: Laura Gallego
: Crónicas de la Torre IV. Fenris, el elfo
: Ediciones SM
: 9788467543353
: Crónicas de la Torre
: 1
: CHF 4.90
:
: Kinderbücher bis 11 Jahre
: Spanish
: 322
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Fenris es un elfo muy especial, tiene poderes inexplicables y en las noches de luna llena se transforma en un ser extraordinario; su amor por Shi-Mae y su enfrentamiento con personajes poderosos del Reino de los Elfos marcarán sus aventuras. ¿Cumplirá su destino y llegará a la Torre, situada en el Valle de los Lobos? Libro que muestra fantásticas batallas entre seres sobrenaturales.

Laura Gallego García nació en Quart de Poblet, Valencia, el 11 de octubre de 1977. Con once años decidió escribir un libro de fantasía con una amiga. Tardó tres años en terminarlo y, aunque nunca se ha publicado, guarda un cariño especial a ese relato. Entonces ya tuvo claro que quería ser escritora y durante años envió sus escritos a diversos concursos literarios. Durante este tiempo estudió Filología Hispánica, especializándose en Literatura. Fundadora de la revista universitaria trimestral Náyade, ha sido codirectora de la misma desde 1997 hasta 2010. En la actualidad vive en Alboraya, donde continúa escribiendo. Su tesis doctoral gira en torno al libro de caballería Belianís de Grecia, de Jerónimo Fernández, publicado en 1579. Cuando contaba 21 años recibió el Premio Barco de Vapor 1999 por Finis Mundi. Fue su primer galardón y el comienzo como escritora profesional. Después vendrían más novelas y cuentos, muchos de los cuales han sido publicados por Ediciones SM: como Las crónicas de la Torre, La leyenda del Rey Errante (Premio Barco de Vapor 2002), o la saga Memorias de Idhún.En 2011 fue galardonada con el Premio Cervantes Chico, que reconoce la labor de autores de Literatura Infantil y Juvenil.   Sus libros se han traducido a varios idiomas y se venden internacionalmente.

I

EL ATAQUE


 
E

L SONIDO DE UN CUERNOse extendió sobre las copas de los árboles y ascendió hacia la luna llena que brillaba majestuosa en el cielo nocturno. Los Centinelas se apresuraron a colocarse en sus puestos y cargaron los arcos. El Paso del Sur, uno de los pocos accesos al Reino de los Elfos, estaba siendo atacado.

No era sencillo entrar en la tierra de los elfos, rodeada por lo que llamaban el Anillo, un círculo de frondoso e intrincado bosque, casi impenetrable, que la protegía de los extraños. Los Centinelas, encargados de vigilar aquella frontera vegetal, eran elfos medio silvestres que se movían con más comodidad en lo más profundo del bosque que en las elegantes ciudades élficas del corazón de su tierra. Si bien los demás elfos los consideraban salvajes y poco refinados para tratarse de elfos, sabían también que nadie conocía el Anillo como ellos, y que podían estar seguros de que su reino seguiría a salvo mientras la mirada vigilante de los Centinelas todo lo abarcara.

Aquella noche, el peligro era muy concreto. Corrían tiempos de escasez, y las tierras que rodeaban el Reino de los Elfos se habían agostado. Muchos animales habían acudido a refugiarse al frondoso bosque-frontera, que conservaba su frescura y su exuberancia gracias a los cuidados de los brujos y los druidas, y todos ellos habían sido bienvenidos. Sin embargo, los Centinelas tenían orden de no dejar pasar a ningún humano, a no ser que trajese un salvoconducto firmado por el Rey de los Elfos.

Pero no eran del todo humanos, ni tampoco exactamente animales, los que aquella noche trataban de asaltar el Paso del Sur, un desfiladero que abría una brecha en el Anillo y llevaba hasta un sendero que conducía al corazón del Reino. Estaba defendido por un baluarte compuesto por dos fuertes pero elegantes torreones, entre los cuales había un portón cerrado que los Centinelas vigilaban celosamente. Eilai, una joven Centinela de ojos ambarinos y largo cabello color miel, escrutaba el horizonte desde las almenas, con su arco a punto. Una veintena de sombras oscuras corría hacia ellos, ladrando y aullando.

–¿Es que no se rinden nunca? –murmuró, irritada.

A su lado, Anthor frunció el ceño.

–¡Licántropos! –escupió con desagrado–. Los detesto.

Los licántropos eran personas que podían transformarse en animales, pero en la mayoría de los casos la palabra se refería a los hombres-lobo. Era una anomalía que no se daba entre los elfos, y estos, que despreciaban a los humanos por considerarlos inferiores a ellos, no solían emplear la expresión «hombre-lobo», puesto que la encontraban ciertamente insultante para los lobos.

Eilai no respondió. Aquellas criaturas llevaban ya tiempo tratando de entrar en el Reino de los Elfos. El mes anterior se habían dividido y habían intentado penetrar en el Anillo por distintos frentes y por separado, ya que el intrincado bosque no permitía que entrasen todos a la vez. Los Centinelas, dueños y señores del Anillo, habían repelido el ataque, pero aquellos seres eran difíciles de matar, y ahora, un mes después, volvían a la carga empleando la estrategia contraria: un ataque frontal contra uno de los accesos principales del reino.

Los atacantes se acercaban. Anthor y Eilai tensaron sus arcos todavía más, pero no dispararon hasta que el Capitán dio la orden. Entonces, una lluvia de flechas cayó sobre los asaltantes, un grupo de enormes lobos que ya estaban a punto de cargar contra la puerta. Todas las saetas dieron en el blanco, pero las criaturas no las notaron más que si se tratase de simples picaduras de mosquito