: Nikolái Gógol, Antón Chéjov, Iván Turguéniev
: Troika La Perspectiva Nevski - Mi Vida - Lluvias Primaverales
: Reino de Cordelia
: 9788418141584
: 1
: CHF 6.20
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 464
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Se recopilan aquí tres de los mejores títulos de Gógol, Chéjov y Turguéniev, colosos de la novela que no ocultan su condición de precursores de la prosa moderna. Un singular y privilegiado viaje por las sinuosas rutas de la memoria y la identidad de Rusia. 'La perspectiva Nevski', la principal de las novelas de Gógol centradas en San Petersburgo, es esencial para entender la hondura y la complejidad de su radical apuesta narrativa. 'Mi vida' de Chéjov, pasó enseguida a la historia como el mayor y más logrado alegato a favor de la libertad del hombre en los estertores del zarismo. Y con 'Lluvias primaverales' Turguéniev alcanzó la más depurada fórmula de su personal visión del amor como motor de la humanidad. Con esta Troika Víctor Andresco rinde homenaje a su padre, escritor, periodista y traductor, hijo de rusos exiliados en Suiza y Francia llegados a España al final de la Primera Guerra Mundial, que en 2019 hubiera cumplido cien años.

(Velyki Sorochyntsi, Ucrania, 1809 - Moscú, 1852) supone uno de los gran­ des avances en la modernización real del país. Conocido sobre todo por su extraordinaria novela satírica Las almas muertas (1842), su ciclo de novelas petersburguesas (La nariz, Diario de un loco, El capote, El retrato) ha quedado como uno de los más originales acercamientos a la civilización urbana. La perspectiva Nevski (1836) es el título más importante de ellos, esencial para comprender la hondura y la complejidad de su radical apuesta narrativa.

1


EL ENCARGADO me dijo: «Le tengo a usted aquí solo por respeto a su venerable padre; de lo contrario hace mucho tiempo que hubiera usted salido volando». Yo le dije: «Me lisonjea usted demasiado, excelencia, al suponer que yo sé volar». Luego, oí cómo decía: «Llévense a este señor; me ataca los nervios».

Al cabo de un par de días, me despidieron. Y así ocurrió a lo largo de todo el tiempo en que ya me consideraba adulto —para gran disgusto de mi padre, arquitecto municipal—: cambié nueve veces de empleo. Desempeñé distintos oficios, pero estos nueve trabajos se parecían unos a otros como dos gotas de agua: tenía que permanecer sentado, escribir, escuchar observaciones absurdas o groseras y esperar el momento en que me despidieran.

Cuando llegué a su casa, mi padre estaba profundamente arrellanado en el sillón y con los ojos cerrados. Su rostro, demacrado, delgado y con reflejos brill