CAPÍTULO SEGUNDO
«Si tienes remordimientos por las cosas malas que has hecho, piensa en esas otras cosas horribles que has dejado sin hacer»
1. Ema
Sandra Valero y Armando Carbonero estaban hablando en voz baja: Fui a la habitación y les pregunté si no estarían conspirando contra mí.
«¿No estaréis pensando en hacerme daño?»
Sandra Valero me miró con los ojos llenos de incertidumbre y comenzó a pedir socorro.
«El piso está insonorizado.»
Salí de mi casa y caminé hacia el metro de Carabanchel: Pensé que alguien estaba tirando piedras desde un tejado: Luego me di cuenta de que los pájaros se caían del cielo y se reventaban contra el pavimento. Dijo un vecino:
«Tienen el pico lleno de espuma.»
Los andenes de la estación de Carabanchel estaban desiertos: Un grupo de chavales pegaba banderas en los espacios para la publicidad. Se organizaban:
«Cubrid también las papeleras.»
Metro de Madrid había puesto televisiones en los vagones de la línea verde: Decían que los altos niveles de cloro del hongo de polución eran letales para las aves, pero que apenas causaban molestias respiratorias en las personas.
«Nada más allá de la carraspera y el escozor de ojos.»
En la televisión pasaban imágenes de los integrantes de La habitación de Margot: Pensé que habían trabajado duro y que se merecían el éxito. Decía el periodista:
«Oigamos el estribillo de una de sus canciones.»
Hice trasbordo y me bajé en la estación de Arturo Soria: Por sus grandes bulevares circulaban dos camiones cisterna que expulsaban largos chorros de dióxido de azufre. Les pregunté si servía para algo:
«No.»
Me senté en la fuente del parque de Arturo Soria y me quedé mirando la casa de Claudia: Tenía tres pisos (más otros cuatro en construcción) y estaba rodeada de un muro de piedra: Había cuatro puertas, una de las cuales comunicaba directamente con el garaje: Varias cámaras de televisión de circuito cerrado se movían de izquierda a derecha y de arriba abajo, perfectamente sincronizadas, para no dejar ni un solo metro sin vigilar: Me pregunté:
«¿De qué tienen miedo?»
En ese momento se abrió una de las puertas de la casa y salió Ema: Miró a ambos lados antes de cruzar la calle (una costumbre adquirida [supongo] después del asesinato de su madre) y atravesó el parque de Arturo Soria: Se sentó en la terraza de la cafetería San Vito di Cadore: Llevaba una novela en la mano: La abrió por el marcapáginas y se puso a leer.
*
Las paredes de la consulta de Vicenta estaban llenas de diplomas de las mejores universidades europeas: Le dije que los tabiques de mi casa estaban vacíos e insonorizados.
«Somos dos personas radicalmente diferentes.»
Vicenta retomó el hilo de la terapia.
«Usted ha dicho que pasó tres meses encerrado en su habitación cuando su padre tomó la decisión de abandonarlos.»
Dije que sí.
«¿Cree usted que ese es el motivo de su posterior miedo a las habitaciones?»
Me encogí de hombros.
«Los peores momentos de mi vida han sucedido en habitaciones cerradas.»
Se lo expliqué:
«Desde la ventana de una habitación contemplé el asesinato de Claudia.»
Le dije que bajé corriendo las escaleras, salí a la calle y me acerqué a su cuerpo inmóvil.
«Me costó reconocerla.»
Llegaron una ambulancia y dos coches de policía: Armando Carbonero mantenía la calma y la mirada indiferente, como si hubiera atropellado a un