Aun basando la actuación en la observación de los hechos, la valoración empírica y el análisis estadístico, cuando las disciplinas psicológicas se disponen a tratar el tema de la soledad parece que adoptan un enfoque dicotómico del tipo «bien/mal», «positivo/negativo», más próximo al de la filosofía y al de la lógica. Existen estudios y trabajos de investigación que demuestran que la soledad es fruto de una búsqueda interior y de un desarrollo de las capacidades mentales y las conductas evolutivas; otros estudios, por el contrario, muestran su carga patogénica y su compatibilidad con cuadros clínicos importantes, como, por ejemplo, la depresión y las manías persecutorias. También la bibliografía psicológica confirma la ambivalencia del fenómeno en las relaciones que el ser humano vive con su realidad. Sin embargo, más allá de esta cuasievidencia, la psicología se muestra muy poco precisa a la hora de definir las características de la soledad, describiéndola a veces como un estado de ánimo y otras como un sentimiento, incluso como una emoción y hasta como una dinámica relacional. Ya hemos visto que es un tema difícil de tratar, pero cabría esperar que la disciplina que se ocupa específicamente del hombre y de sus características no estrictamente biológicas nos iluminara algo más sobre la soledad como fenómeno psicológico, en vez de ofrecernos tan solo una débil llamita que solo alumbra los contornos de las cosas y deja amplios espacios de oscuridad. Por desgracia, esto es lo que sucede la mayoría de las veces cuando la psicología moderna, cuyos métodos de investigación tienden más a la cuantificación y a la rígida experimentación de laboratorio, se encuentra con fenómenos subjetivos y cualitativos para los cuales esos métodos de investigación son muy poco adecuados. Además, como en su parte clínica la psicología está sometida a la influencia de muchas y diferentes perspectivas teórico-prácticas (Nardone y Salvini, 2013), expresa observaciones y valoraciones a menudo completamente discordantes. Para un psicoanalista, la soledad de la relación consigo mismo representa una virtud, mientras que para un psicoterapeuta relacional es la antecámara segura de una patología; si para un gestáltico el contacto físico interpersonal constituye la clave de la salud psíquica, y para un cognitivista la reflexión y el frío análisis crítico son una ayuda para resolver las contradicciones internas, de ello se deduce que para el primero el aislamiento es patogénico, mientras que para el segundo es un medio para solucionar el malestar personal. Los ejemplos de discordancia entre las distintas perspectivas de la disciplina son tantos que se les podría dedicar un libro entero. A esto suele añadirse que quien se dedica a la investigación no se ocupa de sus aplicaciones clínicas y, viceversa, quien practica la psicoterapia raramente realiza investigación pura. En definitiva, cuando se trata de la «realidad humana», parece encarnarse la metáfora india de los seis ciegos alrededor de un elefante que, tocando cada uno una parte distinta del animal, creen poder deducir sus características. Para uno es algo largo, suave y elástico; para otro, una masa de músculos, mientras que, para un tercero, es algo torcido y largo con un hueso en el interior. Teniendo en cuenta estas premisas, trataremos de esbozar a partir de la investigación pura y de las reflexiones teóricas, de la práctica clínica y de la observación naturalista-etológica los rasgos más destacados de una psicología de la soledad.
Recientemente, dos importantes autores se han interesado por el tema: el primero es John T. Cacioppo (2008), que, desde su perspectiva cognitiva, explora los mecanismos de la soleda