Prólogo
La tormenta que azota la moneda común de Europa es una parte integrante de la gran crisis que comenzó en 2007. Apenas cinco años después de que la especulación bancaria en el mercado inmobiliario de Estados Unidos hiciera que los mercados monetarios internacionales se congelaran, tres países periféricos de la zona euro recibieron planes de rescate, Grecia estaba a punto de abandonar la unión monetaria y los mecanismos del euro se enfrentaban a presiones de ruptura.
La cadena causal que une la agitación del mercado financiero estadounidense con la inestabilidad de la Unión Monetaria Europea ha sido analizada por varios economistas, entre los que se encuentran los autores de este libro. Para resumir, el colapso de Lehman Brothers en 2008 provocó una grave crisis financiera que llevó a una recesión global; como resultado se han producido unos déficits fiscales crecientes en varios de los países líderes de la economía mundial. En los países de la periferia de la eurozona, ya sumamente endeudados después de años de debilitamiento de la competitividad con respecto al núcleo de la eurozona, esos déficits fiscales hicieron que se les restringiera el acceso a los mercados internacionales de obligaciones en divisas. Los estados periféricos se vieron amenazados por la insolvencia, hecho que suponía un riesgo para los bancos europeos que se encontraban entre sus mayores prestamistas. Para rescatar a los bancos, la zona euro tuvo que ayudar a los estados periféricos. Pero dichos rescates fueron acompañados de medidas de austeridad que provocaban profundas recesiones y hacían difícil permanecer en la unión monetaria, especialmente para Grecia.
Quizá la amenaza que ello representaba para el euro se hubiese entendido antes si se hubiera prestado más atención a la historia. En 1929, la especulación en la Bolsa de Nueva York provocó un colapso que llevó a una recesión global; en 1932 fue necesario abandonar el patrón oro que se acababa de reintroducir en 1926. Las fuerzas que empujaban hacia la recesión se habían extendido en la economía mundial debido en parte a que los estados habían estado intentando proteger sus reservas de oro y los tipos de cambio fijos asociados al mismo. Se hizo imposible aferrarse al rígido sistema de moneda internacional en metálico.
Obviamente, la Unión Monetaria Europea es muy diferente del patrón oro. Es un sistema de gestión de moneda que no depende del funcionamiento ciego y automático del oro en el mercado mundial. Por lo menos, los Estados miembros no necesitan mantener grandes reservas de euros, a diferencia de la presión por atesorar reservas de oro bajo el patrón oro. Pero es similar a este último en la medida en que fija los tipos de cambio, exige un conservadurismo fiscal y requiere flexibilidad en los mercados laborales. Y, desde el momento en que impone una política monetaria común en todos los Estados miembros, es incluso más rígido.
Los estratos dirigentes de Europa estaban decididos a crear una forma de moneda capaz de competir con el dólar en el mercado mundial y, por tanto, promover los intereses de grandes empresas y bancos europeos. Los gobiernos no han desistido en su empeño incluso cuando los mecanismos del euro han aumentado gravemente las fuerzas de recesión presentes en la economía europea. La carga se ha trasladado a los trabajadores europeos en forma de reducción de salarios y pensiones, aumento del desempleo, disolución del estado de bienestar, desregulación y privatización.
Para imponer los costes que representa la defensa de una moneda común a los trabajadores, los gobiernos líderes en Europa no han cesado de advertir de las nefastas consecuencias que tendría el desmantelamiento de la unión monetaria. En este empeño han recibido el respaldo de los estudios de los bancos así como de los académicos dispuestos a plantear escenarios apocalípticos de la vida después del euro. También en este sentido la Unión Monetaria Europea se parece al patrón oro: el debate público a finales del sigloXIX y principios delXX se horrorizaba ante la idea de su abandono.
Por supuesto, el patrón oro se desechó sin que se acabara el mundo. Las uniones monetarias internacionales, además, suelen tener una duración limitada, incluso aunque se hayan creado bajo los compromisos más solemnes. Independientemente de lo que puedan afi