: VV.AA
: El abogado secreto Historias sobre las leyes y cómo se quebrantan
: CAPITÁN SWING LIBROS
: 9788412191417
: 1
: CHF 7.80
:
: Essays, Feuilleton, Literaturkritik, Interviews
: Spanish
: 368
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Bienvenido al mundo del Abogado Secreto. Estas son las historias de la vida dentro del tribunal, a veces divertidas y a menudo conmovedoras. ¿Cómo puedes defender a un niño abusador que sospechas que es culpable? ¿Qué le dices a alguien condenado a diez años de cárcel que crees que es inocente? ¿Qué es la ley y por qué la necesitamos? El sistema judicial y las leyes pueden a menudo parecernos un mundo extraño e impenetrable, vinculado a la vida cotidiana solo mediante ciertos reportajes de noticias y dramatizaciones televisivas repletas de licencias artísticas. El abogado secreto quiere mostrarte cómo es realmente este sistema y por qué es realmente importante.

The Secret Barrister. Reino Unido Es el seudónimo de un abogado penalista que, desde el anonimato, expone la situación de la justicia penal en el blog The Secret Barrister, que es el origen de este libro. Su punto de partida es que el conocimiento y la comprensión de las leyes debería ser un bien compartido por la sociedad en general. Explica: 'No he venido a criticar la ley, sino a alabarla. Sin embargo, nuestras leyes actuales tienen muchos defectos, de procedimiento, de fundamento y también de cultura. Que algo sea legal no lo convierte en justo; si unos pocos años en la primera línea del derecho penal te enseñan algo, sin duda es eso. En ocasiones me limitaré a decir: 'Así es la ley' y dejaré sin respuesta la cuestión más profunda de lo que es la justicia fundamental, para que otros saquen sus propias conclusiones. Pero el 'Así es la ley' no argumenta en sí la justicia de una sentencia... pues las leyes y la justicia difieren'. Escribe regularmente para The Times, New Stateman, iNews, Esquire, Counsel Magazine y Solicitors Journal. También ha escrito artículos para The Sun, The Mirror y Huffington Post. En 2016 y 2017 fue nombrado Blogger Independiente del Año en los Editorial Intelligence Comment Awards. En 2018 lo nombraron Personalidad Jurídica del Año en los Premios de la Sociedad de Derecho.

INTRODUCCIÓN

Mi alegato de apertura

-¿Es esa su defensa, señor Tuttle?

Silencio. Antes de mirarme, el señor Tuttle busca a su novia en la tribuna del público. Es un vistazo fugaz, nada más, pero espero que haya durado lo bastante para que el jurado tome nota. Vuelvo mínimamente la cabeza para observar a la mujer que ocupa el extremo de la primera fila. Ella lo ha notado: se cruza de brazos. Es un gesto que repiten varios miembros del jurado. El anciano de la americana azul marino y pantalón beis da un codazo al barbudo con camisa a cuadros de su izquierda, y se miran con expresión conspiratoria.

El lenguaje corporal no es favorable al señor Tuttle.

Hinca los dedos a ambos lados del estrado, en busca de una respuesta adecuada que no existe. Se ruboriza y mueve los pies mientras parece observar con añoranza el banquillo de los acusados, como si se arrepintiese de haber decidido abandonar la seguridad de su caja de metacrilato para desplazarse unos largos cinco metros y declarar en su propia defensa. Tenía que hacerlo, claro está. Es prácticamente imposible asumir la propia defensa sin dar su versión jurada de por qué impartió justicia a puñetazos con el vecino. Pero es evidente que si el señor Tuttle pudiese retroceder en el tiempo, se plantearía muy seriamente ejercer su derecho a guardar silencio.

Las puertas dobles de mi derecha se abren con un chirrido. El ujier entra con su portapapeles, seguido de una marabunta de estudiantes de Derecho a la que indica silenciosamente que tome asiento en la tribuna del público. Solo hay algo que a los abogados les gusta más que tener público: tener un público impresionable. De modo que aguardo a que se apretujen en los estrechos bancosde roble del rincón del fondo a la derecha. La prolongada pausa en que el señor Tuttle sopesa cómo responder a mi pregunta semirretórica ayuda a incrementar el suspense. Lo disfruto. Lleno lentamente mi vaso con agua de la jarra y bebo despreocupadamente.

Entonces advierto que todas las miradas de la sala se vuelven hacia un estudiante rezagado que ha conseguido golpear con su bolsa a la compañera del señor Tuttle mientras trepaba para ocupar el último espacio libre de la primera fila.

La mujer masculla unos improperios más que audibles mientras el estudiante se aparta. La secretaria del tribunal, que hasta entonces ha estado tecleando en su ordenador, levanta la vista y se la queda mirando.

—¿Qué? ¡Me ha dado en la puta cara! ¡Casi me saca un ojo!

—¡Chist! —susurra la secretaria, levantando un brazo entogado hacia el ujier, que corretea obedientemente por la tribuna para soltar otrochistabsolutamente superfluo.

Miro a la jueza, de quien espero alguna amonestación por todo aquel alboroto; pero su señoría la jueza Kerrigan QC sigue recostada en su silla, con la mirada perdida en un punto fijo del techo. El observador no iniciado podría interpretarlo, muy erradamente, como un indicio del tedio de la jueza ante las maneras pedestresde un bebé de veintitantos que pretende emular la impía trinidadde los Jeremy Paxman, Clarkson y Kyle presumiendo de su ventaja intelectual sobre el perplejo señor Tuttle. Quizá esta impresión se vea reforzada, también equivocadamente, por el hecho de que durante los 26 minutos previos de laborioso interrogatorio su señoría ha estado cabeceando con los ojos cerrados, antes de recuperar la compostura con un discreto resoplido.

Pero yo sé lo que ocurre en realidad. La Ilustre Jueza, atónita ante mis aptitudes oratorias, sin duda está redactando mentalmente la elogiosa carta que enviará al director de mi a