: Alberto Alexis Martínez
: El enigma del código de las favas
: Editorial Bubok Publishing
: 9788468559216
: 1
: CHF 4.50
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 450
: kein Kopierschutz
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Una decisión inusual durante un viaje por las carreteras de Brasil sumerge al lector, junto al protagonista narrador de este relato, no solo en el mundo de la arqueología, sino en los misterios ocultos de la profunda filosofía de conducta de los sapientes magiares. De la mano del profesor Maden y de Alí, y con un tono narrativo cercano y ameno, Alberto Alexis Martínez nos va revelando un hallazgo litúrgico que había permanecido escondido por la Iglesia en las bóvedas subterráneas de un monasterio derruido por hordas turcas siglos atrás, cuya documentación saca a la luz la doctrina, rituales y oráculo de un antiguo culto magiar en Transilvania. En la segunda parte de este libro el autor refiere cómo adquirió el conocimiento de la filosofía de conducta de los sapientes magiares a cambio de su participación en la reproducción manual de las favas gracias a sus habilidades como dibujante. El enigma del código de las favas va más allá de la investigación y el descubrimiento del culto de los sapientes magiares; también revela un conocimiento y una filosofía de pensamiento que hoy resultan extraordinariamente vigentes en sus aspectos educativos, humanos y sociales.

CAPITULO 1.
“El pasajero inesperado”

Corría el año 1990 cuando yo vivía en el sur de Brasil, recuerdo que aquella tarde de noviembre era un día de mediana temperatura, aunque el sol brillaba en medio de algunas nubes pasajeras que, parcialmente, cubrían el cielo. Yo me dirigía en el auto por la Free Way, una carretera que conduce de Porto Alegre al litoral sobre la costa Atlántica, donde mantendría una reunión de negocios con mis otros dos socios en la ciudad de Capâo da Canoa.

Por norma, yo nunca salía para una reunión con el tiempo justo, a fin de que, en caso de cualquier emergencia, siempre tendría un margen de tiempo para obtener algún apoyo, y mismo así, aún podría llegar en hora, por lo tanto, mi tiempo excedía y no llevaba ninguna prisa.

Siendo un agradable día de primavera, el aire fresco me ayudaba a mantener un buen estado de ánimo, el cual, como era costumbre, lo estimulaba en cuanto dirigía escuchando música por la radio, la que mal acompañaba canturreando algunas letras de las canciones, en cuanto disfrutaba del viaje.

Eran aproximadamente las 16 horas, y el tránsito de automóviles a esa hora, siempre es más leve, porque en los días hábiles de semana muy poca gente se dirige a la región litoral de Río Grande do Sul, a excepción, de los camiones de carga, que constantemente recorren las carreteras.

Habitualmente, cuando se trata de negocios, yo siempre evito ponerme a pensar sobre el asunto en cuanto estoy a camino de una reunión, porque una vez que se ha definido algo, pueden aparecer nuevas ideas que generan confusión sobre lo que ya está planeado, por lo tanto, la desconcentración tomaba cuenta de mí cabeza, sabiendo que, por un transcurso de cien kilómetros, en esta ruta, no existe absolutamente nada.

De pronto, estando ya a unos dos o tres kilómetros de Porto Alegre, lugar donde hay muchas quintas de productores rurales, no sé cómo o de donde, ni si fue por causa de mi distracción, pero a escasos cincuenta metros delante de mí, apareció un hombre en la faja lateral de la carretera con el clásico pulgar levantado haciéndome señas para ser llevado, lo que no es muy frecuente.

Como es entonces, la “primera y absoluta norma de seguridad”, especialmente en Brasil, nunca se debe parar para recoger a ninguna persona en una carretera, porque, por lo general, estas pueden ser trampas que frecuentemente utilizan los delincuentes para desvalijar de todas sus pertenencias al infeliz samaritano que se detiene, cuando no, además de ser asaltado, también acaba siendo asesinado.

Yo conocía y mantenía a rigor esta norma, por lo cual, la primera intención fue la de continuar adelante. Pero... en uno de esos momentos de arrebato que ocurren en la mente, algo me hizo rebajar los cambios reduciendo la velocidad del automóvil, en cuanto en mi mente, aceleradamente, evaluaba informaciones en fracciones de segundos... Algo ocurrió que fueron, según recuerdo, una secuencia de pensamientos. Lo primero que pensé, fue que ese hombre era una p