LAS MUCHAS VOCES DE FLANN O’BRIEN
Como uno de esos ensueños célticos de su tierra gaélica o de la galaica de nuestro Cunqueiro, de quien también se cumple este año el primer centenario de su nacimiento (¡loor a don Álvaro, igualmente!), Flann O’Brien, el autor de este libro singular, o al menos el nombre que ostenta su cubierta, resulta que no existió, como uno de esos castillos maravillosos que se esfuman en los cuentos del rey Artús de Bretaña; al igual que esos tesoros, también, que se evaporan al entrar en contacto su materia frágil, los sueños, con la imperiosa y obscena realidad. Uno se podría pasar horas y horas gozando del bombardeo de carcajadas al que lo somete su prosa para reconocer, a la postre, que ha sido víctima de una ilusión. Ni Flann O’Brien existió, ni vivió en carne mortal Myles na gCopaleen, el firmante de estas colaboraciones que se fueron publicando durante tres décadas en el diario dublinésThe Irish Times. Ambos son seudónimos de Brian O’Nolan (o para complicar más las cosas, Brian Ó Nualláin), el funcionario, marido y redomado borrachín nacido el 5 de octubre de 1911 en Strabane, condado de Tyrone.
Con la edición deLa gente corriente de Irlanda la editorial Nórdica y su timonel, Diego Moreno, rematan la hilarante y gozosa travesía de arrimar al español la obra de uno de los más importantes escritores irlandeses de la pasada centuria. En su catálogo ya está lo más importante de lo mucho que escribió O’Brien (llamémoslo así, para simplificar). Junto a sus novelas, que arrancaron palabras laudatorias de escritores de la talla de Anthony Burgess, Dylan Thomas o nada menos que el mismísimo James Joyce, nuestro autor derrochó humor e inteligencia, cada vez más cargados de tonos acerbos, a lo largo de más de cinco lustros de personalísimas columnas en el citado periódico. Se recoge aquí una selección de las que seguramente son mejores (las de los primeros cinco años), a partir de la antología póstumaThe Best of Myles, que fue preparada por su hermano Kevin O’Nolan. Como confiesa este, las categorías bajo las que agrupó los artículos son elásticas, y los temas y motivos se entrelazan recurrentemente.
La columna se titulabaCruiskeen Lawn, del irlandésCrúiscín lán, «la jarrita llena», en traslación fonética no muy diferente de la que un hispanoparlante pudiera hacer comoCruz Quinlón (aunque esto suena más a nuevo seudónimo que a encabezado de sección periodística), y comenzó gracias a una polémica espuria que el autor, compinchado con su amigo Niall Sheridan, estableció en el periódico a principios de 1939 a cuenta de la crítica adversa recibida por una obra de Frank O’Connor producida por el Abbey Theatre, seguida de otra polémica al año siguiente cuya víctima era Patrick Kavanagh, del que se ridiculizaba su poema «Spraying the Potatoes» («Rociando las patatas»), aparecido en la página literaria del periódico. Divertido, el a la sazón director deThe Irish Times, R. M. Smyllie, a quien O’Brien dedicó su única novela en irlandés,An béal bocht (La boca pobre), le invitó a colaborar en el diario, donde ya publicaban amigos suyos de la universidad como el propio Sheridan, que lo hacía sobre las carreras de caballos, o Donagh MacDonagh, que se ocupaba de recensiones de libros. Estos conmilitones también lo acompañaron en su prehistoria periodística cuando nuestro autor empezó a velar sus armas en publicaciones comoComhthrom Féinne, la revista universitaria, yBlather, que ha sido calificada por Anne Clisman como una «contrarrevista».
La primera columna apareció el 4 de octubre de 1940 y la colaboración prosiguió hasta la muerte de su autor, acaecida el 1 de abril de 1966. En ocasiones hubo periodos de barbecho que superaron las seis semanas de duración, pero dos veces dejó de publicarseCruiskeen Lawn por trechos que alcanzaron meses, como en 1952, año en el que en marzo dejó de aparecer para no hacerlo hast