: Jordi Sierra i Fabra
: La estrella de la mañana
: Ediciones SM
: 9788467563719
: Alerta roja
: 1
: CHF 5.20
:
: Kinderbücher bis 11 Jahre
: Spanish
: 176
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Joma es un chico cuya vida familiar es difícil. Se enamora de una chica de buena familia. Escapan juntos ya que sus familias se oponen a su relación. La estrella de la mañana les guiará en su aventura. Pero los problemas no tardarán en llegar.

Jordi Sierra i Fabra nació en Barcelona el 26 de julio de 1947. Tiene una clara y firme vocación de escritor desde muy joven, pues confiesa que dio sus primeros pasos con tan sólo ocho años de edad. Con doce escribió su primera novela larga, de quinientas páginas. Sus padres se mostraron poco entusiasmados con esta actividad, puesto que no confiaban en la profesión de escritor como un trabajo con futuro. Cuando terminó el bachillerato empezó a trabajar en una empresa de construcción. Tuvo sus primeras incursiones profesionales en la música, otra de sus grandes pasiones. Fue uno de los fundadores del programa de la Cadena Ser 'El Gran Musical', y en 1970 abandonó los estudios para convertirse en comentarista musical, lo que le permitió viajar por todo el mundo con grupos y artistas del momento para cubrir sus actuaciones y escribir reportajes. Igualmente fue uno de los miembros fundadores de la revista Super Pop en 1977, dedicada a la música joven. En 1978, y tras nueve años, dimitió del puesto de director de Disco Expres, y fue finalista del Premio Planeta de Novela. Su dedicación a la literatura se incrementó entonces. En 1981 logró el Premio Gran Angular de literatura juvenil por El cazador, y repitió dos años más tarde con ...En un lugar llamado tierra. Volvió a hacerse con él en 1990 por El último set. A lo largo de su carrera ha obtenido cuantiosos galardones, como el Premio El Barco de Vapor de literatura infantil (2010), el Ateneo de Sevilla en 1979, Premio Edebé de Literatura Infantil (1993) y el de Literatura Juvenil (2006), el Premio A la Orilla del Viento de México (1999) y el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil en 2007 y el Premio Cervantes Chico en 2011, entre otros muchos. Ha impartido numerosas charlas sobre literatura infantil y juvenil, ocupación que sigue desarrollando aún hoy en centros de enseñanzas, bibliotecas y otras instituciones de España e Hispanoamérica. Cuenta con la Fundación Jordi Sierra i Fabra, creada en pos del fomento de la lectura y de la escritura entre los más jóvenes, la cual, desde 2006, entrega el premio literario que lleva su nombre para jóvenes escritores. Sus obras se sumaron una tras otra, al igual que los reconocimientos que ha cosechado a lo largo de su carrera. Algunos de sus libros han sido adaptados al teatro y al cine, y es uno de los autores más vendidos en nuestro idioma. Entre sus trabajos también encontramos numerosas biografías de artistas internacionales de rock, como John Lennon, Michael Jackson, Bob Dylan, The Beatles o Rolling Stones.

Primera Parte  

Prólogos y amores

1

En la pista, al compás de la música a todo volumen, el conjunto de chicos y chicas se movía con una cadencia uniforme. Se agitaba cada cual a su aire, y articulaban y desarticulaban el cuerpo de acuerdo con su propio estilo y el sentimiento que en ellos generaban las notas, pero a pesar de esas diferencias, todos y todas formaban un bloque compacto, homogéneo, sólido.

La discoteca estaba llena de miradas envueltas en una aparente indiferencia, el ritual de la busca y captura. Emociones atrapadas al vuelo y la fascinación siempre renovada por lo nuevo, la sorpresa. Miradas expectantes. Miradas vitales.

Aunque siempre había excepciones.

Beatriz hizo un gesto de fastidio.

—¿Qué te ocurre hoy? —le gritó Ivana.

Estaban en un extremo de la discoteca, con la pista bajo ellas, al final del desnivel de un par de metros que nacía a sus pies, pero aun así era necesario elevar la voz.

Beatriz se encogió de hombros.

—Apenas has bailado —insistió su amiga.

—Es lo de siempre.

—Estás muy tiquismiquis últimamente.

No respondió. Siguió paseando la mirada indiferente por todas partes, a derecha e izquierda por la pista y fuera de ella. Prácticamente las mismas caras, prácticamente los mismos actos rutinarios. Lorenzo, Paco, Chema, Luis, Néstor, amigos y conocidos. Y ellas. La insoportable Eva, la presumida Elvira, la cargante Violeta, la estúpida Carlota...

La música declinaba. Sólo era un punto de inflexión. El disco se enlazó armónicamente con el siguiente. Desde la cabina, suspendida por encima de aquel universo contenidamente enloquecido, eldiscjockeygobernaba sus cuerpos y sus mentes. Bailaba y se exaltaba en su pecera de cristal, movía los brazos, giraba sobre sí mismo, cantaba.

Amo y señor de aquel espacio y del alud sonoro que vertía ininterrumpidamente sobre su audiencia.

Las luces se apagaron en la pista; sólo quedó el fluctuanteflashblanco de las ametralladoras eléctricas que recortaba las siluetas de quienes bailaban. Cinco, diez, quince segundos, no más. El baño multicolor renació en el instante en que la música cambió y el tema aumentó su progresión rítmica, subiendo la batería, multiplicando el vértigo del bajo. La pista se llenó de adrenalina liberada.

Beatriz giró la cabeza al sentir un cosquilleo en la nuca.

Y entonces le vio.

El cosquilleo era debido a la mirada del chico, fija en ella. Los dos se observaron apenas tres segundos. Luego Beatriz volvió a girar la cabeza, pero la imagen ya estaba fija en su retina. La imagen de un muchacho alto, de cabello negro, ojos penetrantes, nariz recta, mandíbula cuadrada, labios carnosos.

Dejó pasar un minuto largo. El cosquilleo persistía, pero optó poíno moverse. Era uno de sus lemas: «No te precipites; espera siempre hasta el último momento». Eso hizo. Luego se acercó al oído de Ivana para decirle algo y así poder mirar de reojo.

—¿Qué hora es?

Él ya no estaba allí.

—¿Qué le pasa a tu reloj?

No respondió. Movió la cabeza describiendo un círculo en derredor suyo. No necesitó ampliar la inspección. Le localizó a unos diez metros, a su izquierda. Sólo era una nueva posición, y mucho mejor. Esta vez no se detuvo a observarlo; se limitó a una ojeada. Se dio cuenta de que el muchacho también apartaba la vista.

De todas formas la conexión estaba hecha.

Se inclinó una vez más sobre el oído de Ivana.

—Mira con disimulo a la izquierda y fíjate en ese chico de la cazadora y el pelo largo, el que está apoyado en la columna del fondo.

Pudo haber sido mejor, pero también peor. Ivana fingió buscar a alguien, comenzó por la derecha, estiró el cu