PRÓLOGO
Este espacio, que amablemente me han concedido los autores del libro, supone cierto reto. La palabra «prólogo» procede etimológicamente del griegopro (= antes) ylogos (= palabra, expresión), y escribir algo que preceda a la palabra, al argumento razonado, en un libro tan sólido y bien escrito, no es tarea sencilla. Estoy convencido de que este libro no necesita, si atendemos a esa etimología griega, ningún «prólogo», porque ya es en sí mismo un excelente ejercicio de palabra y razón impecablemente ejecutado por los autores en casi un centenar de miles de palabras bien meditadas y ajustadas. Por tanto, la tarea de prologar se me antoja una especie de artefacto innecesario para cualquier lector ávido de adentrarse en este libro.
Asumido el riesgo de escribir unas palabras previas para esta obra de mis admirados colegas Felipe García y Mark Beyebach, intentaré que sean concisas, tanto para evitar el agotamiento de mis improbables lectores como para no desentonar con el marco de una intervención terapéutica que se exige a sí misma ser breve.
Aunque pueda parecer algo obligado, decir que este es un excelente libro, escrito por dos magníficos profesionales de la psicología, es simplemente hacer un juicio adecuado a las bondades objetivas de la obra. En tiempos de escrituras improvisadas, de contribuciones oportunistas y de charlatanes desprovistos de contenido, es reconfortante navegar por un libro en el que los autores aúnan de un modo excepcional un fundado conocimiento sobre el sufrimiento psicológico y una solvente aproximación sobre intervenciones psicoterapéuticas para aliviarlo.
El título hace referencia a algo muy ambicioso que, para algunos, podría parecer un objetivo excesivo o incluso un oxímoron: «superar el trauma». ¿Se puede de verdad superar un trauma? ¿Se puede quizás olvidar? ¿Es posible poner el contador a cero tras un desastre que conmociona nuestras vidas? Creo que es posible si por superar el trauma se entiende seguir viviendo, nadando en la imparable corriente de la vida. No solo flotar y no ahogarse, sino intentar seguir abierto al asombro y a la posibilidad de ofrecerse y crecer. A pesar del dolor y sus cicatrices. El cantante y poeta australiano Nick Cave ha producido memorables obras basadas en la pérdida y el dolor. Primero, cuando a los 18 años perdió a su padre, y luego cuando su joven hijo adolescente murió en trágicas circunstancias. Cave ha intentado metabolizar esas pérdidas traumáticas desde la palabra, impulsando el dolor hacia los límites de la comprensión y dejando espacio para que pueda también existir el dolor con la celebración de la vida. Este libro en cierto modo se asemeja a esa tarea literaria de entender qué es el sufrimiento y cómo crear espacios para transformarlo y para que la vida continúe su tortuoso y luminoso curso.
En las páginas de este libro se habla de trauma, pero también de cómo favorecer que las personas den sentido a lo ocurrido e incluso utilizar esa experiencia oscura como una palanca de cambios positivos. Esta idea de que incluso con las cicatrices del trauma podemos seguir creciendo está muy bien fundamentada en el texto de mis colegas García y Beyebach. Al leerlo me ha venido a la cabeza otro texto del gran poeta inglés W. H. Auden en el que sugiere que la experiencia traumática es una oportunidad que tenemos para que «la vida se convierta en un asunto serio». El trauma es convertido así en gran tarea, en posibilidad de transformar nuestras vidas en un «asunto serio» si encontramos el camino de dar significado a las posibilidades de cambio. El libro proporciona algunas claves y estrategias inteligentes para favorecer que la experiencia traumática pueda resolverse, incluso, a veces, pavimentando el camino de superación con elementos que permitan aprender y salir fortalecidos de la experiencia.
Esa idea del crecimiento después del trauma no son meras palabras. De modo natural, más de la mitad de las personas que han sufrido experiencias traumáticas (pérdida de seres queridos, circunstancias que han amenazado la propia vida o la integridad física, desastres naturales, actos de terrorismo, etc.) dicen que, tras cierto tiempo (meses o años habitualmente), la tragedia les ha servido para ser mejores. Con una envidiable sabiduría vital, la premio Nobel de Química de 2018, Frances Arnold, decía en una entrevista en un medio chileno en 2020 que, para superar dificultades:
[...] me enfoco en las cosas buenas de la vida, que son muchas, y elijo pasar el tiempo con otros que hacen lo mismo. Eso no significa que yo no sufra cuando veo el daño que le estamos haciendo al mundo, pero uso mi creatividad para hacer algo positivo. También me recuerdo que muchos han sufrido mucho más que yo. Por lo tanto, estoy agradecida por lo que tengo y no por lo que he perdido o nunca tuve.
Esta admirable perspectiva no es una banal reflexiónnew age de alguien que ha saboreado los laureles de la gloria académica. Son las palabras de alguien que, habiendo obtenido el mayor reconocimiento intelectual posible, ha padecido continuos infortunios recientes (suicidio de su primer marido, pérdida de un hijo en accidente, y ella misma un agresivo cáncer de mama). Un reto para la psicología es cómo encontrar caminos eficaces y respetuosos para poder acompañar y promover estas capacidades que muchas personas azotadas por el infortunio (incluyendo una brillante premio Nobel) pueden tener. El libro que los lectores tienen en sus manos ofrece respuestas sólidas, también creativas e imaginativas, basadas en una amplísima ex