Introducción
El polifacético novelista, ensayista y agudo inglés G. K. Chesterton (que falleció en 1936) describió el mundo en el que vivimos, es decir, «el mundo moderno», con una frase que se hizo famosa, por no decir que se volvió trillada, en algunos círculos. Según él, el mundo moderno está «lleno de viejas virtudes cristianas que se volvieron locas»1. Permítanme partir de esta caracterización.
Esta ocurrencia a menudo se cita erróneamente sin delinearla bien, como si no se refiriera a las «virtudes», sino a «ideas» o «verdades». Sin embargo, nos debemos andar con cuidado, ya que resulta necesario corregir la formulación original, mientras que esta última, la más amplia, es, en definitiva, la más profunda y verdadera. Chesterton explica la causa del enloquecimiento de las virtudes inmediatamente después: «Enloquecieron las virtudes porque fueron aisladas unas de otras y vagan por el mundo solitarias». Pero no nos dice en qué consiste esta locura, y la razón de esto reside en que ya nos había dado una respuesta muy sensata un poco antes en el mismo libro: «Loco es el hombre que ha perdido todo, menos la razón»2. El mundo moderno se enorgullece de ser completamente racional. Pero quizás se haya metido en el mismo berenjenal que el pobre tipo que describía Chesterton. Y no por ensalzar la razón, sino por hacerlo en detrimento de otras dimensiones de la experiencia humana, privando así a esta del contexto que la hace significativa. Continuaré con esto más adelante.
Ahora me gustaría plantear una cuestión: ¿tiene sentido hablar de «virtudes cristianas», virtudes con las que no pecamos de irresponsables al tildarlas de «cristianas», es decir, virtudes que se supone que son específicamente cristianas y que no podrían encontrarse fuera del cristianismo? Yo respondería que no.
Veinte años después, Chesterton matizó implícitamente su precipitada frase y escribió una fórmula mucho más afortunada:
El hecho es este: que en el mundo moderno en el que vivimos, con sus modernos movimientos, sigue presente el legado católico. Se siguen usando y gastando las verdades que lo sostienen fuera del viejo tesoro del cristianismo. Incluidas, por supuesto, muchas de las verdades conocidas por los antiguos paganos pero que acabaron cristalizando en el cristianismo. Por eso no está despertando nuevos entusiasmos. La novedad es una cuestión de nombres y marcas, como sucede con la moderna publicidad; y en casi cualquier otro sentido, la novedad es simplemente negativa. No se están desarrollando nuevas ideas frescas que nos lleven hacia el futuro. Al contrario, se están recogiendo viejas ideas que no pueden llevarnos hacia delante en modo alguno. Para eso están las dos marcas de la moralidad moderna. La primera, la que tomaron prestada, o bien arrebataron de las manos de los hombres antiguos o del medioevo. La segunda, la que marchitaron rápidamente en las manos modernas3.
Según Chesterton, y siguiendo la estela de autores anteriores como A. J. Balfour o Charles Péguy, el mundo moderno es básicamente un parásito que aprovecha las ideas premodernas4. Se prestará atención al importante apéndice según el cual la herencia medieval incluía, «por supuesto, muchas verdades conocidas en la antigüedad pagana, pero que cristalizaron en la cristiandad». Ese lánguido «por supuesto» está lejos de ser evidente o, al menos, de ser comúnmente admitido, pues mucha gente insiste en la ruptura radical entre la era «pagana» y la «cristiana». El cambio del mundo antiguo y la cosmovisión a lo que le siguió, un período generalmente llamado «Edad Media», se puede pintar de diferentes colores, incluyendo la representación moderna de la tábula rasa que nos permite partir de cero.
Sea como sea, sigue teniendo validez la tesis básica, es decir, que el mundo moderno no deja ileso el capital del que vive, sino que lo corrompe. Porque da un giro particular a cada uno de los elementos que toma prestados de los mundos anteriores para subordinarlos a sus propios objetivos.
Tres ideas enloquecidas
Permítanme dar algunos ejemplos de ideas premodernas que el pensamiento moderno retomó y que este hizo enloque