: Emilia Pardo Bazán
: Cuentos completos Emilia Pardo Bazán
: Librorium Editions
: 9783967995527
: 1
: CHF 2.30
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: Anthologien
: Spanish
: 410
: Wasserzeichen
: PC/MAC/eReader/Tablet
: ePUB
En una ocasión, Leopoldo Alas 'Clarín' afirmó que Emilia Pardo Bazán era 'uno de los españoles que más saben y mejor entienden lo que ven, piensan y sienten. Tratar con ella es aprender mucho'.La crítica suele estar de acuerdo en que donde mejor se recoge su habilidad como escritora es, precisamente, en sus cuentos .valientes, modernos, de impecable factura.. Leer estas piezas supone una grata sorpresa.Eva Acosta, biógrafa de la condesa y una de las mayores especialistas de su obra, ha llevado a cabo una rigurosa selección de sus mejores cuentos.

Emilia Pardo-Bazán y de la Rúa-Figueroa, o simplemente Emilia Pardo Bazán, (La Coruña, 16 de septiembre de 1851-Madrid, 12 de mayo de 1921), condesa de Pardo Bazán, fue una noble y novelista, periodista, feminista, ensayista, crítica literaria, poetisa, dramaturga, traductora, editora, catedrática y conferenciante española introductora del naturalismo en España. Fue una precursora en sus ideas acerca de los derechos de las mujeres y el feminismo

Nieto del Cid


El anciano cura del santuario de San Clemente de Boán cenaba sosegadamente sentado a la mesa, en un rincón de su ancha cocina. La luz del triple mechero del velón señalaba las acentuadas líneas del rostro del párroco, las espesas cejas canas, el cráneo tonsurado, pero revestido aún de blancos mechones: la piel roja, sanguínea, que en robustos dobleces rebosaba el alzacuello.

Ocupaba el cura la cabecera de la mesa; en el centro, su sobrino, guapo mozo de veintidós años, despachaba con buen apetito la ración; y al extremo, el criado de labranza, arremangada hasta el codo la burda camisa de estopa, hundía la cuchara de palo en un enorme tazón de caldo humeante y lo trasegaba silenciosamente al estómago.

Servía a todos una moza aldeana, que aprovechaba la ocasión de meter también la cuchara ya que no en los platos, en las conversaciones.

El servicio se lo permitía, pues no pecaba de complicado, reduciéndose a colocar ante los comensales un mollete de pan gigantesco, a sacar de la alacena vino y loza, a empujar descuidadamente sobre el mantel el tarterón de barro colmado de patatas con unto.

—Señorito Javier —preguntó en una de estas maniobras—, ¿qué oyó de la gavilla que anda por ahí?

—¿De la gavilla, chica? Aguárdate… —contestó el mancebo alzando su cara animada y morena—. ¿Qué oí yo de la gavilla? No; pues algo me contaron en la feria… Sí; me contaron…

—Dice que al señor abad de Lubrego le robaronbarbaridá de cuartos…; cien onzas. Estuvieron esperando a que vendiese el centeno de latulla y los bueyes en la feria del quince, y hala que te cojo.

—¿No se defendió?

—¿Y no sabe que es un señor viejecito? Aún para más, aquellos días estaba encamado con dolor de huesos.

El párroco, que hasta entonces había guardado silencio, levantó de pronto los ojos, que bajo sus cejas nevadas resplandecieron como cuentas de azabache, y exclamó:

—Qué defenderse ni qué… En toda su vida supo Lubrego por dónde se agarra una escopeta.

—Es viejo.

—¡Bah!, lo que es por viejo… Sesenta y cinco años cumplo yo para Pentecostés, y sesenta y seis hará él en Corpus; lo sé de buena tinta; me lo dijo él mismo: De modo que la edad… Lo que es a mí no me ha quitado la puntería, ¡alabado sea Dios!

Asintió calurosamente el sobrino.

—¡Vaya! Y si no que lo digan las perdices de ayer, ¿eh? Me remendó ust