: Morgan Rhodes
: La marea de hielo
: Ediciones SM
: 9788467590944
: La caída de los reinos
: 1
: CHF 8.00
:
: Kinderbücher bis 11 Jahre
: Spanish
: 496
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
La lucha por el poder se extiende más allá del mar de Plata. Los límites se desdibujan: desaparecen las fronteras entre los imperios, el bien y el mal se confunden y la magia vaga por el mundo mortal.MAGIACada vez más presentes en la Mytica terrenal, los seres mágicos modelan y desvían las frágiles vidas de los humanos sin prever las consecuencias.AMORTortuosas e inesperadas, las pasiones sacuden a humanos e inmortales por igual, trenzando sus destinos.TRAICIÓNMientras se crean y se deshacen alianzas, la víbora invisible de la traición emponzoña incluso a los seres más cercanos.Una marea de hielo amenaza con inundar Mytica.Y su frío puede paralizar los corazones demasiado expuestos...

Morgan Rhodes vive en Ontario, Canadá. Desde que era una niña, siempre quiso ser una princesa -de las que sabe cómo manejar una espada para proteger reinos y príncipes de dragones y magos oscuros. En su lugar, se hizo escritora, una cosa igual de buena y mucho menos peligrosa.  Además de la escritura, Morgan disfruta con la fotografía, los viajes y los realities en televisión, además de ser una exigente y voraz lectora de toda clase de libros. Bajo otro pseudónimo, es una autora de bestsellers a nivel nacional con diversas novelas paranormales. La Caída de los Reinos es su primer gran libro de fantasía.

 

CAPÍTULO 1

MAGNUS

«Todas las mujeres son criaturas engañosas y letales. Cada una de ella es una araña colmada de ponzoña, capaz de matar de una sola picadura. Recuérdalo siempre».

De pie en aquel muelle limeriano, observando cómo la nave kraeshiana se perdía en la distancia, Magnus recordó la advertencia que su padre le había dirigido hacía tantos años.

El Rey Sangriento nunca había confiado enteramente en ninguna mujer. Ni en su reina consorte, ni en su antigua amante y consejera, ni en la inmortal que le susurraba secretos mientras dormía. Normalmente, Magnus ignoraba las lecciones de su padre; pero ahora se daba cuenta de lo acertada que era aquella frase. Lo que era más, había conocido a la mujer más engañosa y letal de todas.

Amara Cortas había robado un vástago –un orbe de aguamarina que contenía la esencia de la magia del agua–, dejando a su espalda una estela de sangre y destrucción.

La nieve caía con fuerza, azotando la piel de Magnus y amortiguando el dolor de su brazo roto. Aún quedaban varias horas para el alba, y la noche era lo bastante fría para matarle si no buscaba cobijo.

Y sin embargo, le resultaba imposible hacer nada más que escrutar las negras aguas, buscando en vano el tesoro que le habían arrebatado.

Al fin, fue la voz de Cleo lo que lo sacó de sus oscuros pensamientos.

–¿Qué hacemos ahora?

Por un momento, Magnus había olvidado que no se encontraba solo.

–¿Ahora, princesa? –masculló, viendo cómo el vaho de sus palabras cristalizaba delante de su boca al pronunciarlas–. Bueno, supongo que podríamos disfrutar del escaso tiempo que nos queda antes de que los hombres de mi padre lleguen y nos ejecuten.

En aquel país, todo traidor pagaba su crimen con la vida, aunque fuera el mismísimo heredero del trono. Y no cabía duda de que Magnus había cometido una traición al ayudar a la princesa Cleo a evitar su ejecución inminente.

Otra voz rasgó el aire helado:

–Tengo una sugerencia, alteza –dijo Nic–. Si ya has acabado de inspeccionar el agua en busca de pistas, ¿por qué no te zambulles y persigues a nado a esa alimaña traicionera?

Como de costumbre, el esbirro favorito de Cleo se dirigía a Magnus con un desprecio apenas disimulado.

–Si pensara que así puedo atraparla, lo haría –contestó él, con tanto veneno en la voz como su interlocutor.

–Recuperaremos el vástago del agua –dijo Cleo–, y Amara pagará por lo que ha hecho.

–Me temo que no comparto tu optimismo –replicó Magnus, mirándola al fin por encima del hombro.

Los bellos rasgos de la princesa Cleiona Bellos, tan familiares ya para Magnus, estaban iluminados por la luz de la luna y la de los fanales dispuestos a lo largo del muelle.

Magnus aún no lograba pensar en ella como en una compone