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La necesidad del desarrollo de prácticas basadas en la evidencia en educación social
LLUÍS BALLESTER1, CARLOS ROSÓN2, ALBERT CABELLOS1
1Universitat de les Illes Balears, España.
2Universidad de Santiago de Compostela; Centro FAIA de Documentación e Investigación Social, España
1. Introducción
El enfoque de la práctica basada en la evidencia (PBE) se originó en el ámbito de las ciencias de la salud, en torno a la década de los años noventa del siglo pasado. El movimiento de PBE nace por diversos procesos coincidentes en el tiempo. Uno de los más relevantes es el acuerdo de Colaboración Cochrane (en honor a Archie Cochrane), basado en la revisión internacional de investigaciones más rigurosas desarrolladas en el ámbito de las ciencias de la salud, valorando especialmente las revisiones sistemáticas (Cochrane, 2011).
Su aplicación se ha extendido a otras disciplinas sociales y del comportamiento, entre ellas al trabajo social y la educación social. Ante la reciente atención que se da a la PBE en nuestras revistas académicas, congresos y reuniones científicas y de las organizaciones profesionales, un observador externo a la educación social podría fácilmente engañarse y pensar que quienes se dedican a la intervención socioeducativa, personas capacitadas profesionalmente, usan comúnmente la mejor evidencia científica disponible, en lugar de depender sobre todo de la sabiduría práctica, la tradición o el «sentido común» para decidir cómo desarrollar su trabajo de ayuda. Sin embargo, es más probable que una mirada más cercana a la literatura de PBE descubra artículos sobre por qué no la estamos desarrollando o argumentos de por qué deberíamos hacerlo, en lugar de descripciones de cómo se utiliza la PBE. El papel cada vez mayor de la investigación, en las pruebas de los programas de intervención, sugiere que los métodos científicos más rigurosos pueden estar eclipsando gradualmente las prácticas basadas en la tradición de intervención y el consenso profesional como fuente de acreditación. Cada vez más se observa cómo los profesionales sociales adquieren mayor conciencia de los límites de su experiencia y conocimiento, reclamando desarrollar prácticas basadas en evidencias sólidas. Muchos libros de trabajo social y educación social, a lo largo del presente sigloXXI, dedican atención a la PBE (Corcoran, 2000, 2003; Macdonald, 2001; Roberts y Greene, 2002; Springer, McNeece y Arnold, 2003; Thyer y Kazi, 2003). Sin embargo, la adopción de la PBE dentro de las profesiones sociales parece continuar a un ritmo lento, más lento en algunas áreas de práctica que en otras.
2. ¿Qué es la práctica basada en la evidencia?
Una de las definiciones más simples de la PBE es que se trata de la acreditación de los modelos de intervención basada en lo mejor de la ciencia disponible. Los elementos básicos de la PBE son, según Persons (1999: 2), las siguientes:
• Se basa en los datos de eficacia aportados por evaluaciones controladas, desarrolladas mediante modelos cuasiexperimentales. Explicita los objetivos de cambio, monitorea el progreso hacia los objetivos con frecuencia y modifica los planteamientos en función de dichas evaluaciones.
• Utiliza las revisiones sistemáticas de la literatura empírica para guiar la toma de decisiones. Es decir, valora las revisiones sistemáticas y los metaanálisis como referentes fundamentales para acreditar los programas y modelos de intervención.
• Explicita las hipótesis de trabajo e investiga para contrastarlas en condiciones diversas.
Si bien se trata de una caracterización orientada a la intervención, la mayoría de los criterios se podrían modificar para abarcar muchos aspectos de la práctica no centrada en la intervención directa con personas (por ejemplo, la práctica comunitaria, la gestión de organizaciones de tercer sector o de la administración, la gestión de la política social).
El criterio central de la PBE es apoyarse en la mejor evidencia científica disponible en un periodo concreto. También implica proporcionar a las personas con las que se trabaja o a los ámbitos en los que se desarrolla el trabajo (individuos, familias, comunidades u organizaciones) la información adecuada sobre la eficacia de las diferentes intervenciones y permitir que se puedan tomar las decisiones informadas de la mejor manera (Thyer, 2003). Esto es muy diferente del modelo de práctica tradicional en el que el profesional social rara vez buscaba evidencia empírica acreditada de la eficacia de sus intervenciones, en la que cuando se aportan opciones no se presentan acompañadas de las evidencias que permitan valorarlas.
El proceso de búsqueda de la mejor evidencia posible que permita incorporarla en la práctica profesional (intervención, gestión, prevención...), se basa