: Wilkie Collins, Edgar Wallace, Arthur Conan Doyle, August Nemo
: 3 Libros para Conocer Ficción Detectivesca
: Tacet Books
: 9783985226979
: 1
: CHF 2,60
:
: Historische Kriminalromane
: Spanish
: 583
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Bienvenidos a la colección 3 libros para conocer, nuestra idea es ayudar a los lectores a aprender sobre temas fascinantes a través de tres libros imprescindibles y destacados. Estas obras cuidadosamente seleccionadas pueden ser de ficción, no ficción, documentos históricos o incluso biografías. Siempre seleccionaremos para ti tres grandes obras para instigar tu mente, esta vez el tema es: Ficción Detectivesca.Los cuatro hombres justos por Edgar Wallace.El sabueso de los Baskerville Arthur Conan Doyle.La Piedra Lunar por Wilkie Collins.Este es uno de los muchos libros de la colección 3 libros para conocer. Si te ha gustado este libro, busca los otros títulos de la colección, pues estamos convencidos de que alguno de los temas te gustará.

Richard Horatio Edgar Wallace (Greenwich, Inglaterra, Reino Unido, 1 de abril de 1875 Beverly Hills, Estados Unidos, 10 de febrero de 1932) fue un novelista, dramaturgo y periodista británico, padre del moderno estilo thriller y aclamado mundialmente como maestro de la narración de misterio. Además es el autor del guion original de la película King-Kong.Arthur Ignatius Conan Doyle (Edimburgo, 22 de mayo de 1859-Crowborough, 7 de julio de 1930) fue un escritor y médico británico, creador del célebre detective de ficción Sherlock Holmes. Fue un autor prolífico cuya obra incluye relatos de ciencia ficción, novela histórica, teatro y poesía.William Wilkie Collins (Londres, 8 de enero de 1824 - ib., 23 de septiembre de 1889) fue un novelista, dramaturgo y autor de relatos cortos inglés. Es considerado uno de los creadores del género de la novela policíaca, a través de una narrativa caracterizada por la atmósfera de misterio y fantasía, el suspense melodramático y el relato minucioso.

V


El ultraje al «Megaphone»

 

El redactor jefe delMegaphone, al volver de cenar, se topó con el director del periódico en la escalera. El director, hombre de rostro juvenil, interrumpió sus cábalas sobre un nuevo proyecto (elMegaphoneera la sede de los nuevos proyectos), y se interesó por el asunto de los Cuatro Hombres Justos.

—La excitación popular va en aumento —informó el redactor jefe—. La gente no habla de otra cosa que del próximo debate sobre el Acta de Extradición, y el Gobierno está adoptando todo género de medidas para prevenir un ataque a Ramon.

—¿Cuál es, no obstante, la creencia general?

El interrogado se encogió de hombros.

—En realidad, nadie cree que vaya a suceder nada, a pesar de la bomba.

El director, tras meditar unos instantes, preguntó de pronto:

—¿Qué piensas tú?

El redactor jefe se echó a reír.

—Pienso que nunca llevarán a cabo la amenaza; por esta vez, los cuatro han dado con un hueso duro de roer. Si no hubieran avisado a Ramon hubieran podido hacer algo, pero estando éste ya en guardia…

—Ya lo veremos —terminó el director, y se fue a su casa.

El redactor jefe, mientras subía por la escalera, se preguntó por cuánto tiempo los Cuatro serían noticia en su periódico, y casi deseó que realizaran el atentado, aunque resultase fallido, cosa que consideraba inevitable.

Su despacho estaba cerrado y a oscuras. Sacó la llave del bolsillo, la insertó en la cerradura, la hizo girar, abrió la puerta y entró.

—Me pregunto… —musitó, alargando la mano hacia el interruptor de la luz…

Hubo un destello cegador y unas fugaces llamaradas, y el cuarto volvió a sumirse en la oscuridad.

Sobresaltado, salió al corredor y pidió a voces una luz.

—¡Qué venga el electricista! —tronó—. ¡Se ha fundido uno de esos malditos plomos!

Una linterna reveló que la habitación estaba llena de un humo acre, y el electricista descubrió que habían sacado todas las bombillas de sus casquillos y las habían dejado sobre el escritorio.

De uno de los brazos de la lámpara pendía un fino alambre en espiral, a cuyo extremo había una cajita negra, de la que surgía el humo.

—Abrid las ventanas —ordenó el jefe de redacción.

Trajeron un cubo con agua y metieron cuidadosamente la cajita en él.

Fue entonces cuando el redactor jefe reparó en el sobre de color gris verdoso que yacía sobre la mesa. Lo cogió, le dio la vuelta, lo abrió y observó que la solapa todavía estaba húmeda. Decía la nota:

Distinguido señor:

Cuando encienda la luz este atardecer, probablemente se imaginará por un momento que es víctima de uno de esos «ultrajes» a que tanto le gusta referirse. Le debemos nuestras disculpas por las molestias que podamos haberle causado. La sustitución de una lámpara por un «enchufe» conectado a una pequeña carga de magnesio en polvo es el motivo de su desconcierto. Le rogamos crea que hubiera sido igual de sencillo conectar una carga de nitroglicerina, con lo que usted hubiese sido su propio verdugo. Hemos dispuesto esta artimaña como prueba de nuestra inflexible intención de cumplir nuestra promesa respecto al Acta de Extradición. No existe ningún poder en la tierra que pueda salvar a sir Philip Ramon de la destrucción, y le rogamos a usted, como controlador de un gran medio de difusión, que haga uso de su influencia para inclinar la balanza hacia el lado de la justicia, invocando a su Gobierno para que desapruebe una medida tan injusta, para que se salven no sólo las vidas de muchas personas inofensivas que han hallado un refugio en su país, sino también la vida de un ministro de la Corona, cuya única culpa, a nuestros ojos, es su celo en favor de una causa injusta.

(firmado) LOS CUATRO HOMBRES JUSTOS

—¡Uiu! —Silbó el redactor jefe, pasándose un pañuelo por la frente y mirando la empapada caja que flotaba tranquilamente