Hoy día, la gente ya no cree en los ángeles. Bueno, hay quien piensa que son seres de luz que están aquí para ayudarnos y que, si les rezas de una determinada manera, te ayudarán a encontrar novio, a que te toque la lotería o a curarte las hemorroides. Pero eso no es creer en los ángeles.
Yo me refiero a los de la Biblia, los mensajeros de Dios. Ángeles como Miguel, que expulsó a los demonios del cielo. Como Uriel, que guardaba las puertas del paraíso armado con una espada de fuego, para desgracia de Adán y Eva. O como Metatrón, que tiene nombre de robot de anime japonés, pero que en realidad es el Rey de los Ángeles, el más poderoso de todos.
Ya nadie cree en esos ángeles. Dicen que son mitología, pero lo que ocurre en realidad es que están pasados de moda.
Sin embargo, hay gente que sí cree en los demonios. Y no los culpo. Basta con mirar a nuestro alrededor para ver lo mal que va el mundo. O aún más sencillo: basta con ver las noticias.
En el telediario da la sensación de que todo lo que sucede es malo. Resulta difícil creer en Dios, o en los ángeles, ante las imágenes de una guerra, una epidemia, una catástrofe natural... Es fácil creer que el demonio existe y que el infierno está mucho más cerca de lo que parece.
Pero eso no es justo. Vale, claro que pasan todas esas cosas malas, pero eso no es toda la verdad. También ocurren cosas buenas. Todos los días. Pero tendemos a ignorarlas.
Supongo que nos dan más morbo las cosas malas, las imágenes de violencia. Nos hacen sentir seguros en nuestras casas y cómodos en nuestras vidas, o nos hunden en la miseria y nos reafirman en nuestra creencia de que el mundo es una mierda.
Eso hace que la tarea de los ángeles sea mucho más difícil de lo que debería ser. Ya es bastante chungo tratar de arreglar este mundo como para que encima la gente no solo no valore tu trabajo, sino que ni siquiera crea que existes.
Porque los ángeles existen… y han existido siempre.
¿Que cómo lo sé?
Porque mi padre era uno de ellos.
Me llamo Cat.
En realidad, me llamo Caterina. Es el nombre que me puso mi madre al nacer, aunque no llegué a conocerla. Mi padre no hablaba mucho de ella, tal vez porque le producía demasiada pena. El dato acerca de mi nombre es una de las pocas cosas que logré sonsacarle, y quizá por eso tiene tanta importancia para mí.
De pequeña, me encantaba el nombre de Caterina. Lo encontraba fino, elegante, muy femenino. Un nombre adecuado para una señorita. A veces, cuando pasábamos por delante de uno de esos colegios pijos donde las niñas van vestidas de uniforme, me quedaba mirándolas y soñaba con ser como ellas, con tener amigas, vivir en una casa elegante, llevar ropa bonita y jugar conbarbies. Sí, como lo oís: de pequeña quise tener unaBarbie. En mi defensa alegaré que entonces era muy cría y que estaba cansada de la vida errante que llevábamos mi padre y yo, siempre andando de un lado para otro, sin poder echar raíces en ninguna parte.
Por eso me gustaba que me llamaran Caterina. Me parecía que era un nombre que encajaba muy bien con el tipo de vida que yo quería llevar. En cambio, mi padre me llamaba siempre Cat, y me daba mucha rabia. Recuerdo que discutía mucho con él por eso. O, mejor dicho, la que se enfadaba y discutía era yo. Mi padre se limitaba a mirarme con esa sonrisa suya y a revolverme el pelo con cariño. Y seguía llamándome Cat, porque, según decía, cuando me levanto por las mañanas, me restriego los ojos y bostezo como un gatito.
Ahora que él ha muerto, ya no quiero ser Caterina nunca más. Ahora, para honrar su memoria, voy a ser siempre Cat.
En teoría, los ángeles no pueden morir. Se supone que ni siquiera tienen cuerpo, que son espíritus puros que están en el mundo desde mucho antes de que el ser humano fuese creado.
Y es verdad. Lo que pasa es que a veces se transubstancian. O, dicho en otras palabras, se materializan, se crean un cuerpo, normalmente humano, para poder interactuar con nosotros, que