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San Lorenzo, agosto de 2016
La teniente Karen Blecker mantuvo la mirada fija en el ordenador, que parecía reprocharle las dos semanas de ausencia negándose a arrancar. Apretó el ratón varias veces sin conseguir ningún cambio. Con los ojos descansando en el negro, Karen se regodeó en el recuerdo del último fin de semana pasado con Philippe en Bretaña. Aunque de los cuatro días planeados él solo había podido quedarse dos, había merecido la pena. Habían paseado por la playa decorada por las patas de las gaviotas y recogido almejas en la marea baja, no habían tocado ningún tema fuera del aquí y ahora, y habían disfrutado cada instante sin pensar ni cuestionar el ayer ni el mañana. Todo el camino de vuelta a Madrid se había reprochado el no haber preguntado las miles de cosas que estaban en el aire, pero que no quiso expresar en el momento para no romper la magia entre los dos. A lo mejor, si siguiese en Europol y se viesen más a menudo, las cosas serían más fáciles. Karen sacudió la cabeza, obligándose a recordar que fue ella la que pidió el traslado de La Haya a Madrid. Cuando se separó de Max, podrían haberse mudado juntos. Pero Philippe no quiso, o por lo menos no reaccionó a sus indirectas. Cuando le concedieron el puesto a Karen, pudo haberla detenido. Pero no lo hizo y así ella había acabado el invierno pasado en el cuartel de la Guardia Civil de San Lorenzo de El Escorial, San Lorenzo para los lugareños, El Escorial para «los de fuera». Sonrió al recordar las dificultades de orientación que tuvo al principio, hasta que el brigada José Luis Cano se lo había explicado.
—Mi teniente, nosotros no estamos en el pueblo de El Escorial. Primero —levantó el dedo de forma didáctica—, esto no es un pueblo, sino un real sitio. Y lo llamamos San Lorenzo. Algunos afirman incluso que se obvia decir «El Escorial» para diferenciarse de la villa de El Escorial, llamado, por su cota inferior, el «de abajo». Son dos sitios diferentes; es más, existe una rivalidad, que, aunque yo creo que está bastante anticuada, sigue en algunas mentes. Lo más gracioso es que, para los de fuera, San Lorenzo y su monasterio se convierten en El Escorial, uniendo los dos pueblos, que de siempre han estado separados...
La luz entraba a raudales, hacía mucho calor y recordó que el cabo de la entrada le había dicho que el aire no funcionaba. Pensó que los centroeuropeos eran mucho más escépticos que los habitantes del sur con los aparatos de climatización y se acordó de la acalorada discusión entre un italiano de Palermo y un colega de Milán en la que el norteño exigía la limitación del uso de los aparatos de aire acondicionado. El siciliano había argumentado que siempre era mucho más fácil renunciar al aire cuando en la propia ciudad no se pasaba de los treinta, y Karen pensó que lo que en La Haya le había parecido un lujo prescindible, en Madrid lo percibía como un bien necesario. Suspiró y se dijo que las convicciones a menudo estaban condicionadas por el lado en el que se encontrase uno mismo.
El logotipo de la Guardia Civil apareció en la pantalla. Se resignó y volvió a esperar mientras su cabeza volaba muy lejos del calor de San Lorenzo y sentía el viento en la cara. No oyó la puerta y se sobresaltó cuando un hombre alto y casi demasiado delgado, con una prominente nariz quemada, se plantó ante ella.
—¿Teniente? ¿Está usted bien?
El brigada José Luis Cano había sido el elegido en su día como segundo de esa teniente que venía del extranjero. Desde luego que las protestas no eran por ser mujer, claro que no. Todos ellos se lo afirmaban y se lo repetían siguiendo el mantra oficial, el cuerpo no distingue, hay muchas compañeras en el cuartel y no hay ninguna diferencia. Era cierto que el porcentaje aumentaba desde que las aceptaron en 1988, pero, aun así, ni siquiera ocho de cada cien guardias eran mujeres. En los altos mandos el porcentaje era incluso menor, así que cuando en invierno les anunciaron la llegada de una teniente que venía de Europol la sorpresa fue completa. El brigada Cano pasó varias noches en vela preguntándose por qué le había tocado a él sacar la pajita más corta y elucubrando la mejor manera de enfrentarse a su nueva superior. Sonrió hacia sus adentros al recordar sus inquietudes y observó un poco preocupado a la mujer que permanecía con aire