: James W. Heisig
: Filósofos de la nada (2a ed.) Un ensayo sobre la escuela de Kioto
: Herder Editorial
: 9788425438363
: 1
: CHF 9.70
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: Allgemeines, Lexika
: Spanish
: 464
: kein Kopierschutz
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Tres intelectuales japoneses han sentido la fascinación del Extremo Occidente, pero en lugar de imitarlo servilmente, de combatirlo inútilmente o de organizar otra invasión se han dedicado a conocerlo profundamente. Es así como han descubierto primero para ellos y luego con repercusiones para el mismo Occidente uno de sus filones más ricos y profundos que llevaba el nombre griego de filosofía cuando ésta no se había aún escindido entre religión y sabiduría, ni convertida en opus rationis exclusivamente. Estos tres pensadores, que el autor escoge con acierto como los más conspicuos representates de la llamada 'Escuela de Kioto', se dedicaron a estudiar el pensamiento occidental sin resentimientos -cosa que ya prueba su magnanimidad conociendo la historia del colonialismo occidental. Digo con amor y sin animadversión, pero no sin prejuicios; han estudiado la filosofía occidental con el pre-juicio inevitable de su cultura propia. Dicho de otra forma: no podemos poner entre paréntesis nuestras convicciones más profundas. No podemos entender fuera de nuestras categorías. Entender al 'otro' exige más que buena voluntad; exige penetrar a través del logos en el mythos del otro. Esto significa ver al 'otro' no como un aliud sino como un alter: como la 'otra parte', la altera pars de nuestra misma persona -y no digo individuo. Para ello debemos participar en el mythos del 'otro'. Todos nuestros juicios emergen de un magma 'pre-juicial' que los hace posibles. James Heisig, el actual director del Instituto Nanzan de Religión y Cultura, incorporado a la Universidad de Nanzan en Nagoya, una de las mayores metrópolis japonesas, conoce en profundidad tanto el trasfondo japonés como el contexto euroamericano. Ello le permite hacer una síntesis magistral de las filosofías de estos tres grandes pensadores, ellos mismos fecundados por la filosofía europea.

Prólogo


Raimon Panikkar

Desde hace siglos el dinamismo portentoso del Extremo Occidente ha invadido al resto del mundo; primero con exploraciones que llamó descubrimientos; luego con explotaciones que denominó comercio; en tercer lugar con guerras que justificó como males menores; y finalmente con tecnologías que exportó como instrumentos para el «desarrollo». El paso y el peso del tiempo si no cicatrizaron todas las heridas, crearon anticuerpos que fueron penetrando en las venas de otras culturas, anticuerpos que demasiado a menudo emponzoñaron sus arterias, pero que de vez en cuando contribuyeron a simbiosis positivas.

El libro que tengo el honor de prologar es un ejemplo de ello. Su ejemplo es paradigmático, empezando por la lengua. No está escrito ni en el lenguaje original de la filosofía que nos presenta, ni en el idioma nativo de su autor. La lengua hispánica, tan escandalosamente pobre en este campo, debe un agradecimiento profundo a quien ha hecho un triple salto mortal para ofrecer un conocimiento de primera mano precisamente a aquella cultura que se enorgulleció de ir siempreplus ultra y que luego parece que se olvidó (¿o arrepintió?) de sus primeras «hazañas» —para quedarse rezagada en todo lo que se refiere al Oriente.

Este libro nos describe otra hazaña menos espectacular, pero no menos fecunda. Es un ejemplo de la «mutua fecundación» que considero el «imperativo cultural» de nuestra situación histórica. No podemos respirar por mucho más tiempo dentro del ambiente cada vez más enrarecido de una sola cultura, por global que pretenda ser.… Pero función de un prólogo es sólo la de decir unlogos previo, una palabra introductoria como presentación de la obra.

Tres intelectuales japoneses, filósofos los llamaría yo, han sentido la fascinación del Extremo Occidente, pero en lugar de imitarlo servilmente, de combatirlo inútilmente o de organizar otra invasión se han dedicado a conocerlo profundamente. Es así como han descubierto primero para ellos y luego con repercusiones para el mismo Occidente uno de sus filones más ricos y profundos que llevaba el nombre griego de filosofía cuando ésta no se había aún escindido entre religión y sabiduría, ni convertida enopus rationis exclusivamente. Estos tres pensadores, que el autor escoge con acierto como los más conspicuos representantes de la llamada «Escuela de Kioto», se dedicaron a estudiar el pensamiento occidental sin resentimientos —cosa que ya prueba su magnanimidad conociendo la historia del colonialismo occidental. Digo con amor y sin animadversión, pero no sin «prejuicios»; han estudiado la filosofía occidental con el pre-juicio inevitable de su cultura propia. Dicho de forma más académica: no hayepoché fenomenológica transcultural. No podemos poner entre paréntesis nuestras convicciones más profundas. No podemos entender fuera de nuestras categorías. Entender al «otro» exige más que buena voluntad; exige penetrar a través dellogos en elmythos del otro. Esto significa ver al «otro» no como unaliud sino como unalter: como la «otra parte», laaltera pars de nuestra misma persona —y no digo individuo. Para ello debemos participar en elmythos del «otro». Todos nuestros juicios emergen de un magma «pre-juicial» que los hace posibles. Y me voy a entretener por un momento en este pre-juicio.

Pocas cosas hay más fecundas para conocerse a sí mismo como conocer al otro. Cuando una civilización se encierra en sí misma sin interés por conocer a otra cultura, aparte de caer en un narcisismo ridículo, no acaba de conocerse a sí misma. Pero cuando los muros se derriban con demasiada violencia o las fronteras se abren con excesiva rapidez puede haber inundaciones dañinas. No pienso ahora en el muro de Berlín, en el muro financiero o en los embargos económicos actuales, sino en la situación del Japón cuando se abrió a Occidente escasamente tres años antes del nacimiento en 1870 del primer