CAPÍTULO DOS
Bill sintió un cosquilleo de preocupación mientras conducía a Riley hacia el rango objetivo de la Marina.
“¿Estoy preparado para esto?”, se preguntó.
Parecía una pregunta estúpida. Después de todo, solo eran ejercicios de tiro al blanco.
Pero no eran ejercicios de tiro al blanco comunes y corrientes.
Al igual que él, Riley llevaba un uniforme de camuflaje y un rifle M16-A4 cargado con munición real.
Pero a diferencia de Bill, Riley no tenía ni la menor idea de lo que estaban a punto de hacer.
“Quisiera que me dijeras de qué trata todo esto”, dijo Riley.
“Será una nueva experiencia para ambos”, dijo.
Nunca había probado este tipo de ejercicios de tiro al blanco antes. Pero Mike Nevins, el psiquiatra que lo había estado ayudando con su trastorno de estrés postraumático, le había recomendado que lo intentara.
“Será una buena terapia”, le había dicho Mike.
Bill esperaba que Mike tuviera razón. Y esperaba que intentarlo con Riley calmara sus nervios un poco.
Bill y Riley se posicionaron uno al lado del otro entre postes de madera verticales, frente a una zona pavimentada. En el pavimento había barreras verticales marcadas con agujeros de bala. Hace unos momentos, Bill había hablado con un hombre en la cabina de control y ya todo debería estar listo.
Ahora hablaba con ese mismo tipo a través de un pequeño micrófono delante de sus labios.
“Blancos aleatorios. Adelante”.
De repente, figuras humanas aparecieron desde detrás de las barreras, todas ellas moviéndose en la zona pavimentada. Llevaban los uniformes de combatientes ISIS y parecían estar armadas.
“¡Hostiles!”, le gritó Bill a Riley. “¡Dispara! ¡Dispara!”.
Riley estaba demasiado sobresaltada como para disparar, pero Bill disparó y no conectó. Luego disparó otro tiro que alcanzó una de las figuras. La figura se inclinó por completo y dejó de moverse. Las otras figuras se volvieron para evitar los disparos, algunas de ellas se movieron más rápido, otras se ocultaron detrás de las barreras.
Riley dijo: “¿Qué demonios?”.
Todavía no había disparado.
Bill se echó a reír.
“Alto”, dijo en el micrófono.
De repente, todas las figuras dejaron de moverse.
“¿Le dispararemos a gente falsa sobre ruedas?”, le preguntó Riley con una risita.
Bill explicó: “Son robots autónomos, montados en scooters Segway. Ese tipo con el que hablé en la cabina hace un minuto está ingresando comandos. Pero él no controla todos sus movimientos. De hecho, en realidad no los controla en absoluto. Ellos ‘saben’ lo que tienen que hacer. Tienen escáneres láser y algoritmos de navegación para que puedan evitar chocarse entre sí y chocar las barreras”.
Los ojos de Riley se abrieron de asombro.
“Sí”, dijo Bill. “Y saben qué hacer cuando comienzan los disparos: correr, ocultarse, o ambas cosas”.
“¿Quieres intentarlo de nuevo?”, preguntó Bill.
Riley asintió, viéndose entusiasmada.
Una vez más, Bill dijo en el micrófono: “Blancos aleatorios. Adelante”.
Las figuras comenzaron a moverse como antes, y Riley y Bill dispararon. Bill alcanzó uno de los robots, y Riley también. Ambos robots se detuvieron y se inclinaron. Los otros robots se dispersaron, algunos deslizándose caprichosamente, otros escondiéndose detrás de las barreras.
Riley y Bill siguieron disparando, pero disparar se estaba haciendo cada vez más difícil. Los robots que seguían moviéndose lo estaban haciendo en patrones impredecibles a velocidades variables. Los que se habían ocultado detrás de las barreras se asomaban cada cierto tiempo, provocando a Riley y Bill para que les dispararan. Era imposible saber de qué lado de la barrera podrían aparecer. Luego volvían a andar por la intemperie o se ocultaban de nuevo.
A pesar de todo este caos aparente, solo tomó medio minuto para que Riley y Bill acabaran con los ocho robots. Todos estaban inclina