Primer juego
15-0
CUANDO su abuela le abrió la puerta, ella ya había depositado las maletas en el suelo para lanzarse a sus brazos. El taxi se alejaba por el camino enlosado del jardín en dirección a la puerta de la verja. Nieta y abuela se abandonaron al sentimiento del reencuentro, dejando que las lágrimas fueran el único lenguaje de unión entre ellas a lo largo de los primeros segundos.
—Pequeña —consiguió decir al fin la abuela—, el sábado casi me da un infarto.
—¿Sabes? Cuando vi que aquel último golpe entraba, pensé en ti, abuela, sólo en ti, y por ti di aquel grito, aunque eso no se lo haya dicho a nadie.
—Vamos, será mejor que entres.
Virginia cogió sus dos maletas y la bolsa con las raquetas. Entró en la vieja y señorial villa rodeada de bosques y montañas y supo que, de alguna forma, lo acababa de conseguir.
Estaba a salvo.
Al otro lado del mundo.
—¡Dios mío! —suspiró—. ¡Cada vez que entro aquí, siento...! No sé, como un nudo en el estómago. Los olores, la paz...
—Y a tu abuelo saliendo del despacho para levantarte en brazos, ¿no?
Las dos miraron en la misma dirección, pero la puerta no se abrió. El abuelo ya no estaba allí. La sensación de que ya nada era igual se acrecentó.
La abuela fue la primera en recuperarse.
—Vamos, ven, cuéntame. Deja ahí las maletas. Ya las subiremos después a tu habitación y te instalarás. Ayer me contaste muy poco por teléfono. ¿Qué sucede?
La empujó con suavidad, pasando un brazo lleno de ternura por encima de sus hombros, y la obligó a sentarse en un gran sofá de la sala principal. El rostro de Virginia se ensombreció.
—En realidad..., creo que ni yo misma lo sé —reconoció.
—Puede que yo sí lo sepa —le aseguró su abuela—; por lo menos, conociendo a tu padre y todo lo que te envuelve: la presión, la resaca de Roland Garros... ¡Desde el sábado pasado no se habla de otra cosa!
—Necesitaba escapar de todo, ¿me comprendes? Todavía no sé si he hecho bien o mal, pero de pronto... ¡Oh, abuela!
Se refugió en sus brazos protectores. Permanecieron en silencio un momento. Al final, la abuela preguntó:
—¿Sabe alguien que estás aquí?
—Únicamente mamá. Tenía que comunicárselo. Me juró que no se lo diría a nadie, y mucho menos a papá.
—Entonces, tranquila. ¿Cuándo tienes que volver?
Virginia se separó de ella. Un algo muy parecido al miedo apagó el brillo de sus ojos.
—No lo sé —murmuró.
—Pero Wimbledon empieza dentro de dos semanas...
Virginia estaba muy cerca de volver a llorar.
La abuela, desde su experiencia, valoró todo lo que significaba la presencia de su nieta en su casa, el precio de su éxito y el sentido de su escapada.
—¡Oh, Virginia! —musitó—. Comprendo, cariño, comprendo.
Permanecieron las dos abrazadas durante un rato muy largo. Las palabras volvieron mucho más tarde.
Para entonces, el equilibrio de sus sensaciones había regresado a ellas.
15-15
Cerró la puerta de su habitación y dejó las maletas sobre la cama, pero no las abrió ni se preocupó de arreglar lo poco que había traído consigo. Sus ojos pasearon por las paredes tan llenas de recuerdos. Aquélla fue siempre «su» habitación; le pertenecía, aunque durmiese en casa de la abuela cada vez menos. Desde que cumplió los trece años y comenzó la locura: los viajes, los entrenamientos, el largo camino del profesionalismo...
Cuatro años... ¡Y cómo habían cambiado las cosas!
Una vida.
O, al menos, así le parecía a ella.
Se acercó a la ventana. La pista de tenis donde dio sus primeros raquetazos con su abuela y su madre quedaba prácticamente debajo. El rectángulo de tierra batida, protegido por una alta valla metálica, estaba tan a punto como siempre. Para Virginia continuaba siendo un reclamo mágico, vivo, el de los sueños que ahora, por la fuerza de los hecho