Antes de continuar, será mejor que explique cómo he llegado hasta aquí.
Yo no vivo en la época del Imperio romano.
Ni voy al Circo Augusto todas las tardes, ni nada parecido.
En realidad, yo soy de un barrio de Madrid que se llama Moratalaz.
Lo que pasa es que...
Voy a decirlo directamente.
He viajado en el tiempo.
Ya sé que puede sonar un poco raro.
Pero es la verdad.
Yo mismo todavía no lo entiendo muy bien.
Fue un día en que estaba haciendo la compra con mi padre, mis hermanos y mis vecinas en el supermercado más grande del barrio, que se llama Dos Torres. Salíamos con unas bicicletas nuevas, recién compradas, y de pronto... ZAS.
Empezó una tormenta con rayos y truenos.
Todo ocurrió muy deprisa, y sin saber cómo, entramos en un agujero negro y caímos al vacío.
En pocos segundos aparecimos en Black Rock, un poblado del lejano Oeste, donde vivimos un montón de aventuras.
Poco después cayó otra tormenta y viajamos a un reino de la Edad Media, donde unos dragones casi acaban con nosotros.
Ya lo sé, es algo increíble que no tiene lógica. Pero es la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad.
Todo esto que nos ha ocurrido de los viajes en el tiempo y el espacio está relacionado con las tormentas eléctricas y los rayos. Pero aún no sé muy bien cómo ni por qué.
El caso es que mi padre, mi hermano Santi, mi hermana Susana, mi vecina Mari Carmen, su hija María y yo mismo vamos dando saltos en el tiempo, apareciendo en distintos lugares y épocas.
Espero que tarde o temprano podamos volver a casa.
Echo de menos muchas cosas.
Hace unos días, intentando encontrar el camino de regreso, volvimos a meternos debajo de otra tormenta y... ZAS.
ZAS significa otro agujero negro.
Esta vez íbamos todos a caballo.
Bueno, todos menos mi hermana Susana, que iba subida en un avestruz. Ya sé que tampoco es una cosa muy normal que una niña vaya en un avestruz, pero es que nada de lo que nos ocurre últimamente es muy normal.
Íbamos los seis galopando, bajo el cielo negro cubierto de nubes, persiguiendo una tormenta, cuando de pronto cayó un rayo muy cerca.
Todo se iluminó.
El suelo desapareció bajo nuestros pies.
Entramos en una especie de vacío sin fondo.
Caímos.
Caímos.
Y caímos...
Hasta que de pronto...
Aparecimos en mitad de un valle enorme a plena luz del sol.
A nuestro alrededor solo se veía la tierra desértica y unas colinas.
–¿Dónde estamos? –preguntó Mari Carmen.
–Hummmmmmm –respondió mi padre, oteando el horizonte–. Yo diría que... a juzgar por el color del cielo... y por esta tierra tan seca... creo que... podríamos estar en cualquier sitio, la verdad.
María y yo estábamos subidos en un gran caballo blanco. Ella iba agarrada a mi cintura, y yo sujetaba las riendas con la mano.
Ahora que había aprendido a montar, me parecía lo mejor del mundo. Cuando volviera a Moratalaz, si es que regresábamos algún día, a lo mejor podría enseñar a mis compañeros del colegio. Aunque, bien pensado, en Moratalaz no hay muchos caballos precisamente.
–¿A qué época hemos viajado esta vez? –preguntó Susana, agarrada al cuello del avestruz.
–¡Mirad! –exclamó mi padre señalando un pájaro que volaba por encima de nuestras cabezas con las alas extendidas–. ¡Es precioso! ¡Qué alas tan grandes, y qué pico tan hermoso y tan rojo, y qué... qué... qué cerca está...!
En un abrir y cerrar de ojos, el pájaro se echó encima de mi