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Humo negro en el círculo del hombre de fuego
Mino permaneció acostado toda la noche y todo el día bajo el matapalo. No dormía, pero tampoco estaba completamente despierto. Las hormigas pululaban por su espalda, y tenía que espantarse las diminutas moscas misque continuamente. La humedad del suelo provocaba que estuviera empapado y tosiera.
La segunda noche pudo escuchar con claridad la voz de su padre contando la historia del cacique obojo Tarquentarque y la Mariposa Mimosa. Esa noche durmió con una sonrisa en los labios. Al despertar al día siguiente, recordó la imagen de su reflejo enel agua.
Mino salió arrastrándose de su refugio en la raíz. Una parvada de hoatzines parloteaba en las copas de los árboles mientras un pájaro tordo de cabeza roja,parado sobre una rama encima de él, inclinó la cabeza para observarlo. Los rayos de luz matutina que se filtraban por las hojas de los árboles, lucían como guirnaldas plateadas al llegar al suelo.
Mino se remangó la camisa y el pantalón para quitar hormigas y otros bichos de su ropa y cuerpo. Cuando volvió a desenrollar las prendas húmedas, sintió que estaba hambriento, terriblemente hambriento.
Se echó a andar sin rumbo fijo, no tenía ni idea de a dónde dirigirse aunque, haciendo uso de sus conocimientos e instinto, intentó caminar lo más posible en línea recta y no en círculo. Cuando el sol estaba en lo más alto del cielo, se desplomó sobre una rama caída vencido por el agotamiento. Ahí se quedó sentado con la mirada clavada en el suelo. La selva a su alrededor lucía espesa, muy espesa.
El delgado cuerpo del muchacho se estiró para empezar a buscar algo entre los árboles. Encontró dos anonas y algunos nabos; con apetito voraz comió las bayas de una retama loca que no sabían bien, pero al menos no eran venenosas.
Caminó toda la tarde, la selva se veía idéntica por doquier. Cuando empezó a oscurecer, subió a un árbol donde encontró un lugar para descansar entre dos enormes ramas. Ahí durmió toda la noche y tuvo un profundo y oscuro sueño sin sueños.
Al día siguiente encontró una palmera, trepó a ella y la agitó para obtener algunos cocos. Los partió tirándolos contra las piedras; el agua y la nutritiva pulpa le devolvieron las fuerzas. Mino caminó y caminó, subió a otro árbol y volvió a caer dormido sin prestarle atención a la serpiente cooanaradi de cinco metros de largo que se deslizaba entre las ramasjusto sobre su cabeza.
Al quinto día, el delgado cuerpo del niño estaba tan exhausto y demacrado por la humedad y la oscuridad de la selva que anduvo más a gatas que caminando. No se percató de que la superficie se había hecho más seca, de que el terreno por el cual se había desplazado las últimas horas iba ascendiendo. Sin tener consciencia de ello, avanzó dando tumbos a lo largo de algo que podría parecerse a un sendero. Esa noche ya no tenía fuerza para subirse a los árboles y cayó al suelo antes de que las garzas hubieran terminado de cantar.