– CAPÍTULO 1 –
LA BUENA SUERTE
Eduardo viene a Madrid para buscar a su hermana. No espera tener que encararse con la muerte ni con la locura. Pero ambas le salen al paso. Bruno tampoco imagina que el vuelo que mete a ese desconocido en su vida dinamitará su racha de suerte.
Lunes, 6 de abril del 2015
El avión de Buenos Aires aterriza a las cinco de la madrugada en Barajas. Bruno wasapea con su novia. Han pasado la noche del Domingo de Resurrección abrazados en Móstoles. Ella se ha marchado de madrugada porque aún vive con su marido y su hija. «Pronto podremos estar juntos, ya verás», le escribe él. Tres horas después Eduardo llama a su puerta. A Adriana, su hermana mayor, se la ha tragado la ciudad. El argumento es tan burdo que solo Bruno piensa que alguien lo creerá. Eduardo no, desde luego.
—He llegado hoy de Argentina porque no sabemos nada de mi hermana desde el lunes 30 de marzo. Fui a su casa y hablé con el casero. Me dijo que no estaba allí, que se había ido con su novio, había dejado una nota y se había llevado sus cosas.
Eduardo Gioiosa denuncia la desaparición de Adriana a las 12:46 de la mañana en el cuartel de la Guardia Civil de Majadahonda (Madrid). Una semana antes habían quedado en hablar por Skype para felicitarlo por su cumpleaños. Ella ni llamó ni se conectó. Adriana, de cincuenta y cuatro años, empleada en un Burger King, sortea el desarraigo de la inmigración con llamadas diarias a sus padres a Argentina. Acaba de visitar a su familia al otro lado del Atlántico.
Antes de ir al cuartel, Eduardo se presenta en la casa donde vive su hermana en una habitación alquilada en Majadahonda. Bruno, el casero, le dice que puede ver el cuarto, pero luego se lo impide.
—Me empezó a hablar de una supuesta deuda de ella y no me enseñó la nota que en teoría había dejado. Mi hermana le había contado a mi madre que se llevaba mal con ese hombre, que a veces también vivía allí. Su actitud me ha parecido muy rara —explica Eduardo al agente que toma la denuncia.
A las once de la noche, Eduardo regresa de nuevo al cuartel con más datos. Esa tarde, él y varios amigos y familiares de Adriana han recibido unos mensajes extraños, todos idénticos, a través de WhatsApp y de Skype, desde el teléfono de ella.
«Me mudé con Mojamed»
«Estoy de viaje por europa»
«Vos nunca creerás esto»
«Me compró un piso en italia»
«Tengo el teléfono roto»
«Me mude»
«Estoy dando una vuelta por europa»
«Bs»
…
—Apuesto mi vida a que eso no lo ha escrito mi hermana y no pierdo —insiste Eduardo al agente—. La manera de hablar de ella es diferente y la forma de escribir ciertas frases y palabras es muy distinta. Es argentina y no se expresa así, ni comete faltas de ortografía. No pondría Italia o Europa en minúscula. Dice que tiene el teléfono roto y pregunta constantemente si se ha recibido el mensaje, pero no vuelve a contestar si alguien le pregunta algo.
El hombre agobiado que acaba de cruzar el mundo con un mordisco en el estómago desgrana durante casi una hora los detalles que le chirrían. Ni él ni la amiga de Adriana, Cristina Jarabo, ni nadie de su familia conoce al tal Mojamed. Después de una semana de silencio, justo el día en que ha ido a hablar con el casero, su hermana ha empezado a mandar mensajes a todos sus contactos. Adriana se cayó antes de regresar a Madrid, cuando paseaba a los perros, y lleva la muñeca escayolada. Eduardo acaba de averiguar que entregó un parte de baja en el Burger King el 30 de marzo y tendría que haber llevado ya el siguiente parte al restaurante. No lo ha hecho.
—Nunca pasa más de tres días sin hablar con nosotros. Quien escribe los mensajes no es ella —insiste.
El contestador del teléfono de Adriana repite de forma cansina las mismas palabras: apagado o fuera de cobertura.
Cuando sale del cuartel, la inquietud de Eduardo, de cuarenta y ocho años, se ha convertido ya en angustia. La certeza de que alguien la retiene o la ha hecho desaparecer se impone a la esperanza que lo empujó a comprar un billete urgente a Madrid dos días antes en busca de respuestas. La decisión de volar a España la había tomado tras hablar con Cristina, amiga de Adriana en Madrid desde que coincidieron en una orquesta de flautas. Esa afición las hacía verse cada quince días y compartir un café de vez en cuando. Cercanía a golpe de ju