: Andrew Forrester
: La primera detective
: Ediciones Siruela
: 9788419207951
: Libros del Tiempo
: 1
: CHF 8.70
:
: Krimis, Thriller, Spionage
: Spanish
: 312
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Llega Miss Gladden, la primera detective profesional en la historia de la literatura. Una lectura imprescindible para descubrir los orígenes del género policiaco. A lo largo de las siete narraciones de este volumen, conoceremos a la fascinante y decidida Miss Gladden, una mujer fuerte, misteriosa -sus circunstancias personales e incluso su nombre real nunca llegan a revelarse- y con unas habilidades para la lógica y la deducción que anticipan las del mismísimo Sherlock Holmes, con quien comparte además el desdén por la policía convencional y sus métodos. Ya sea para solventar casos de asesinato, de robo o de fraude, busca pistas concienzudamente, se introduce de incógnito en las escenas del crimen y rastrea a los sospechosos a la vez que se encarga de borrar bien sus propias huellas y de identificarse como detective solo cuando la ocasión de veras lo requiere. Publicada originalmente en 1864, cuando todavía no había mujeres policía en Gran Bretaña -y no las habría hasta cincuenta años después-, Andrew Forrester abrió una necesaria y fructífera vía al otorgar el protagonismo de su obra a la primera detective profesional en la historia de la literatura. Y al igual que el crimen y el engaño no han dejado de florecer desde entonces, tampoco lo han hecho la intuición y el ingenio que tan disfrutablemente nos ofrecen estas páginas. «Ya sea inspirada en hechos reales o completamente ficticia, está claro que la misteriosa Miss Gladden es ante todo una pionera, la primera detective».  Mike Ashley «Este libro de Andrew Forrester puede enorgullecerse por ser el comienzo de la rica e ininterrumpida tradición de la mujer detective en la historia de la literatura criminal». Alexander McCall Smith Proyecto financiado por la Dirección General del Libro y Fomento de la Lectura, Ministerio de Cultura y Deporte. Proyecto financiado por la Unión Europea-Next Generation EU

Andrew Forrester (Londres, 1832-ca. 1909) fue el seudónimo de James Redding Ware, prolífico dramaturgo, periodista y autor de exitosas novelas detectivescas.

Inquilinovitalicio

Con frecuencia nosotros los detectives —y cuando digo detectives, por supuesto, me refiero a hombres y mujeres— somos los primeros implicados en asuntos de gran trascendencia para ciertos individuos en particular y, en última instancia, para el público en general1.

Hace unas pocas semanas, sin ir más lejos, me topé con uno de esos casos.

Una dama bastante solitaria y discreta que vivía sola, con la única excepción de su ama de llaves, falleció súbitamente. Por extraño que parezca, su hijo llegó a la casa dos horas antes de que la dama exhalara su último aliento. La casa donde la muerte tuvo lugar estaba lejos de la ciudad y el hijo se vio obligado a regresar a Londres casi inmediatamente, por lo que tuvo que dejar la casa al cuidado, o mejor sería decir bajo la vigilancia, del ama de llaves ya mencionada (una mujer de reputación bastante dudosa en el vecindario de su difunta patrona).

Llegados a este punto y sin poner en tela de juicio el nunca bastante apreciado trabajo de los detectives de la policía, resumiremos en pocas palabras lo sucedido diciendo que, en el tiempo transcurrido entre la partida y el regreso del hijo, la casa fue eficientemente desvalijada.

Por supuesto, varios vecinos comunicaron al hijo sus sospechas con respecto al crimen que sin duda había sido cometido, y el caballero no tardó en convencerse de que en efecto habían sido víctimas de un robo.

Citaron al ama de llaves, la acusaron del crimen, que ella negó con insolencia, y de inmediato la dejaron marchar, no sin que la mujer amenazara antes con demandarlos a todos por difamación.

El hijo de la dama fallecida rehusó llevar a cabo ningún otro particular con el fin de resolver el robo, argumentando que no deseaba que el nombre y la muerte de su madre se vieran mezclados en procedimientos policiales y judiciales. De modo que dejó correr el asunto, a pesar de los considerables problemas que le acarreó la desaparición de ciertos documentos relacionados con la defunción de su madre.

Transcurridos cuatro meses la policía entró nuevamente en escena, y con una eficiencia que ilustra a la perfección el valor del cuerpo de detectives. Por supuesto, como es menester, la autoridad competente estaba al corriente del robo aquí referido, pero no podía intervenir a menos que alguien presentara una denuncia. No obstante, que no hubieran actuado no significaba que hubieran olvidado lo sucedido.

Cuando en un barrio tiene lugar un robo la consecuente orden de registro está garantizada. El registro se llevó a cabo, y en un cobertizo cercano a una casita propiedad de una pareja que el ama de llaves había declarado conocer y que había visitado la casa mientras esta estaba bajo la supervisión exclusiva del ama de llaves, fue encontrada una caja chica lacada en negro.

El detective que llevó a cabo dicho descubrimiento relacionó casi inmediatamente la caja con el robo en la casa de la dama fallecida; y al encontrar la inicial de su apellido grabada en la tapa tras un detenido examen se convenció hasta tal punto de que su conjetura inicial era acertada que, bajo su propia responsabilidad, decidió detener al inquilino de la casita en cuestión para interrogarlo.

El caso contra el pobre infeliz parecía claro. Gracias a una asombrosa serie de afortunadas deducciones y a una laboriosa investigación, la policía logró encontrar al hijo de la fallecida, y este a su vez halló en un llavero que perteneciera a su difunta madre una llave que abría la caja chica en cuestión, que de algún modo habían conseguido forzar sin llegar a romper la cerradura.

El caballero, no obstante, se negó a presentar ninguna denuncia, por lo que el prisionero salió libre tras el interrogatorio y el terrible susto que el arresto le había causado.

Quién de los dos, el caballero o el detective, cumplió con su deber hacia la sociedad es una cuestión que dejaré responder a mis lectores. Mi intención al sacar a relucir este ejemplo del funcionamiento del sistema detectivesco no es