbes han hablado de Leviatán y Behemot).
Así lo ha puesto de relieve B. Pérez Andreo en este libro que recoge su experiencia y estudio, desde una perspectiva bíblica, económico-social, hispana y eclesiástica. No tengo autoridad para mediar en su discusión de detalle, aunque me parece muy significativa. Tampoco he podido analizar exegéticamente los textos de Biblia que aduce, aunque he visto que están bien escogidos y estudiados. Lo que quiero hacer es más sencillo y quizá más importante: puedo ofrecer dos comentarios o aplicaciones generales que sirven para situar el tema en un contexto filosófico más amplio; uno evoca el trasfondo apocalíptico de la corrupción estructural, y otro el origen y rasgos principales de la corrupción del poder en la Iglesia.
Corrupción estructural, la condena del Apocalipsis
Quizá el texto que ha estudiado y criticado con más fuerza la corrupción del sistema político-social, no solo en la Biblia, sino en el pensamiento de Occidente, sea el Apocalipsis, que retoma, desde la experiencia de Jesús y de la Iglesia antigua, algunos temas de la apocalíptica judía (no solo de Daniel, sino de otros profetas y testigos de la corrupción, como Isaías y Jeremías, Ezequiel y Zacarías). Mucho dijeron profetas y apocalípticos del tema, pero ninguno logró condensar los motivos y riesgos de la corrupción como Ap 13-17, con su visión de la «trinidad satánica», con dos bestias y una prostituta.
– La primera bestia es el poder/capital, entendido como anti-Dios (Ap 13,1-19) y «encarnado» en el Imperio romano. Parece un poder providente, ofrece beneficios a sus siervos y devotos, pero, conforme a la acepción que los cristianos daban al términomammona,es un «ídolo» que todo lo d