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La triunfante plutocracia
En la década de 1890, millones de estadounidenses se rebelaron contra la política al uso. Se levantaron contra lo que llamaban la «plutocracia», el gobierno de los señores del dinero que habían llegado a controlar a los dos principales partidos políticos del país. Estos norteamericanos crearon su propio partido político y este nuevo Partido del Pueblo —los populistas, como serían conocidos sus miembros— participó en las elecciones de todo el Sur y el Oeste del país. Los candidatos populistas no solo se presentaron como una señal de protesta, sino que se presentaron para ganar. Y de 1892 y 1894 muchos consiguieron la victoria en las elecciones. Los populistas pronto sirvieron como cargos públicos municipales, como legisladores estatales, como gobernadores, como congresistas e incluso como senadores de Estados Unidos.
En 1896, los populistas apuntarían todavía más alto. Ese año, los demócratas dieron su candidatura presidencial a un antiguo miembro del Congreso, un joven agitador de Nebraska que había ganado por primera vez la atención nacional al presentar en el Congreso una propuesta de impuesto a las rentas altas. Los populistas harían a William Jennings Bryan su candidato y esa decisión prepararía el escenario para las elecciones presidenciales más cruciales de Norteamérica desde la Guerra Civil. Por un lado, los enormemente ricos de la nación, los titanes de los mayores imperios industriales jamás vistos en todo el mundo. Por otro lado, los estadounidenses normales y corrientes, trabajadores y agricultores que habían pasado el último cuarto de siglo luchando contra esos imperios en las urnas, en los piquetes, en batallas campales contra los ejércitos de esquiroles.
Los populistas intuían que podían ganar esas elecciones históricas. Los plutócratas sabían que no podían permitirse perderlas. En octubre de 1896, apenas unas semanas antes de la votación, el futuro secretario de Estado de Estados Unidos John Hay escribió desde su casa, en Cleveland, que los propietarios locales se sentían atemorizados por creer que terminarían siendo colgados de los postes de luz al día siguiente de la celebración de las elecciones si Bryan resultaba vencedor.[35]
Para prevenir este desastre inminente, los ricos de Norteamérica abrirían sus carteras como jamás habían hecho. El gasto total en la campaña presidencial de 1896 llegaría a cuadruplicar el nivel de gasto de las carreras presidenciales que se realizarían en las siguientes once décadas. En el año 2008, poco más de una moneda de diez centavos de cada mil dólares gastados en bienes y servicios —nuestro producto interior bruto — fue destinada a la campaña presidencial. En 1896, los gastos de la campaña presidencial supusieron sesenta centavos de cada mil dólares del PIB de América.[36]Y más del 90 por ciento de ese dinero fue destinado a promover la elección del candidato al que los plutócratas veían como su salvador, el republicano William McKinley.
McKinley ganó. William Jennings Bryan se mantuvo en las encuestas lo suficiente como para lograr unas votaciones ajustadas, pero McKinley arrasó en el Norte y consiguió una cómoda mayoría electoral en los colegios. Los plutócratas de la nación, lamentaba el senador de Dakota del Sur Richard Pettigrew, «pusieron muchos millones para comprar y corromper a los votantes del país y para derrotar a Bryan, a fin de poder seguir concentrando el trabajo duro del pueblo estadounidense en las manos de unos pocos».[37]
Los ricos de Norteamérica habían aplastado a los populistas. Se gastaron cantidades millonarias. Los populistas, en su mayoría gentes procedentes del medio rural, no tenían millones que gastar. Y tras su aplastante derrota de 1896, ya no tenían futuro. El Partido del Pueblo se desmoronó. Casi desapareció. Casi de la noche a la mañana.
Para los ricos de Norteamérica, las señales reflejaban el comienzo de un nuevo siglo glorioso. Las personas acomodadas se sintieron preparadas para forjar una Norteamérica de libertad para siempre… para ellas mismas. Tan solo debían rematar unas operaciones políticas de ajuste. Unas operaciones de ajuste importantes. Los plutócratas tenían un mensaje que enviar… Los guardianes del orden económico natural de Norteamérica q