Amanda
La noche siguiente volví a acostarme sobre la alfombra de la entrada. Quería averiguar quién era el fisgón y si acaso regresaba. ¿Metería su comida por el buzón otra vez? Mi batería del móvil estaba vacía, pero al reloj despertador todavía le quedaban pilas. Lo coloqué a mi lado en el suelo y seguí sin pestañear el movimiento de las manillas, aguardando que oscilaran hasta las dos y media, la hora en la que se había presentado el fisgón la noche anterior.
El tiempo avanzaba despacio y me sonaban lastripas. Era domingo y, después del sándwich encontrado en elinterior del periódico, no me había llevado a la bocaotra cosa que, sorpresa, sorpresa, pepinillos en vinagre y biscotesde centeno. Mi próximo plato de comida caliente no llegaríahasta dentro de una semana, en la escuela, pues mañana,lunes, comenzaban las vacaciones de otoño. Pensar en el futuroalmuerzo me hizo sentir náuseas. ¿Pepinillos en vinagre y biscotesde centeno? ¿O biscotes de centeno y pepinillos en vinagre? ¿O nada menos que biscotes de centeno, pepinillos en vinagrey té earl grey remojado en agua caliente del grifo? ¡Puaj! Me moriría de hambre antes de que acabara lasemana, si no se me ocurría algo. Tal vez podríaganar dinero para comprar comida rastrillando hojas en el patiode la gente o como estatua viviente, igual que habíavisto hacer en la ciudad a un hombre bañado enpintura plateada.
Por suerte, enseguida tuve algo diferente en loque pensar. La puerta del portal crujió y en laescalera comenzaron a oírse sonidos. Pasos, pausa, GOLPE. Pasos, pausa,GOLPE. Me puse en pie. Avancé a hurtadillas hasta lapuerta y puse la oreja contra ella. En el descansillose oyeron algunos pasos cautelosos, luego se hizo el silencio.El fisgón estaba ahora al otro lado. Si la puertaentre ambos hubiera desaparecido de repente, tal vez nuestras orejashabrían chocado una contra otra. La idea de la orejadel fisgón contra la mía me provocó un respingo. ¿Quése le pasaba por la cabeza? ¿Había metido un sándwichen el resto de los buzones o solo tenía laintención de atacarme a mí? ¿Eran los regalos un cebopara conseguir que yo cayera en su trampa?
Me asaltabanunas dudas terribles. Así era yo a veces. Desconfiado. Cuandoestás solo, fácilmente empiezas a sospechar de todo. Por eso