2Segunda semana
¡Hola, Juanjo! Como ves, aquí me tienes de nuevo, no he faltado a la cita. Les prometí a mis padres que vendría y aquí estoy. A mí me gusta hacer lo que pienso y cumplir lo que digo. Es mi forma de ser. ¿Te parece bien? Pues me alegro.
Oye, y hoy... ¿qué vamos a hacer? O mejor dicho, ¿qué vas a hacer conmigo? ¡Nada! ¿Cómo es posible? Yo pensaba que hoy... no sé, me pondrías un tratamiento, o algo por el estilo. Pensaba decirte que el tratamiento no fuesen inyecciones en el culo. ¡Cualquier cosa menos inyecciones en el culo! ¡Me dan pánico! Prefiero tomar toda clase de pastillas, o jarabes, o incluso ponerme un supositorio. ¡Pero inyecciones en el culo no! Y ahora tú me dices que no me vas a recetar nada. Bueno, pues me alegro; pero entonces, ¿qué vamos a hacer hoy?
¡Ah! ¿Quieres que te siga contando cosas? ¿Quieres saber todo lo que ocurrió hasta llegar a los cinco suspensos? ¿Solo eso? Por mí no hay inconveniente. Yo soy por naturaleza algo parlanchín, ya lo habrás notado.
Creo que la semana pasada nos quedamos en el momento en que mi tío Jacinto le dijo a mi padre que lo que tenía que hacer era quitar la carpintería y abrir un bar de esos en los que sirven la bebida en vasos de plástico y tienen la música a todo volumen.
¿Quieres saber cómo reaccionó mi padre? Pues te lo puedes imaginar.
—¡Tú estás mal de la cabeza! —le dijo a mi tío Jacinto.
—Piensa lo que quieras —se defendió mi tío—. Pero ya sabes que yo tengo buen ojo para los negocios. ¿Cuándo alguno de mis negocios ha funcionado mal?
—Pero yo no valgo para eso.
—Para eso vale cualquiera.
Recuerdo también que esa tarde mi prima Raquel y yo jugamos una partida de ajedrez en mi cuarto. A mitad de la partida. Raquel levantó la vista del tablero y me preguntó:
—¿Tú crees que tu padre hará caso al mío?
—¿Te refieres a lo de convertir la carpintería en un bar? —le pregunté también yo.
—A eso me refiero.
—Seguro que no. Mi padre nunca haría eso —en ese momento estaba convencido de lo que decía.
Luego, mi prima volvió a mirar al tablero y movió una pieza, creo que fue una torre.
—Jaque mate —me sentenció.
Consigo ganar pocas veces a mi prima al ajedrez. Juega muy bien. Ella, además, pertenece a un club de ajedrecistas y allí aprende muchas jugadas. Luego me las enseña a mí; pero no es lo mismo. Creo que aprender esas jugadas de primera mano te da cierta ventaja. Yo siempre las aprendo de segunda mano, por eso suelo perder las partidas.
Es una pena, Juanjo, que mi prima Raquel no venga conmigo. Entre los dos seguro que te contábamos mucho mejor todo lo que pasó. Ya te he dicho que es una chica muy lista. No es por presumir, pero creo que ella y yo somos los más inteligentes de la familia. Podría decirle que se viniera conmigo otro día. pero estoy pensando que sus padres no la iban a dejar. Es que cuando dices que vas al psicólogo, la gente piensa que estás un poco majareta. jAh, ya lo sabías! Claro, lo habrás oído decir por ahí. ¡Y no es verdad! ¡Por supuesto! Mírame a mí, yo no tengo nada de majareta.
Por la noche, a la hora de cenar, mi padre volvió a sacar el tema. Mis tíos, claro, ya se habían marchado.
—¡Vaya cosas que tiene tu hermano Jacinto! —exclamó.
Mi madre se encogió de hombros antes de responder:
—Pues algo de lo que ha dicho es verdad: todos los negocios en que se ha metido le han salido bien.
—No, si yo no discuto que tenga mal ojo para los negocios, ¡Menudo neg