AITANA
Debería haber llegado a casa a la hora de cenar, quizás algo más tarde si el concierto se alargaba con algún bis. Ha pasado mucho tiempo. Demasiado. Aitana ha llamado a su móvil decenas de veces y siempre en vano. Apagado o fuera de cobertura. Ha telefoneado a Vivi y a Chantal, ninguna de ellas sabe dónde está Noa, tampoco han hablado con ella en las últimas horas. Ni un mensaje ni una perdida. Nada. Ya no sabe a quién preguntar. No encuentra explicación y no se atreve a pensar en lo que le puede haber ocurrido. Tampoco en lo que Víctor pensará cuando se entere.
Chantal le ha explicado que la vio por última vez a la puerta del Saint Michael’s School cuando ya no quedaba casi nadie. Ha recordado que salió la última porque su solo era la pieza final, que estaba sola y que pensó que esperaba que la vinieran a recoger. Se ha disculpado entre lágrimas al saber que su amiga no había llegado a casa.
—No pensé que se quedaba sola. No me dijo nada. No lo sabía. Todos me felicitaban, todos me… No lo pensé. Lo siento, lo siento mucho. Nuestro coche iba lleno y no lo pensé… —ha repetido con la voz quebrada—. Creí que esperaba a su padre como otras veces, él siempre… No le pregunté. Si hubiera sabido que no…
Aitana no quiere escuchar más.
También ha hablado con su madre, con Sylvie Bertrand, que le arrancado el teléfono a su hija y se ha disculpado con aquel acentomade in Paris que recalca a conveniencia para señalar un interés especial o alguno de sus siempre complejos estados de ánimo. Un acento algo impostado que Aitana ha empezado a detestar.Desolée, ha añadido antes de que Aitana, aparcando la cortesía, haya colgado sin despedirse.
Vivi no ha asistido al concierto. Nunca lo hace. Aitana lo ha recordado demasiado tarde. Su madre, Carlota, le ha preguntado a su hija si sabía dónde estaba Noa. Vivi ha respondido con una negativa.
—Ni idea.
No viven lejos y Carlota se ha ofrecido amablemente a quedarse con Raúl. La velada insinuación de su amiga, que ha sugerido que debería acudir a la policía, ha hecho que la voz se le llenara de lágrimas y que apenas pudiera seguir hablando. Se ha limitado a dar las gracias antes de cortar la comunicación.
Noa sigue sin llegar a casa y sin responder a sus llamadas. Apagado o fuera de cobertura. Aitana espera lo peor. Y ni tan siquiera sospecha qué es lo peor. Piensa en llamar a los hospitales, pero decide esperar a Víctor. No tardará en llegar. Acaba de llamarle y le ha hecho prometer que lo dejaría todo para regresar cuanto antes, que conduciría sin detenerse desde Perpignan hasta llegar a casa. No quiere estar sola. No puede. Siente demasiado miedo. Víctor le ha asegurado que apenas tardaría unas horas.
—Llama a la policía, denuncia la desaparición, que empiecen a buscarla cuanto antes —le ha gritado Víctor mientras alargaba su tarjeta para abonar la cuenta del hotel y se dirigía hacia el coche—. ¿Me oyes? Llama a la policía.
Sabe que Víctor tiene razón. Raúl, ligeramente adormecido por la fiebre, cambia de postura en el sofá. Aitana no lo pierde vista mientras telefonea a la comisaría más cercana. La de Les Corts es la única comisaría que recuerda. Tras un par de minutos de conversación trata de acostar a su hijo menor para esperar la llegada de los agentes. Raúl se resiste. Nunca acostumbra a poner las cosas fáciles. La fiebre ha bajado y el niño ha comprendido por la angustia en el rostro de su madre, por su impaciencia y por el timbre de su voz al teléfono, que algo muy grave está pasando.
Finalmente consigue que el niño se dé por vencido y regresa al salón. Sigue llamando a Noa que continúa sin responder. Lleva horas haciéndose mil reproches y sin perder de vista la pantalla del móvil. Tiene tanto miedo que apenas se atreve a moverse. Aguarda a los agentes que han prometido personarse para tramitar la denuncia. Aitana les ha hablado de Raúl y de su fiebre, no ha confesado que no quiere moverse de casa. Quiere creer que existe una explicación para el retraso de su hija y que quizás Noa regrese pronto empapada y triste. Si es así espera que pueda perdonarla. No quiere por nada del mundo que encuentre el piso vacío. No puede volver a fallarle. Otra vez no.
César,