: Miguel Pajares
: El legado
: Editorial Alrevés
: 9788418584589
: Narrativa
: 1
: CHF 6.10
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 300
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Cuando el hacker Tony Barcino recibe el encargo de investigar los archivos de Arcadio Rosales, científico de renombre mundial fallecido en extrañas circunstancias, no puede imaginar que ese trabajo terminará por conducirlo a Pepa, la mujer que pondrá patas arriba su vida. Tony, cínico y osado, no quiere más ataduras que el sexo de una noche, pero Pepa Rosales se revela como una compañera a la altura de sus circunstancias: ella solo quiere que la ayude a hurgar en el pasado de su padre, Arcadio, a fin de dar con una misteriosa mujer de la que este nunca le habló pero que marcó su vida. Lo que ambos hallarán será el rastro de un gran amor que encaminará su investigación hacia las grandes corporaciones que explotan el continente africano en busca de «tierras raras» y a las que Arcadio se enfrentó en la lucha contra el cambio climático. Una lucha que Tony y Pepa no tardarán en comprenderlo, es su legado. En esta novela vertiginosa, en la que nada es lo que parece, con su fina ironía y su prosa certera y precisa, Miguel Pajares, doctor en Antropología Social, presidente de la Comisión Catalana de Ayuda al Refugiado y experto en Migraciones Climáticas, nos sumerge no solo en una trama adictiva, sino en un tema que domina a la perfección: cómo los intereses económicos de las grandes corporaciones inciden en la economía mundial, en la política y, por tanto, en las vidas anónimas de cualquiera de nosotros.

Miguel Pajares es antropólogo social y presidente de la Comisión Catalana de Ayuda al Refugiado. Su primera novela, Cautivas, publicada en el año 2013, fue finalista al Premio Nadal en su 68.ª edición y al premio a la mejor primera  novela de género negro en la Semana Negra de Gijón de 2014. El tema que en ella abordó fue la trata de mujeres. Con su segunda novela, La luz del estallido, continuó cultivando el género negro de denuncia social, adentrándose esta vez en el racismo más extremo. Ha escrito varios libros de ensayo y numerosos artículos. El primero de sus libros, La inmigración en España, se publicó en 1998, y después le siguieron otros ocho títulos, centrados en temas como la lucha contra el racismo, la inmigración, el asilo y los derechos humanos. En los veinticinco años que lleva trabajando sobre esos temas, ha sido asesor o miembro de distintas instituciones, como el Foro para la Integración Social de los Inmigrantes, el Comité Económico y Social Europeo, o el Sistema de Observación Permanente de las Migraciones de la OCDE.

CAPÍTULO SEGUNDO


Algo más que metales en el Congo


1


—Te noto nervioso —dijo Jack Darmond.

Arcadio Rosales no contestó, solo hizo un leve gesto de duda. Ambos estaban sentados en un austero banco de madera, situado en medio de un pasillo anodino y despintado de la sede del Departamento de Minas de la República Democrática del Congo. Pero tras unos segundos decidió dar la razón a Jack:

—Solo llevo una semana en el Congo. No conozco el terreno.

Cosa que era cierta a medias. Siete días era el tiempo que ahora llevaba en Kinsasa, eso era verdad, pero el terreno sí lo conocía. Veinte años atrás había pasado aquí un largo período para hacer su tesis doctoral, y después había seguido informándose constantemente sobre este país. De él lo sabía casi todo, al menos, casi todo lo relacionado con lo que le interesaba: la minería de metales. A Arcadio le gustaba decir que el Congo era el país más rico del mundo. No había otro con tanta abundancia en su subsuelo. Lo tenía todo, y por todas partes. Un monumental tesoro, incluyendo el oro y los diamantes que no pueden faltar en ningún tesoro —el Congo había producido el setenta por ciento de los diamantes que circulaban a nivel mundial—. Aunque eran otros los minerales que le daban más valor. Puede que, salvo el hierro, todos los metales que el mundo había necesitado habían sido proveídos abundantemente por este país. Cuando se necesitó cobre para desarrollar las redes eléctricas por todo el hemisferio occidental, a principios del siglo XX, o para la expansión posterior de los automóviles, de los ejércitos y de la industria en general, ahí estuvieron las enormes reservas del Congo, las mayores del mundo, listas para ser distribuidas entre los países industrializados; cuando se necesitó uranio para las primeras bombas atómicas, resultó que el Congo tenía el principal yacimiento del mundo en aquel momento —de este país procedía el uranio de las bombas que, casi acabada la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos decidieron lanzar sobre Hiroshima y Nagasaki—; cuando se supo lo importante que podía ser el cobalto para las tecnologías más avanzadas, armamentísticas, informáticas o energéticas, el Congo mostró sus reservas: más de la mitad del cobalto que había en el mundo; y ahora que estaba produciéndose la eclosión de los teléfonos móviles y se multiplicaba la necesidad de tantalio para los condensadores, el Congo brindaba generosamente su coltán: nada menos que el ochenta por ciento del que había en el mundo. Otros metales también estratégicos como el tungsteno, el estaño, el zinc, el litio, el germanio y algunos más también eran proveídos de forma abundante por el Congo. Este país había aportado unos sustentos imprescindibles para que en el mundo rico se produjera la segunda revolución industrial a principios del siglo XX y la tercera a finales. De todo esto Arcadio Rosales comenzó a hablar en su tesis doctoral de 1981, pero sobre todo lo había explicado en publicaciones posteriores. Sus contratos de trabajo y su hija Pepa lo habían mantenido más o menos anclado a Barcelona, pero el Congo —o el Zaire, como también lo llamaba hasta el año anterior— siempre ocupó un hueco privilegiado en su corazón. Lo consideraba algo así como el paraíso terrenal de los metales, sin los cuales no existiría la civilización occidental y mucho menos las nuevas tecnologías.

—No te preocupes, ella tampoco conoce el terreno —agregó Jack Darmond—. Solo lleva un mes en el cargo. Ni siquiera debimos aceptar esta reunión. Le pido un encuentro al ministro y me dice que hable con la viceministra recién nombrada. ¡Vaya mierda! ¿Qué puede saber sobre minas una niñata de treinta y cinco años? ¿Cuántos tienes tú, Arcadio?

—Cuarenta y seis.

—Pues entre tú y yo sumamos… ciento uno, casi el triple que ella. —Jack Darmond echó una risotada que acompañó con un rítmico temblor de su prominente barriga. Era un hombre alto y fuerte, y de su barriga decía que era una atracción irresistible para las mujeres. La lucía con orgullo, podría decirse. Aunque, en la semana que Arcadio llevaba aquí, ya había comprobado que las mujeres de las que hablaba Jack eran las prostitutas, muchas de ellas eslavas, de los clubs que frecuentaba. Le había oído decir que los noventa eran unos años maravillosos, que los clubs se habían llenado de preciosasnatashas por todas partes, y que Rusia esparcía su belleza femenina por el mundo como el Congo esparcía el brillo de sus metales.

Arcadio Rosales volvió a guardar silencio. Lo que afirmaba Jack sobre la viceministra de Minas no era del todo cierto, pero no tenía ganas de charla. Él había dedicado algunas horas a buscar información sobre esa mujer desde que supo que tenía que participar en esta reunión. Mayuma Nazali tení