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Periódicos llenos de mierda y visita de la Popotitos
Si la noche anterior no he tenido una orgía, una bacanal, un concurso de baile o alguna otra de las obligaciones que comporta mi negocio, salgo de la cama entre las siete y las ocho. Me despierta Maragda, mi colaboradora más madrugadora desde que abandonó la atención directa al cliente para hacerse cargo de la administración y el mantenimiento del Harén, y lo hace desde la puerta, encendiendo las luces, o entre las sábanas acariciándome, según la inspiración o manía o depresión con que hayamos terminado la noche anterior. Pero, ya sea desde la puerta o desde las sábanas, suele decir «Para ya de roncar, dormilón».
Dedico al cuarto de baño tanto tiempo como es necesario. Quizás en aquella época invertía más rato porque me había depilado el cuerpo, rapado y afeitado bigote y barba, pecho y espalda, sobacos, pubis y ombligo, y cada día en el espejo me encontraba con un desconocido encantado de saludarme. Antes, yo era peludo peludo, aquel paciente que le preguntaba al médico: «Doctor: ¿qué padezco?», y el médico me respondía: «Padece usted un ozito». Y ahora era una especie de bebé monstruoso y libidinoso. «Eh, Mili, te encuentro diferente, estás fantástico, ¿qué te has hecho?»
Me pongo ropa discreta, camiseta de marca sin distintivos, vaqueros y alpargatas de la calle de Avinyó, y salgo del dormitorio por la puerta disimulada detrás de la estantería cargada de libros que se desplaza a un lado sobre un raíl.
Atravieso una estancia que parece que no sirve para nada, como un cortafuego, donde se esconde el acceso al túnel que comunica con las alcantarillas, y accedo al almacén del restaurante, de allí a la cocina y, finalmente, llego al comedor. No hacía mucho que abríamos a primera hora de la mañana para servir desayunos a los trabajadores de las empresas de los alrededores. Cruasanes y café de primera calidad. Me instalo en un rincón y me pongo a leer los periódicos en diagonal.
Recordaréis aquella época. Empezaron a aparecer en la prensa noticias sensacionales protagonizadas por guardias civiles corruptos. Especialmente, enEl Periódico. ¿Os acordáis? El primer escándalo estalló el miércoles 16 de octubre: un par de agentes del cuartel de la calle de Sant Pau, hermanos y conocidos como los Catalufos, fueron detenidos porque estaban implicados en una red de tráfico de mujeres albanesas y griegas. Las hacían adictas a la heroína y las traían a Cataluña para prostituirlas. Los Catalufos eran propietarios de un apartamento, en el Poble-sec, que se usaba como piso franco donde se alojaban las mujeres cuando llegaban aquí, antes de distribuirlas por diferentes prostíbulos. Aquel día, ilustraba la primera plana una fotografía donde se veía a un grupo de mujeres jóvenes, incluso demasiado jóvenes, apeándose de una furgoneta Mercedes con los distintivos de la Guardia Civil justo delante del domicilio de los Catalufos en el Poble-sec. Firmaba el reportaje Marissa Alavés, una conocida periodista especializada en sucesos y tribunales, y resultaba revelador que saltara la noticia pocas horas después de hacerse efectiva la detención. Interpreté que la reportera tenía la exclusiva antes que la Guardia Civil y que había avisado a los comandantes de la zona que estaba a punto de publicarla. Me los imagino alarm