: Jane Austen, George Sand, Mary W. Shelley, George Eliot, Virginia Woolf, Rosalía de Castro, Emilia P
: María Casas Robla
: Si las mujeres mandasen Relatos de la primera ola feminista
: Ediciones Siruela
: 9788418245145
: Libros del Tiempo
: 1
: CHF 10.60
:
: Erzählende Literatur
: Spanish
: 480
: DRM
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
Un recorrido por algunos de los textos que contribuyeron a sentar las bases de la defensa de la dignidad, la inteligencia y el potencial humano de las mujeres durante la primera ola feminista. ¿Cómo iban a gobernar las mujeres, si se las consideraba menores de edad y necesitaban un hombre para supervisarlas? ¿Cómo iban a hacerse cargo de tal responsabilidad, si había quien pensaba que su capacidad intelectual era tan probadamente inferior que no podía malgastarse ni el erario público ni el privado en educarlas? Hasta la segunda mitad del siglo XVIII, las mujeres que ejercieron libremente como escritoras no pasaron de ser ejemplos aislados. Pero, a finales de ese siglo, la Ilustración había enarbolado las banderas de la libertad y la igualdad, y había convencido a las mujeres de que su momento había llegado, y, aunque los grandes ideólogos de las incipientes democracias liberales no tardaron en abandonarlas, se las puede considerar como precursoras de lo que, a finales del siglo XIX, se conocería como feminismo. El relato de las injusticias, las desigualdades, el enclaustramiento físico y mental es el hilo violeta que une los relatos de esta antología. Muchas de sus autoras no se consideraban feministas, pocas entre ellas fueron militantes activas en alguno de los movimientos que englobamos bajo la primera ola del feminismo, pero está claro que todas contribuyeron a que podamos entender por qué el feminismo se convirtió en un movimiento tan sólido a través de tantos años. Jane Austen, Elizabeth Caroline Grey, Fredrika Bremer, George Sand, Mary Shelley, George Eliot, Louisa May Alcott, Mary E. Bradley Lane, Charlotte Perkins Gilman, Olive Schreiner, Kate Chopin, Begum Royeka, Edith Wharton, Virginia Woolf, Rosalía de Castro, Fernán Caballero y Emilia Pardo Bazán.

Virginia Woolf (Londres, 1882), autora genial a quien debemos una de las aportaciones más originales a la estructura de la novela en el siglo xx, publicó numerosas obras, entre las que destacan La señora Dalloway (1925), Orlando (1928), Las olas (1931) o Entre actos (1941). En su ensayo Una habitación propia (1929) describió las dificultades que encontraban las mujeres para dedicarse a la literatura. En marzo de 1941, aquejada de una penosa enfermedad mental, se suicidó metiéndose en un río con los bolsillos llenos de piedras.

Prólogo

Hechos, no palabras: las mujeres de la primera ola feminista

 

En la zarzuelaGigantes y cabezudos (1898), cuya protagonista es una mujer cuyo analfabetismo provoca el enredo amoroso, argumento central de toda opereta, se canta una famosa jota que dice: «Si las mujeres mandasen/ en vez de mandar los hombres/ serían balsas de aceite/ los pueblos y las naciones». No es que la historia, ni la antigua ni la reciente, haya dado la razón a este presupuesto, pero es un hecho constatable que las oportunidades que han tenido las mujeres para demostrar la verdad de estos versos han sido bastante escasas.

¿Cómo iban a gobernar las mujeres, si se las consideraba eternamente menores de edad y necesitaban un hombre para supervisarlas? ¿Cómo iban a poder hacerse cargo de tal responsabilidad, si su capacidad intelectual era tan probadamente inferior que no se podía malgastar ni el erario público ni el privado en educarlas? Hasta la segunda mitad del sigloXVIII, las mujeres que ejercieron libremente como letradas —Safo o Hipatia de Alejandría en la cultura clásica; Hildegarda de Bingen en la Edad Media; o Cristina de Pizán en el Renacimiento— no pasaron de ser ejemplos aislados. Pero, a finales del sigloXVIII, la Ilustración había enarbolado las banderas de la libertad y la igualdad, y había convencido a las mujeres de que su momento había llegado y, aunque los grandes ideólogos de las incipientes democracias liberales no tardaron en abandonarlas, se las puede considerar como precursoras de lo que, a finales del sigloXIX, se conocería como feminismo. Entre estas voces, destacan dos por su clarividencia: Mary Wollstonecraft (1759-1797) y Olympe de Gouges (1748-1793), quienes publicaron textos esenciales para sentar las bases de la defensa de la dignidad, la inteligencia y el potencial humano de las mujeres. Comencemos, pues, con ellas dos este breve paseo por los inicios de los movimientos en defensa de los derechos de las mujeres.

Las ideas de Wollstonecraft pueden considerarse prefeministas —el término «feminismo» no se acuñó hasta 1890— o, siguiendo a Amelia Valcárcel, las primeras que se expresaron como tales. En suVindicación de los derechos de la mujer (1792), Wollstonecraft no pretendía defender una posición de clase, sino discutir de tú a tú con Rousseau —padre del democratismo liberal que forjó las revoluciones burguesas y, sin embargo, auténtico convencido de que la capacidad intelectual de las mujeres era despreciable por mínima— sobre la exclusión sistemática de las mujeres del nuevo orden democrático del que ella era adepta y quería sentirse partícipe. En palabras de Valcárcel, «porque Mary Wollstonecraft es demócrata rousseauniana, porque estima que tantoEl contrato social como elEmilio dan en la diana de cómo debe edificarse un Estado legítimo y una educación apropiada para la nueva ciudadanía, no está dispuesta a admitir la exclusión de las mujeres de ese nuevo territorio». La educación intelectual de las mujeres es, pues, primordial para que se conviertan en ciudadanas de pleno derecho y adquieran obligaciones cívicas que, de otra manera, no tendrían, siendo por tal razón incapaces de contribuir a la sociedad. La tiranía delpater familias y la institución matrimonial concebida como cárcel doméstica son dos temas recurrentes en las obras de Mary Wollstonecraft —Mary, un relato (1788)—, temas de cuya influencia intentó escapar en su vida.

En la Francia posrevolucionaria, Olympe de Gouges enmendó las carencias de laDeclaración de derechos del hombre y del ciudadano (1789) con unaDeclaración de derechos de la mujer y de la ciudadana (1791) con la que subrayaba las ideas de su contemporánea Wollstonecraft: si no nos dais derechos y nos educáis, no asumiremos ningún deber cívico, ni seremos virtuosas. Gouges, que había apoyado con entusiasmo la llegada de Robespierre, acabó sus días siguiendo los pasos de María Antonieta a la guillotina.

Como los cerdos enRebelión en la granja, los ideólogos de la Ilustración habían declarado que, si bien todos los animales eran iguales, había unos que eran más iguales que otros. Esta contradicción, que elimina a las mujeres del conjunto de la humanidad, es el punto de partida que utilizaron las revolucionarias francesas para señalar con el dedo al nuevo Estado que las había excluido en el recuento de los seres humanos con derechos civiles y políticos. Se autodenominaron «el tercer estado del tercer estado», y comenzaron a redactar sus propias quejas como colectivo oprimido de carácter transversal, ya que lo eran en todos y cada uno de los tres estados. Armadas y reivindicativas, empezaron a formar asociaciones que fueron brutalmente disueltas cuando la República recién bautizada las relegó al mismo lugar al que las había condenado