El supermercado más grande de mi barrio se llama Dos Torres.
No tengo ni idea de por qué se llama así, la verdad. Es un edificio de una sola altura, y no tiene ni una torre, ni dos torres, ni nada que se parezca a una torre.
Aquel domingo, toda la familia fuimos a comprar.
Con nosotros vinieron nuestras vecinas: Mari Carmen y su hija María.
De María ya he hablado antes.
Somos vecinos.
Vamos al mismo colegio.
A la misma clase.
Es muy simpática y muy guapa.
Siempre me gana a la Play.
Cuando me gana, sonríe y aparecen sus dos hoyuelos a ambos lados de la boca.
A mí me encanta mirar esos hoyuelos.
Aunque eso nunca se lo he dicho.
Su madre, Mari Carmen, es muy amiga de mi padre.
Muchos fines de semana hacemos planes todos juntos, como ir de excursión, o a visitar monumentos, o ir al zoo, o a muchos otros sitios.
–Venga, Sebastián, reconoce que hago la mejor paella con conejo del mundo –dijo un día Mari Carmen.
Ese domingo habían venido a comer a casa, y Mari Carmen había hecho paella.
–Ya te digo –respondió mi padre.
Luego, los dos se fueron a la cocina a fregar los platos.
–Tu madre está coladita por mi padre –dijo mi hermana mirando a María.
Ella enseguida contestó:
–¡Pero qué dices, si es al revés! Tu padre no hace más que mandar mensajes a mi madre a todas horas.
–Eso es mentira –respondió Susana–. Tu madre se pasa el día viniendo a nuestra casa con postres y comidas, buscando excusas para acercarse a mi padre.
–¡Por favor! –dijo María–. Pero si tu padre nos invita todas las semanas a alguna excursión o a dar un paseo por el campo o lo que sea.
–Bueno –intervine yo–. A lo mejor es cosa de los dos.
–¡Lo que me faltaba por oír! Que te pongas de su parte –dijo Susana–. Claro, como María también va detrás de ti, pues estás ciego. De tal palo, tal astilla. La madre y la hija persiguiendo a los Sebastián Balbuena, una al padre y la otra al hijo.
–¡Te has pasado, Susana! –dije yo, que me había puesto rojo como un tomate.
María miró a otra parte, sin decir nada.
–Vaya, vaya, vaya –dijo mi hermano Santi mientras chateaba por el móvil, tirado en el sofá–. Yo creía que eran papá y el enano los que estaban babeando detrás de las vecinitas.
–¡Santi! –dije yo.
–No le hagas ni caso –dijo mi hermana–. Santi no tiene ni idea. Son ellas dos. Además, mira: María se queda callada porque sabe que estoy diciendo la verdad.
–Si me quedo callada es por una sola razón –dijo María muy tranquila–: porque cuando una niña pequeña dice tonterías, es mejor no responder.
Susana y María casi siempre están picadas.
María solo tiene un año más que Susana, pero le encanta recordarle que es mayor.
Susana es un poco listilla y se mete con ella por cualquier motivo.
El caso es que se pasan el día discutiendo.
Yo intento no meterme en medio.
–¡Ja! –dijo Susana–. Pues que sepas una cosa: con mi hermanito Sebas no tienes nada que hacer. Todo el mundo sabe que le gusta Raquel Pastor, de 5º B.
¿¡Eh!?
¿Raquel Pastor?
¿A mí?
Raquel era una pelirroja de mi colegio con la que a veces iba a montar en monopatín, y una vez también habíamos ido juntos al cine.
Vale, otra vez había ido a estudiar matemáticas a su casa; pero eso no tiene nada que ver.
Raquel Pastor no me gustaba nada de nada.<