: Alfredo Gómez Cerdá
: Mateo y el saco sin fondo
: Ediciones SM
: 9788467561463
: El Barco de Vapor Roja
: 1
: CHF 5.20
:
: Kinderbücher bis 11 Jahre
: Spanish
: 152
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Baldo, un aspirante a escritor, por fin tiene entre las manos un personaje prometedor. El problema es que un buen día, el personaje desaparece sin dejar rastro. No es el único, porque nadie sabe dónde está una niña que trabaja en un circo. En realidad, uno y otra han sido secuestrados. Baldo tendrá que liberarlos. Para ello contará con la ayuda de la maga Melidora.

Alfredo Gómez Cerdá nació en Madrid, en el verano de 1951. Atraído por la lectura desde la adolescencia, estudió Filología Española, especializándose en Literatura. Comenzó escribiendo teatro, género en el que publicó y representó varias de sus obras en los años 70. Sin embargo, en los 80 descubrió la literatura infantil y juvenil y pronto conoció el éxito. Desde entonces ha publicado más de setenta títulos, varios de ellos traducidos a otros idiomas.Gómez Cerdá ha colaborado en prensa y en revistas especializadas, además de participar en numerosas actividades en torno a la literatura infantil y juvenil, como charlas, libro-fórum, programas radiofónicos, mesas redondas, conferencias, etc. Asimismo, ha formado parte de proyectos educativos realizados en Estados Unidos (Aprenda II, en San Antonio, Texas). Sus libros se venden en varios países de Europa, América y Asia. Ha escrito además varios guiones para cómic.Su labor literaria le ha reportado más de veinticinco galardones, entre los que se encuentran el segundo premio El Barco de Vapor 1982, el segundo premio Gran Angular de literatura juvenil en 1983, Premio Altea 1984, accésit del Premio Lazarillo 1985 y segundo premio de El Barco de Vapor del mismo año. En 1987 dos de sus libros (La casa de verano y Timo Rompebombillas) fueron incluidos en la Lista de Honor de la CCEI, y desde entonces ha repetido en numerosas ocasiones, casi cada año. En 1994 logró el Premio Il Paese dei Bambini de Italia, y en 1996 fue accésit del Premio de novela corta Gabriel Sijé. Se hizo con otro Premio Gran Angular en 2005 por su libro Noche de alacranes. Ese año también logró el White Raven de Munich. En 2006 fue Premio Fray Luis de León, mientras que en 2008 se hizo con el Premio Ala Delta, el Premio Lector 2008 y el prestigioso Cervantes Chico por el conjunto de su obra. 2009 le trajo de nuevo el White Raven, así como el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil.

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BALDOMEROBaladuque daba vueltas y más vueltas en su cabeza al hecho de que, después de quince años de tentativas, no hubiese logrado triunfar como escritor. Recordaba, una a una, las noches de insomnio provocado deliberadamente con litros de café, sentado a la mesa, ante el teclado de su portátil de última generación.

Por más que recapacitaba, no sabía realmente a qué achacar su fracaso, porque, si de algo no tenía la menor duda, era de que había fracasado. Y no una, sino innumerables veces.

Había perdido la cuenta de la cantidad de originales enviados a las editoriales, impresos a doble espacio y encuadernados con canutillo de plástico, y del dinero gastado en certificaciones de Correos. Era indiscutible que tenía un tesón a prueba de bombas. Uno tras otro, los originales le habían sido devueltos, en el mejor de los casos con unas rutinarias palabras de cumplido. La cruda realidad era que ningún editor había mostrado interés alguno por su publicación.

Había perdido también la cuenta de la cantidad de concursos literarios a los que se había presentado, por supuesto, sin éxito ni recompensa alguna. Ni siquiera un accésit de consolación. Ni siquiera un sonrojante tercer premio por haber nacido en la provincia donde el concurso se convocaba. ¡Nada!

–¡Baldomero Baladuque! –exclamó en voz alta Baldomero Baladuque. Y a continuación asintió varias veces con la cabeza, como si hubiera descubierto algo importante–. Ese es el problema: mi nombre. Debería utilizar, como han hecho otros escritores, un pseudónimo. Con este nombrecito va a ser difícil que triunfe. ¡Cómo no me habré dado cuenta antes!

Y entonces, decidido, agarró un cuaderno, lo abrió por la primera página y empezó a escribir una lista de posibles pseudónimos, jugando con las sílabas de su propio nombre:

Baldo Bala.
 Mero Duque.
 Baldo Duque.
 Mero Bala.

El que más le gustó fue el de Baldo Duque.

–¡Baldo Duque! –lo pronunció engolando un poco la voz–. Me gusta, suena... muy literario. ¡Baldo Duque! Desde ahora firmaré todos mis libros con este nombre.

De inmediato se dio cuenta de que en realidad firmaría con ese nombre su primer libro, si es que algún día llegaba a publicarlo.

Y Baldo Duque siguió pensando y pensando. Si ya había encontrado un nombre adecuado, ¿qué más necesitaba para triunfar? ¿O acaso le bastaba solo con el nombre? Recordó la última vez que había ido a la librería y repasó algunos de los títulos de los libros más vendidos, de esos que se apilan por centenares, formando auténticos torreones de papel. Sin duda, la estrella indiscutible era la última entrega de la serie deHarry Alfarero, que se había presentado un mes antes

–¿Qué demonios tendrá el dichosoHarry Alfareropara que se venda tanto? –se preguntó Baldo Duque.

Y, de repente, oyó una voz que respondió a su pregunta.

–Un niño huérfano –dijo la voz.

No es que hubiera alguien más con Baldo Duque en esos momentos. No, no; se encontraba completamente solo en su casa. La voz, digamos, salió de él mismo. Eso ocurre a veces. Nos hacemos preguntas en voz alta y nosotros mismos las contestamos sin darnos cuenta.

Baldo Duque se quedó un instante mirando al techo de su habitación, como si hubiera descubierto una grieta o una tela de araña. Luego sonrió exageradamente, lo que afeó su rostro, ya de por sí poco atractivo, y chascó los dedos de manera un tanto ridícula.

–¡Eso es! –gritó–. ¡Un niño huérfano! Un niño huérfano siempre es infalible. Las novelas están llenas de