Escena I
ROSAURA, con ropas de hombre, baja por un empinado monte.[Nota]Viste traje oscuro y lleva al cinto una espada, que brilla al atardecer. El caballo que montaba la mujer se desbocó1y arrastró[Nota]a su jinete a lo más enmarañado del monte. Allí chocó con un árbol, lo que provocó que ella cayese a tierra, y prosiguió su loca carrera. Su sirviente buscó a su ama siguiendo las pisadas del caballo y la encontró aturdida por el golpe. Ahora, doloridos y fatigados, ateridos2, temiendo despeñarse, bajan el monte buscando un camino que los lleve a algún poblado. La mujer encabeza la marcha, y tras ella desciende su sirviente, de mucha más edad, que de vez en cuando tiende la mano y le da ánimos con su charla y sus bromas.
ROSAURA:Hipogrifo3violento
que corriste parejas con el viento,
¿dónde, rayo sin llama, bruto4sin instinto,
al confuso laberinto
de esas desnudas peñas
te desbocas, te arrastras y despeñas?
Yo, sin otro camino
que el que me dan las leyes del destino,
bajaré la ladera enmarañada.
Mal, Polonia, recibes
a un extranjero.[Nota]
Bien mi suerte lo dice:
¿y dónde halló piedad un infelice5?
CLARÍN:Di dos infelices, y no me dejes
aparte a mí cuando te quejes;
pues que dos hemos sido
que de nuestro país hemos salido
a probar aventuras,
y dos los que en el monte hemos rodado.
ROSAURA:No quise hacerte aparte
en mis quejas, Clarín, por no quitarte
el derecho que tienes al consuelo.
CLARÍN:¿Y qué haremos, señora,
a pie, solos, perdidos y a esta hora
en un desierto monte,
cuando ya enfila el sol a otro horizonte?
Las sombras de la noche han envuelto el monte mientras descienden. El frío del atardecer atenaza a los caminantes. De repente, entre la confusión de rocas y malezas, descubren una tosca torre de piedra, que casi pasa inadvertida entre los peñascos que hay a su alrededor.
ROSAURA:Si mi vista no sufre los engaños
que hace la fantasía,[Nota]
a la escasa luz que aún tiene el día,
me parece que veo
un edificio.
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